miércoles, 22 de septiembre de 2010

GUMUCIO QUIROGA, Juan Carlos

Identifica a tus antepasados. Envíanos biografías u hojas de vida y fotografías de ellos para incluirlos en el blog!

GUMUCIO QUIROGA, Juan Carlos
1949-2002

En una fotografía de colegio aparece, con su habitual sonrisa socarrona, Juan Carlos Gumucio Quiroga, de lejos el periodista y corresponsal de guerra más audaz y famoso que haya nacido en Bolivia.
En su niñez no se le adivinaba esa ni otra vocación, salvo la alegría de agotar la vida donde la encontrara. Íbamos de excursión a la propiedad de su abuelo, don José Quiroga Gutiérrez, fabricante de las célebres conservas Curzani, en Suticollo, y Juan Carlos era la encarnación del entusiasmo.
Nos perdimos de vista a medio colegio, supe que se había dedicado muy temprano al periodismo escrito, que fue su pasión, que trabajó en Associated Press, en Nueva York, y que de pronto lo nombraron corresponsal de guerra en Beirut. A partir de entonces no hubo conflicto, de Beirut a Kosovo, donde no lo recordaran sus amigos y colegas por ese cinismo ya maduro, esa soberbia de la vida frente al peligro de muerte, pero, sobre todo, esa presencia de ánimo y de buen humor en las circunstancias más funestas, ya frente a un bombardeo o a una fosa común con restos desparramados de mujeres y niños que la violencia había sacrificado a su paso. Eso le dijo a Robert Fisk, célebre periodista inglés, que ellos eran corresponsales de fosas comunes, pues constantemente eran citados para abrir una nueva tumba colectiva, algunas veces con huesos tan remotos, según Juan Carlos se dio cuenta antes que nadie, que eran de una masacre de filisteos en tiempos bíblicos.
Su primo, el Moro Gumucio, me envió notas valiosas, de las cuales copio un fragmento: Luego del secuestro del periodista de AP Terry Anderson, la AP le dijo a Juan Carlos que no podía garantizar su seguridad en Beirut, y que le ofrecía trasladarse a El Cairo como corresponsal. Entonces Juan Carlos prefirió renunciar para quedarse en Beirut, y empezó a colaborar con el Times de Londres, y con el grupo Cambio 16 y creo que El País de España. También hubo una época en que hacía notas para la cadena de televisión CBS, pero odiaba eso, porque decía que era simplemente contar los muertos, sin análisis. Le daban 15 segundos en antena: "And now Juan Carlos Gumucio, our man in Beirut".

Su picardía innata le hizo conseguir salvoconductos de todos los grupos de milicianos, y así se movía en los lugares más riesgosos del convulsionado país árabe con el cabello renegrido y largo, la barba cerrada y esa mirada de niño que de inicio era la mirada más limpia del curso, pero al paso del tiempo se escondió tras unas ojeras y unas bolsas de los párpados que le daban un aire feroz, disipado de inmediato por su amplia sonrisa, su maravillosa pronunciación del italiano, del árabe y del inglés y, por supuesto, su dominio de los matices ocultos del castellano.
Así lo encontré en 1998, según creo, cuando él había vuelto a este matutino y me citó con urgencia para proponerme un proyecto loco: la represión a los cocaleros era tan fuerte que en cualquier momento se declaraba la guerra (su escenario favorito), de modo que iba a comprar una casa en el Chapare para que la compartiéramos enviando despachos al exterior que él traduciría si fuera necesario. Me recibió en una casa de Cala Cala y por todo saludo me arrojó un Winchester como se trata a un camarada de armas. Lo tomé al vuelo y me desafió a que disparara. ¡Qué placer accionar ese símbolo del Western que nos enloquecía de niños! ¡Y qué elogios de Juan Carlos, porque otras visitas no se atrevían a disparar!
Usaba una vieja puerta de calle como escritorio, sobre la cual había una lap top con los inicios de una crónica, y de pronto sonó el teléfono y Juan Carlos se expresó en italiano, en árabe y en inglés con la misma soltura con que agotaba los registros del castellano. Su proyecto era tentador, pero ya era notorio cuánto lo había acelerado el exceso de vida y cuánto de artificial tenía su excesivo entusiasmo. Yo era más modesto, más cobarde, y secretamente no le acepté aunque le di esperanzas.
Fue la única vez que lo vi después de tantos años, pues luego supe de su muerte en Tarata, donde se aisló y se fue de este mundo como Hemingway, con esa determinación de quien no ha agotado aún la vida pero ya no sabe cómo consumirla.

Se llamaba Juan Carlos José Gumucio Quiroga. Nació un 7 de noviembre y murió un 25 de febrero, en Tarata. Era hijo de René Vicente Gumucio Cortéz y de Azul Quiroga Salcedo. Estudió en los colegios La Salle, de Cochabamba, y Salesianos, de Santa Cruz. Entre sus papeles había uno que titulaba “Confidencial y privado” y decía lo siguiente: Juan Carlos Gumucio Quiroga. Cochabamba, 7 de Noviembre de 1949. Pasaporte Boliviano 103935. Residencia en Tarata desde Marzo de 2001. Teléfono 707-49870. Periodista desde Noviembre de 1968. Treinta años en el exterior. Retorno a Bolivia en Julio del 2000. Ocupación actual en agricultura y literatura. Ninguna afiliación a un partido político pero en defensa del nacionalismo de izquierda.
Breve experiencia como miembro directivo del Sindicato Departamental de Trabajadores de la Prensa de Bolivia hasta julio de 1971.
Experiencia diplomática como Consejero de la Embajada de Bolivia en Washington, D.C. durante la gestión del Ingeniero Roberto Capriles (1975-1977). Posteriormente, como Director del Departamento de Prensa de la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA) durante la gestión del ex-Embajador argentino Alejandro Orfila. Dimisión del cargo para volver al periodismo como editor del Latin American Desk de la agencia de noticias The Associated Press en la redacción central de Nueva York. Corresponsal de AP en Roma, Teherán y Beirut hasta 1988. Corresponsal de The Times of London y CBS News en Medio Oriente con base en Beirut. Corresponsal del El País de Madrid desde 1991 hasta julio del 2000. Bases permanentes en Beirut, Jerusalén, Londres y Belfast. Tres años de trabajo en los Balcanes con base en Sarajevo, primero, y Belgrado, después. Estudios independientes en The School For Advanced International Studies of The John Hopkins University en Washington, D.C. y cursos irregulares de Historia de América Latina en Georgetown University, Washington, D.C.
Otras experiencias académicas incluyen participación como conferencista invitado en St. Anthony´s College, Oxford, (Narrative, Islam and Turmoil, 1999), la Universidad Complutense de Madrid (Intifada: La Rebelión Palestina, 1997) y The American University of Beirut (War Reporting 1988). Idiomas: Castellano, Inglés, Italiano y Árabe. Algún conocimiento de Farsi. Un solo libro publicado (“El Expediente Di”) con, entre otros estudiosos de la monarquía británica, Guillermo Cabrera Infante. (Editora Aguilar, Madrid). Dos relatos en preparación. Referencias personales y profesionales a disposición.”
A la muerte de Juan Carlos, Alfonso Gumucio Dagron escribió lo siguiente: “El lunes 14 de agosto del año 2000, recibí un mensaje de e-mail de mi primo Juan Carlos Gumucio: “Unas cuantas líneas para mandarte un abrazo desde la Llajta, donde aterricé hace tres semanas con la intención de hacer cosas. Confirma recepción de este mensaje y restablezcamos contacto. Juan Carlos”
“Meses antes nos había enviado una tarjeta de invitación para asistir a la fiesta de celebración de su cumpleaños número 50, “at Tchaik and Melissa’s, Flat 2, 17 Powis Terrace” en Londres, el 6 de noviembre del 1999. Ambos cumplíamos años con apenas una semana de diferencia –él era un año mayor- por lo que el signo de Scorpio nos vinculaba, además del parentesco y la amistad que cultivamos esporádicamente a través de los años. Como se sabe, los escorpiones podemos ser autodestructivos y terminar clavándonos el aguijón.
“¿Qué precipitó su regreso a Bolivia, y más aún su decisión de refugiarse en Tarata, lejos del contacto con amigos y familia? En abril del 2001 fui con Katherina a Cochabamba con la firme intención de buscarlo y, entre otras cosas, preguntarle la razón de su repentina decisión. Nadie pudo darme su dirección y su teléfono, pero todos sabían que estaba en Tarata “escribiendo sus memorias de corresponsal de guerra”. Pregunté por él en la Plaza Principal y en la Policía de Tarata, pero nadie pudo darme el dato sobre su paradero. Recorrí las viejas callejuelas empedradas, tocando los timbres de algunas casas que, a mi parecer, podrían albergar a Juan Carlos, pero no pude dar con él.”
Robert Fisk, periodista de The Independent, de Londres, escribió: “Juan Carlos Gumucio era uno de los mejores corresponsales y colegas que se podían tener en una guerra. Hombre de recursos, valiente, cínico, y sí, profundamente subversivo en el mejor sentido de esa palabra, se desplazó, a lo largo de su carrera, desde la ciudad boliviana de Cochabamba a
Nueva York, Roma, Beirut y Teherán. Su piel oscura -debía tener orígenes indios- y su barba le permitían ser confundido con un miliciano shií. (…) Gumucio no se fiaba de los milicianos ni de los israelíes. Era profundamente crítico con la supuesta neutralidad de EE UU en Oriente Próximo y despectivo con lo que consideraba un fraudulento y altisonante pseudopatriotismo norteamericano. Tenía una arrogancia que a veces te enfurecía, pero era un escritor robusto y brillante. (…) Juan Carlos Gumucio fue un hombre de vastas lecturas. Hablaba un bello italiano, su español nativo y un inglés fluido. Y, como muchos hombres buenos y generosos, podía llegar a ser obtuso y hasta ofensivo si decidía que eras tonto. Sus reportajes del Irán posrevolucionario le proporcionaron el conocimiento de las guerrillas shiíes de Líbano. Un día se nos acercaron un grupo de guerrilleros suicidas que iban hacia una base de tanques israelíes con granadas en sus manos, y apareció la misma ironía oscura de aquella gran barba de J-C: 'Parece que se van hoy al paraíso, Fiskers. Hummm, puede que no.'
Fue a trabajar para EL PAÍS en Londres. En Belfast estaba en su elemento -igual que en Beirut- y puede ser que le atrapara la falta de este ambiente extraordinario, que requería extraordinarias pasión y energía. Para mi desgracia, no nos reconciliamos de una disputa que teníamos cuando le vi por última vez, en 1999, en Kosovo, una vez más corresponsales de fosas comunes, buscando entre los cuerpos inocentes apabullados por más bombardeos norteamericanos. ¿Podía pensar en suicidarse un hombre que amaba tanto la vida? Esta semana, solo, cerca de su natal Cochabamba, sin teléfono, rota el alma, se suicidó este gran hombre.” (El País, Madrid, 1º de marzo de 2002).

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