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ARZE LOUREIRO, Eduardo
1907-1996
Eduardo Arze Loureiro, ilustre cochabambino, fue, más que político, visionario y servidor público, pues podemos seguir su obra pionera en Bolivia, Colombia, Costa Rica, Chile y otros países, particularmente en el campo de la educación rural e indigenal, la reforma agraria y proyectos piloto de asentamiento de colonizadores. Perteneció a la generación más brillante que diera Bolivia, dotada de una elevada conciencia social y una vocación indeclinable para luchar por los humildes y construir una sociedad más justa y equitativa.
Nació en Cochabamba un 1º de octubre y murió en la misma ciudad un 16 de junio. Era hijo del doctor Ulises Arze Virreira, conocido jurisconsulto cochabambino y hombre dotado de fino sentido del humor y gran imaginación, y de doña Andrea Loureiro, a quien la familia conocía con el nombre familiar de La Santa, dama tenaz y laboriosa a quien la familia recuerda por su fortaleza para recorrer largas distancias a caballo en el empeño de administrar las fincas de la familia. Ese matrimonio unió a conocidas familias de Cochabamba y tuvo varios hijos: Julia, la primogénita; Ricardo, prestigioso médico cirujano que fundó la Clínica San Andrés en la antigua calle Perú (hoy Heroínas); Leonor Arze de Lagomaggiore y Amalia Arze de Böhme, educadoras; Adela; y Óscar Arze Loureiro, agrónomo, compañero solidario en la aventura que emprendió nuestro biografiado con la Cooperativa Aroma, proyecto pionero de colonización de campesinos de regiones deprimidas del Departamento, que se asentaron en la provincia Santiesteban, cerca de la ciudad de Montero, en el Departamento de Santa Cruz.
Eduardo Arze Loureiro hizo sus primeras letras en [COMPLETAR] y estudios superiores en la Facultad de Derecho de la Universidad Mayor de San Simón, de Cochabamba. Prosiguió sus estudios de posgrado en la Universidad del Estado de Michigan obteniendo una Maestría en Sociología y Antropología, que fue de honda importancia para definir su perfil de servidor público. Se casó con la señora Mercedes Achá, también perteneciente a una ilustre familia cochabambina, y tuvo dos hijos: Beatriz Arze de Houmard, casada con James Houmard y residente en Akron, Ohio, en los Estados Unidos; y Carlos Arze Achá, casado con Elvira Devia y residente en Santa Cruz.
Por línea paterna, don Eduardo Arze Loureiro era descendiente directo de Fernando Arze, hermano del héroe Esteban Arze, y miembro de una familia que dio grandes políticos, ideólogos y hombres públicos: José Antonio Arze, notable ideólogo de la izquierda boliviana y fundador del Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR); Walter Guevara Arze, ideólogo del Movimiento Nacionalista Revolucionario y Presidente de la República en 1979; Ricardo Anaya Arze, líder del PIR y del movimiento estudiantil que culminó en 1930 incorporando la Autonomía Universitaria a nuestra Carta Magna, así como sus hermanos Franklin y Rafael, conocidos musicólogos, y Héctor, un gran educador.
Dejó dos libros impresos que contienen la memoria de sus experiencias más importantes: “Aroma. Un modelo de colonización por transplante de poblaciones”, La Paz, 2004, y “Vivencias de don Eduardo Arze Loureiro que transitan por la Reforma Agraria”, 2005, valiosa semblanza hecha por los doctores Remo Di Natale Enríquez y Juan Manuel Navarro Ameller, escrita en torno a un ciclo de conversaciones que ambos juristas y sus alumnos de la Universidad Católica mantuvieron con don Eduardo. Estos libros y la devoción filial de doña Beatriz Arze de Houmard son el sustento de este resumen biográfico que no tiene otra pretensión que la de llegar a mayor público en una edición popular.
TEMPRANA EXPERIENCIA RURAL
Los años de niñez y juventud de don Eduardo Arze Loureiro transcurrieron en la apacible vida valluna, en contacto permanente con el agro, pues su familia era propietaria de haciendas en los valles y la puna. Más tarde, don Eduardo desarrollaría también proyectos de agricultura tropical. Sus primeros recuerdos se remontan a la vida aldeana de Chaullaymago, Copacabana y Vacas –en este último distrito se asentaba la propiedad de la familia--, donde demostró muy temprano sus dotes de agudo observador del ser humano, sus costumbres y formas de organización económica, social y cultural, que más tarde fundamentarían el valioso asesoramiento que prestó para elaborar el Decreto Ley de Reforma Agraria de 1953.
Las anécdotas que recogió en Vacas y Machac Marka –distrito ubicado en la provincia Carrasco—son particularmente ilustrativas sobre las formas comunitarias de administración de justicia, basadas en el consenso y el acendrado respeto de la comunidad por sus dirigentes ancianos.
Una vez graduado, fue Inspector Nacional del Departamento de Educación Indigenal [EL AÑO…] y colaboró estrechamente con el conocido educador Elizardo Pérez, creador y fundador del sistema de núcleos escolares campesinos, y de la prestigiosa Normal Rural de Warisata, experiencias que nos colocaron a la vanguardia de la educación rural y se proyectaron y extendieron a varios países latinoamericanos.
“En esa comunidad estaban presentes y palpitantes los valores sociales de la comunidad, cosa que ya no ocurría en los lugares influenciados por los colonizadores, porque no fueron ángeles los que llegaron de España sino gente con taras morales, y no era gente como la incaica con tanta sabiduría y contenido humano.”
Don Eduardo recordaba las tierras improductivas de San Benito y Carcaje, pero pobladas de bosques de algarrobos centenarios que fueron talados para usarlos como leña destinada a la fabricación de chicha en Cliza, a una fábrica de alcoholes de un Dr. Meleán, que fue una gran devoradora de madera, y al ferrocarril Vinto-Arani, que usaba ese combustible.
En cambio en Vacas había una planicie propicia para los cultivos, en los cuales había una costumbre que se remontaba a la Colonia, de repartir parcelas de siete hectáreas llamadas “hilos” a los agricultores que así se llamaron “hilatarios”. Con la Independencia, el gobierno del Mariscal Santa Cruz ordenó la reversión de las propiedades sin título saneado a las municipalidades; y como los agricultores vaqueños tenían la tierra a título de posesión tradicional, fueron despojados. Una situación que don Eduardo comparaba “a la represión de UMOPAR en nuestro tiempo” contra los cocaleros. Con la crisis mundial del 30, se agudizó la fragmentación de la tierra, pues los hacendados vendieron parcelas a los llamados “piqueros”. Como las propiedades valían por el número de hombres a su servicio, procuraban garantizar la permanencia de los colonos entregándoles las mejores tierras.
INOLVIDABLE VIAJE AL BENI
Antes de culminar sus estudios de Derecho, don Eduardo viajó al Beni a lomo de mula, en un grupo integrado por Héctor Anaya, Jorge Morales Paz Soldán, Humberto Guzmán Arze, José Enrique Peña y otros. Se internaron al Chapare por el Abra de San Benito y llegaron a lo que hoy es Villa Tunari en seis días. El Regimiento de Zapadores, comandado por el General Federico Román, mantenía en buen estado la ruta de acceso. La continuación del viaje a Todos Santos lo hicieron en canoas tripuladas por yuracarés. Por entonces Todos Santos era un puerto floreciente, donde el General Román soñaba establecer una colonia con financiamiento europeo. De allí siguieron viaje a Puerto Ballivián, visitaron Trinidad y luego Santa Ana del Yacuma, donde don Eduardo se deslumbró por la belleza de sus habitantes. Un momento culminante del viaje fue la lectura de la partida de entierro de Esteban Arze, que murió en ese antiguo poblado años después de haber iniciado la guerra de la Independencia con el grito del 14 de septiembre y la victoria de Aroma.
FORMACIÓN POLÍTICA EN CHILE
Una afección gástrica impidió que don Eduardo se alistara para combatir en la Guerra del Chaco; por consejo médico se trasladó a Santiago de Chile, donde vivió con su hermano Ricardo, que se especializaba en medicina. Cuatro años duró su estadía en esa capital que marcó de modo decisivo su formación intelectual y política. Don Eduardo no olvidaba las conversaciones que sostuvo con el líder boliviano José Aguirre Gainsborg, que vivía en la misma pensión, pionero de la izquierda latinoamericana y temprano opositor al estalinismo. Don Eduardo se sentía socialista por intuición; José Antonio Arze le explicó las bases ideológicas del socialismo, pues era otro hombre brillante y “muy adelantado para su generación”. El movimiento popular en Chile y las organizaciones de trabajadores vivían una época de auge, y sus efectos se sentían en Argentina, Bolivia y Perú. Este clima propicio unido a la lectura de Tolstoi y de otros grandes escritores rusos iluminaron la situación del agro en Bolivia y sirvieron de inspiración para el proceso ulterior que culminó con la Reforma Agraria de 1953.
De retorno a Bolivia, don Eduardo alimentaba ya un proyecto de desarrollo una población rural próspera, con buen nivel de vida, en las tierras del Oriente. Traía el propósito de movilizar al campesinado y hacerlo dueño de su tierra. Sin embargo, la experiencia de la Reforma Agraria, a la cual contribuyó en primera línea, le dejaría algunos sinsabores que atribuyó al Ministro de Asuntos Campesinos, Ñuflo Chávez Ortiz y al dirigente sindical Juan Lechín Oquendo, no así a los presidentes Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo, por quienes guardó especial consideración hasta su muerte.
“Lo que era colectivismo general en las haciendas se convirtió por la prédica de estas gentes que creían que la revolución era la toma violenta de la tierra cuando en realidad ya tenían sus parcelas”, afirmó medio siglo después al describir lo que llamaba “una filosofía del saqueo”. “En esos años existió una desorientación, el campesinado lamentó casi el nuevo orden que estaba viviendo, sin orientaciones para su organización en cada lugar”, decía don Eduardo.
Su retorno a la patria coincidió con asunción del Mando por el coronel David Toro, admirador de la obra de unificación de la Italia anárquica por el líder fascista Benito Mussolini. Don Eduardo recordaba con aprecio a Toro, pero al mismo tiempo afirmaba que sus ministros del área social no sabían cómo concretar sus ideas. Cuenta que visitaba junto a Aguirre Gainsborg a los ministros de Toro y éstos no sabían qué hacer ni cómo hacerlo. No bien llegó a La Paz, don Eduardo fue nombrado Oficial de Asuntos Campesinos. Toro había creado el Ministerio del Trabajo, cuyo primer titular fue el obrero gráfico Waldo Álvarez, cuyos asesores, José Antonio Arze, José Aguirre, Ricardo Anaya, Moisés Álvarez, Remberto Capriles, Guamán Granados “todos ellos de la izquierda boliviana, que deberían ser intelectuales, no sabían qué hacer especialmente en lo que se refería a lo rural.” “Era una época en la cual no había un clima intelectual adecuado para alguna realización que diríamos de izquierda, concluía don Eduardo.”
Por entonces intimó con el gran educador Elizardo Pérez, creador de los núcleos escolares campesinos, “una escuela que era prácticamente la comunidad actuante para la educación y para la mejor organización de cada localidad.” Uno de los argumentos por los cuales reivindicaba el gobierno de Toro era la preferencia y simpatía que el Mandatario sentía por Pérez.
Por esos días tomó contacto con Desiderio Delgadillo, Ernesto Pinto y Gualberto Dávalos, representantes de los campesinos de la finca del Monasterio de Santa Clara, ubicada en la provincia de Cliza, que viajaron a La Paz a denunciar los problemas que tenían con el arrendatario, el cura Gamboa. El gobierno de Toro había expedido un decreto supremo de sindicalización obligatoria, y don Eduardo se basó en él para proponer la organización del primer sindicato agrario en Santa Clara y el derecho de arrendamiento de la propiedad para dicho sindicato. Era costumbre licitar el arriendo por cinco años en los cuales se cometían abusos incalificables con los colonos. Don Eduardo propuso al Ministro de Agricultura Añez, que se hiciera efectivo el arriendo al Sindicato Agrario de Cliza, ya dotado de personalidad jurídica. De ese modo se trasladó a esa provincia donde lo esperaban los campesinos.
FUNDACIÓN DEL SINDICATO AGRARIO DE CLIZA
Su primera intervención frente a los campesinos de Cliza fue histórica: les habló de la necesidad de suprimir el pongueaje, que era el sistema de servidumbre feudal característico del agro boliviano; les planteó el derecho de los trabajadores agrarios a las cosechas, cuando el régimen imperante otorga el 50% al propietario de la tierra. “En todos los casos, los campesinos ponían su trabajo, sus yuntas de arado y sus acémilas de traslado de la producción a los depósitos del arrendatario y del propietario, sin retribución alguna, sin que les pagara un solo centavo por todos esos servicios.” Subrayó que, en los hechos, 60 o 70% de la producción era para los arrendatarios, sin contar el pongueaje y el mit’anaje, obligación de las mujeres indígenas de prestar servicios domésticos al patrón. De inmediato se atrajo la oposición de la Sociedad Rural Boliviana, que por esos días celebraba su congreso en La Paz.
Como veremos después, el sindicato consiguió el arrendamiento, pero luego fue despojado por el “Cenáculo”, un grupo de privilegiados de la “Rosca Rural”, con la complicidad del Obispo Tomás Aspe, que anunció la venta de las tierras de Santa Clara, llenando de angustia a los colonos. Aun más, con la complicidad del Subprefecto, diecisiete de los campesinos más connotados de esa comunidad fueron confinados al Chapare, a Todos Santos, donde parecían maleantes condenados a trabajos forzados. Entre ellos partieron Desiderio Delgadillo, Manuel Maldonado, Francisco Delgadillo, Erasmo Ovando y los hermanos Troncoso, entre otros.
Don Eduardo se quejó de inmediato al prefecto Aniceto Arce, y éste derivó el caso al Dr. Ángel Balderrama, Fiscal del Distrito. El día de la inspección fiscal, don Eduardo acompañó a los colonos y seleccionó entre ellos a los más capaces para ser interrogados por la autoridad. El Cenáculo movilizó, por su parte, a miembros de la aristocracia cochabambina con el mismo fin. Felizmente el Fiscal comprendió la magnitud de la injusticia cometida y requirió la libertad inmediata de los confinados y su retorno por cuenta oficial que el Prefecto ejecutó.
Curiosamente el Tcnl. Germán Busch, que sucedió al gobierno de Toro, declaró al inicio de su Mandato la disolución del Sindicato de Cliza y la entrega de la administración del fundo a una comisión de gamonales. Don Eduardo fue obligado a vivir en La Paz, pues le estaba prohibido volver a Cochabamba y menos a Cliza. Como reacción, hizo gestiones con la Federación Obrera Departamental y los dirigentes obreros nacionales para obrar en el ánimo de Busch, pero éste se suicidó el 23 de agosto de 1939.
Con todo, Busch, hombre a todas luces progresista, había recapacitado respecto de su medida inicial gracias a los buenos oficios del maestro Elizardo Pérez, que por entonces soportaba un furioso embate de la derecha, llamada la Rosca Rural, que combatía la educación indigenal y los núcleos escolares. Busch, inclinado a la causa del indio, no dio gusto a la derecha terrateniente representada por la Sociedad Rural Boliviana y, tras una corta entrevista, echó a sus representantes del Despacho Presidencial.
Don Eduardo se situaba en aquel contexto para trazar una valiosa semblanza del presidente suicida. Contaba que los izquierdistas bolivianos juzgaban con recelo el ascenso de Busch a la Presidencia, pues había dado muestras de su extremo sentido de la autoridad al condenar a muerte a enemigos y traidores. Temían que ordenara el fusilamiento de los militantes izquierdistas, que al inicio de la Guerra del Chaco se habían declarado pacifistas y no habían concurrido a la campaña, por lo cual podían ser declarados traidores por el nuevo Mandatario. Don Eduardo tenía una hipótesis sugestiva: el ascenso de Busch había sido obra de la diplomacia argentina, codiciosa de los campos petrolíferos bolivianos y rival, por tanto, de la Standard Oil Company. Busch expulsó a la Standard Oil y de ese modo cumplió su deuda con la Argentina. Enseguida buscó apoyo popular, que no podía venir sino de la izquierda, y se aguzaron sus temores frente a una conspiración de derecha. “Los temores de Busch no eran infundados”, comentaba don Eduardo. “La derecha estaba organizada, y uno de los planes de la derecha era acabar con la obra de Elizardo Pérez. Se podía decir que la batalla estaba ganada por la derecha, representada en ese momento por los grandes propietarios y ellos con su institución llamada la Sociedad Rural Boliviana.” La prensa atacaba a Pérez, pero la simpatía de Busch por Pérez, “definió su posición política como gobernante”.
EL DECRETO DE 9 DE SEPTIEMBRE DE 1939
El Sindicato pudo comprar terrenos, pero se le acabó el dinero y entonces el Obispado declaró la venta directa; medida que afectaría seriamente a los campesinos. Un incidente matizó la coyuntura, pues el diputado Demetrio Canelas denunció que el diputado por Quillacollo había recibido coima. Era Jorge Mercado Rosales. Luego se comprobó el soborno y Mercado fue condenado judicialmente a un año de reclusión.
Por entonces el Presidente Busch, que sucedió a Toro, ya había fallecido; afortunadamente un decreto suyo que había quedado pendiente de firma fue expedido por el general Carlos Quintanilla, nuevo Presidente, el 9 de septiembre de 1939. Dicho decreto es histórico pues por primera vez autorizó la compra de la finca de Santa Clara por el Sindicato Agrario recientemente fundado. Contaba don Eduardo que el Obispo Aspe reaccionó comentando: “Aquí está la mano de Arze. Poco antes, el Obispado había firmado transferencias ilegales de esos terrenos a favor de los miembros del Cenáculo, pero fueron anuladas por el mencionado redactado por Alipio Valencia Vega y por don Eduardo durante la gestión ministerial de Jorge Mercado Rosales. El artículo primero del mencionado decreto dice: “Se autoriza la venta de la propiedad rústica que el monasterio de Santa Clara posee en la provincia de Cliza del Departamento de Cochabamba, a favor exclusivo de los labradores que actualmente cultivan dicha propiedad.” Ordenaba al Estado facilitar préstamos hipotecarios al Sindicato, y disponía la intervención de la Dirección general de Colonización y Tierras en la firma de la escritura y la distribución de tierras, así como el compromiso de mantener el núcleo escolar.
El Sindicato sólo compró los fundos donde se trabajaba en compañía: 70 fanegadas en Ucureña y 15 fanegadas en Ana Rancho. La finca era inmensa, pues abarcaba 1.100 hectáreas.
ATENTADO EN CLIZA
Don Eduardo había despertado el odio de la Rosca Rural, que no tardó en propiciar un atentado criminal. Años después recordó que aquella vez viajaba por el camino Cliza-Punata cuando lo embistieron dos camiones y trataron de atropellarlo. Don Eduardo montaba una mula mizqueña. “La Chota era un animal de mucho nervio, vivo, tierno, ágil; mi reflejo habría sido imposible para librarme, pero el animal tuvo un reflejo mucho más rápido que el mío, dio un salto hacia atrás y luego se salió por delante del camión.” De ese modo salvó la vida. Los conductores salieron armados de sus vehículos, pero los campesinos sindicalizados salieron en masa y los ahuyentaron. “Me salvó La Chota”, recordaba riendo don Eduardo, mientras incriminaba a la Alta Rosca Rural, en especial a Ángel Jordán, hombre muy rico que tenía interés en Santa Clara, y a Monseñor Aspe. Las arbitrariedades no se detuvieron: Víctor Jiménez, Secretario General del Sindicato, fue detenido por el Subprefecto Barrientos y amarrado al cepo. La oportuna intervención de don Eduardo consiguió la libertad del líder agrario. Pero la propiedad de los terrenos anunciaba una nueva era en el agro boliviano. Los colonos de Santa Clara iniciaron la primera siembra en terrenos de su propiedad en condiciones adversas y fuera de temporada. Aun así, los resultados fueron prometedores, pero más aún el influjo pedagógico del trabajo colectivo. “A manera de ejemplo, en uno de los lotes, llamado el Temporal, de más o menos 40 hectáreas, había 120 yuntas trabajando, marchando al ritmo del paso de los bueyes y con la devoción que siempre pusieron los campesinos para el cultivo de la tierra. En otro lote llamado Zorro Pedazo había 90 yuntas trabajando. Una experiencia maravillosa”, recordaba don Eduardo, mientras destacaba el gesto de los campesinos sindicalizados de ceder el 10% de sus beneficios para pagar el arriendo.
Esas experiencias lo guiaron cuando el D.L. de Reforma Agraria. “Los terrenos de la hacienda eran una escuela para el trabajo colectivo, escuela de solidaridad, de disciplina y de altruismo”.
Poco después, don Eduardo fue nombrado inspector nacional de la Dirección de Educación Indigenal.
EL PROCESO DE REFORMA AGRARIA
En 1952, don Eduardo Arze Loureiro era experto internacional del Departamento de Bienestar rural del Servicio Interamericano de Ciencias Agrícolas, dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA). Había sido un año de grandes transformaciones en Bolivia y en diciembre, Walter Guevara Arze lo llamó para integrar la Comisión de Reforma Agraria que presidía Hernán Siles Zuazo. La integraban: Arturo Urquidi, Eduardo Arze Loureiro, Raimundo Grigoriú, Zenón Barrientos Mamani, Federico Álvarez Plata, Alcibíades Velarde, José Flores Moncayo, Hugo López Ávila, Ernesto Ayala Mercado y Óscar Alborta Velasco. Don Eduardo colaboraba directamente con Siles Zuazo, pues el gobierno le había reconocido su valiosa experiencia como organizador del Sindicato Agrario de Cliza. De este modo se le encargó la redacción del Decreto Ley, misión que cumplió entre junio y julio de 1953, con su habilidad peculiar para conciliar criterios, estrechamente colaborado por Enrique Vega Salvatierra y Remo Di Natale.
El 2 de agosto había sido instituido como Día del Indio desde 1932. Se escogió esa fecha para la firma del Decreto Ley en Ucureña, como reconocimiento a la fundación del primer Sindicato Agrario. Aquel histórico día, la población se llenó con gente que llegaba en ferrocarril mientras otros habían viajado tres y más días a pie para salir de estancias alejadas y concurrir al acto.
Poco después fue nombrado Presidente del Consejo Nacional de Reforma Agraria, pero la experiencia no fue muy grata, pues “todos los proyectos de adoctrinamiento, programación de la acción creadora de las masas, desarrollo de un espíritu institucional con objetivos superiores habían sido prácticamente prescindidos.” El Ministro de Asuntos Campesinos reservó para sí hasta la selección de jueces agrarios, limitando las atribuciones del Consejo a expedir los memorandum.
“Yo consideraba que el Consejo Nacional también debía adquirir experiencia organizativa para el desarrollo de nuevas formas comunitarias en las zonas del llano donde abunda la buena tierra laborable; aspiraba a suscitar una corriente migratoria de labradores andinos, principalmente de aquellas áreas sobrecargadas de minifundio, habilitándolos para que adquieran tierras de 50 hectáreas pro cada familia con derecho a aumentar esta cifra a medida de su progreso. La población transplantada organizaría en el llano sus propias comunidades repitiendo los altos valores sociales que su cultura posee y sacando ventaja de su hábito de trabajo esforzado sea en forma individual o en asociación cooperativa informal”, recordaba medio siglo después. Obtuvo autorización del gobierno y así pudo viajar a Ana Rancho, donde encontró campesinos muy laboriosos que contribuyeron a la organización de la Cooperativa Aroma: “una colonización basada en la iniciativa personal, el trabajo por decisión propia, una democracia rural efectiva y un horizonte propicio al progreso”, según resumía don Eduardo.
COOPERATIVA “AROMA”
Los estudios que hizo don Eduardo junto a Olen Melenost [CONFIRMAR EL NOMBRE], padre de la sociología aplicada en Bolivia, fundamentaron su proyecto de organizar un sistema de colonización para Santa Cruz. Escogió gente de Cliza, debido a la crónica escasez de tierra, buscando comunidades con sólidos principios morales para derivarlas al Oriente. Son valiosas sus apreciaciones acerca del modo de ser del hombre y la mujer vallunos. La gente asentada en el camino Cliza-Punata “era demasiado viva, una viveza estimulada por la extraordinaria feria dominical de Cliza […] caldo propicio para desarrollar en la gente su vivacidad en el sentido de sacar provecho de los campesinos ingenuos”, comentaba medio siglo después. Desechó asimismo a los pobladores de Tarata, a quienes consideró gente sin empuje debido a los malos suelos. Por fin en Ana Rancho, cerca de Toco, encontró gente laboriosa, cooperadora y vivaz, que conformó el primer grupo, seguida de un segundo grupo reclutado en Ucureña.
El proecto fue mal visto por el ministro Ñuflo de Chávez y por el dirigente Juan Lechín porque don Eduardo se había resistido a politizar la Cooperativa incorporando al MNR, partido oficialista. Debido a ello, soportó un sabotaje sistemático en Cliza. Aun así, consiguió reclutar un tercer grupo en las tierras bajas de Carcaje. “Fue una experiencia preciosa: qué disciplina, qué modestia, qué honradez, qué solidaridad demostraba esta gente”, comentaba emocionado don Eduardo.
En comparación, la colonia de Cotoca gozaba de un auspicio importante del gobierno y de la ONU, pues ambas partes habían contribuido con aportes de 300.000 dólares, que sumaban 600.000. el gobierno otro tanto. El proyecto era dirigido desde el Ministerio de Asuntos Campesinos. Enrique Sánchez de Lozada, quien organizó Acción Andina, conseguía fondos para el proyecto en Sindicatos Nacionales de Europa. Entretanto, don Eduardo aprovechaba un viaje a los Estados Unidos para pedir cooperación a los miembros de la Federación Americana del Trabajo, quienes comprometieron 30.000 dólares en maquinaria, sobre todo en sierras de motor, para evitar el desbosque a mano, a machete y hacha en la Cooperativa Aroma. A su retorno del Canadá, comprobó en Washington que el representante boliviano ante la ONU había recogido los 30.000 para la CBF, aduciendo que se trataba del mismo proyecto. Según evaluó la ONU, en Cotoca se había invertido 700.000 dólares, 4 tractores, 6 camiones, técnicos, equipos de orientación y asistencia, y sin embargo los resultados habían sido menores que los de la Cooperativa Aroma, a la cual el gobierno destinó sólo 6.000 dólares.
“Todo era democrático”, recordaba don Eduardo; los líderes campesinos decían: “Todo lo que es malo en nuestro espíritu, nuestras malas costumbres, nuestras suciedades se han de quedar atrás del cerro, vamos a llegar aquí a ser otras personas y otro pueblo”. No bebían alcohol. Allí don Eduardo renovó su “enorme respeto por la coca, otro valor social”, porque veía cómo los campesinos cumplían sagradamente el rito del acullicu antes de iniciar la dura tarea del desmonte.
TESTIMONIO DE ÓSCAR ARZE LOUREIRO
Luego de una experiencia en el Chapare, fallida por las inclemencias del clima, Don Eduardo consiguió que la compañía La Loma, que era propiedad de los grandes mineros Aramayo y Hochschild, le donara 1.500 hectáreas para un proyecto de colonización. Recurrió luego a su hermano Óscar Arze Loureiro, agrónomo del Banco Agrícola, para el emprendimiento. Don Óscar secundó la iniciativa de su hermano con verdadero fervor. Ambos planificaron ciclos de trabajo rotativo que cumplían los colonos transplantados de Ana Rancho y Carcaje. Los primeros colonos se alojaron en un galpón de La Loma, y cada madrugada, don Óscar encabezaba el grupo que caminaba ocho kilómetros de día y ocho de vuelta cantando en quechua. De este modo chaquearon las primeras 20 a 30 hectáreas de la Cooperativa Aroma, que fueron sembradas con maíz. De ese primer intento sólo quedaron Gregorio, Carmelo, Tomás y José Delgadillo, a cargo de las 20 hectáreas.
Don Óscar recuerda con aprecio a don Juan Pereira, administrador de La Loma, que le facilitó la desgranadora de la finca para la primera cosecha. Llevaron el maíz en camión a la feria de Cliza y lo vendieron a precio rebajado para sorpresa de los pobladores que habían desacreditado el proyecto. Pudieron incluso pagar algún dinero a quienes sólo participaron del desmonte de los terrenos y el ejemplo sirvió para reclutar otro contingente de 14 colonos, que viajaron en un viejo camión donado por la Corporación Boliviana de Fomento, al cual bautizaron con el nombre de Federico, porque su modelo era Federal. Allí comenzó la asignación de tierras, a veinte hectáreas por colono a ambos lados del camino abierto, donde plantaron yuca, camote y maní. Don Óscar consiguió buena semilla del Punto Cuarto –organismo de cooperación norteamericana—para sembrar tomates que luego vendían a los técnicos franceses del Ingenio Guabirá en construcción. Luego ampliaron sus cultivos con cebolla, lechuga y coliflor, que enriquecieron la dieta familiar. En este estado de funcionamiento, el Presidente Paz Estenssoro visitó la Cooperativa y quedó encantado del proyecto, según testimonio de don Eduardo, porque luego ordenó que se les proporcionara tres máquinas Caterpillar para desmontar.
Los campesinos no recibieron dinero, sino alimentos que proveía la CBF desde el almacén de Guabirá. Las decisiones se tomaban democráticamente en asambleas generales, a diferencia de otros proyectos de colonización, como el que tenía a su cargo el Ejército en Cuatro Ojitos, que fracasaron. En suma, la experiencia de la Cooperativa Aroma inició la colonización del Oriente y transplantó a la gente más valiosa de Ana Rancho, Ucureña y otros distritos, que portaron sus altos valores de solidaridad y reciprocidad.
¿Por qué aceptaban irse? Don Óscar da una valiosa respuesta. “¿Por qué se han venido? Te decían: Porque el valle de Cochabamba no sirve para nada, es seco, no produce nada cuando no llueve y estamos fregados, tenemos que irnos a las minas a trabajar. Toditos somos exmineros, toditos tenemos tuberculosis, porque nos hemos enfermado en las minas; otros hemos ido a la Argentina, a zafras de caña, nos han explotado, nos han hecho trabajar, nos han pagado mal. Aquí somos dueños de nuestro destino, y aquí vamos a morir.”
EN MÉXICO
Si alguna vez tuvo militancia orgánica, fue en el efímero Partido Socialista Obrero de Bolivia. Corrían los años 40 y don Eduardo tuvo la oportunidad de vivir en México. De su estancia en el país hermano destacaba sus conversaciones con Trotsky, el jefe del Ejército Rojo, a quien el Presidente Lázaro Cárdenas concedió asilo ante la persecución de José Stalin. Don Eduardo recordaba invariablemente la consulta que le había hecho al líder ruso sobre la experiencia del Sindicato Agrario y sobre Elizardo Pérez. El comentario de Trotsky fue elogioso: “Usted ha acertado y tiene toda la razón en proyectar la organización de ese arrendamiento en la forma en que lo ha hecho, teniendo en cuenta en buena parte la tradición que, al ser observada por los mismos campesinos y haber una defensa de la misma, produce un entendimiento y un mismo lenguaje que hablar. El paso que ha dado ese campesinado es histórico porque es una transición del feudalismo al régimen liberal. Esta es una tendencia mundial, y por la situación en que se encuentra Bolivia está muy necesitada de ingresar a un sistema liberal efectivo.” Trotsky era hombre de inmensa cultura y de amplios conocimientos de historia, sociología y economía.
En México trabajó junto a Alipio Valencia Vega, abogado y politólogo paceño, en la Laguna Agrícola, proyecto mimado por el Presidente Cárdenas, quien le había dotado de créditos bancarios y donde 30.000 familias asentadas practicaban el trabajo colectivo. Sin embargo, allí y luego en Torreón, comprobó que los campesinos no se sentían contentos. Se quejaban de la maquinización y de ser sólo números en las estadísticas oficiales.
EN ESTADOS UNIDOS Y COSTA RICA
En 1945 don Eduardo trabajó en el Servicio Interamericano de Educación Rural (SLIER), cuyo director era Ernesto E. Maes, que apreció la obra de Elizardo Pérez después de realizar una gira de inspección minuciosa de los núcleos escolares en Bolivia que le parecieron un espejo de la organización campesina. Como experto del SLIER trabajó con el sociólogo Olen. E. Leonard [CONFIRMAR NOMBRE] haciendo investigaciones de sociología aplicada en Warisata, Caquiaviri, Chullpas (Cliza), Vacas y las provincias Santiesteban y Warnes, del Departamento de Santa Cruz. El trabajo de campo sirvió para publicar dos libros de gran distribución continental: “Cantón Chullpas” y “Santa Cruz”. El célebre investigador recomendó a don Eduardo para obtener una beca en la Universidad del Estado de Michigan, donde obtuvo un masterado en sociología y antropología. Allí conoció la sociología aplicada; efectuó observaciones sutiles sobre la sociedad norteamericana bajo la política de New Deal, de Roosevelt. Muchos años después, esa referencia le serviría para condenar el neoliberalismo concentrador de la riqueza.
A mediados de los 50s, don Eduardo era Jefe de Educación Rural en Bolivia y fue promovido al Departamento de Bienestar Rural del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (OEA). El mismo año viajó a Costa Rica para aplicar una experiencia similar a la de Elizardo Pérez en Warisata. Su centro de acción inicial fue el Distrito de Turrialba y el programa se llamó “Cursillo de educación escuela-comunidad”, que involucraba a extensionistas, profesores de medicina y normalistas. La obra colectiva de los caseríos de Turrialba, La Suiza, Atirro y otros, que utilizaba el método de la discusión cooperativa, preconizado por don Eduardo, se tradujo en la construcción de pupitres, el cultivo de huertos escolares y huertos familiares, y la adquisición de un generador de electricidad que mejoró notablemente la calidad de vida de esas poblaciones. Muchos años después recordaba cómo el Municipio de Turrialba, luego de celebrar consultas a la comunidad, se decidió por crear una banda de música, y para ello contrató a un profesor de música que cambió la vida de muchos pobladores. Las anécdotas de su experiencia en Costa Rica son múltiples: siguiendo invariablemente el mismo método comunitario, don Eduardo propició la construcción de letrinas secas en Aquiares, así como la adquisición de cuatro máquinas de coser y la contratación de una costurera experta que permitió abrir un taller comunitario de corte y confección en beneficio de los niños de la comunidad.
COLOMBIA
En 1962 trabajó intensamente en la región cafetera de Colombia y se interesó por la revolución verde que allí había tenido lugar por iniciativa de la Federación de cafeteros, que prestaban asistencia técnica múltiple a los pequeños propietarios con 200 agrónomos y otros técnicos. Don Eduardo incorporó el sistema de trabajo con grupos, la discusión cooperativa y la toma democrática de decisiones que eran los instrumentos básicos de su metodología. Era inevitable comparar aquel desarrollo en el vecino país con el destino de la Reforma Agraria en Bolivia. Según don Eduardo, “el campesino debía transformarse mediante la discusión de sus problemas en grupos pequeños, locales, para tomar las decisiones, ejecutarlas y controlarlas”, porque la comunidad era el sujeto primordial de la Reforma Agraria; pero lamentó que, en lugar de ello, se erigiera un imperio de caciques: José Rojas en Cliza, Bautista en Punata, un Arze en Quillacollo, Sinforoso Rivas en Ayopaya, “pulpos insaciables” que vendían tierra y bienes y aprovechaban la producción del agro en calidad de rescatiris.
La experiencia de don Eduardo en Colombia como integrante de un equipo de expertos internacionales duró más de 20 años y se concentró en el Departamento de Caldas, a solicitud de la Federación Nacional de Cafeteros de dicho departamento que habían impulsado progresos genéticos del café, que proporcionaron rendimientos entre 4 y 8 veces más grandes. Su centro de acción se llama hoy Fundación Manuel Mejía, un centro educativo que consagra la memoria de un conocido dirigente de dicha Federación.
VENEZUELA
El Dr. Remo di Natale narra experiencias similares de don Eduardo en Venezuela, donde ambos vivieron en la misma época, entre las cuales bastará una para medir la conmovedora calidad humana de nuestro biografiado.
“Era don Eduardo una persona de gran pulcritud y sencillez, de hablar respetuoso y pausado, sonrisa amable y de un reír que le brotaba espontáneo al contar detalles de acciones y circunstancias que le cupo protagonizar o conocer a lo largo de una vida siempre rica en experiencias relacionadas con el campo y los campesinos, en países tan diferentes, entre sí, como Estados Unidos, Costa Rica, Colombia, Venezuela y Bolivia. […] Un día me mostró un texto de lectura que él había preparado para niños campesinos. Tenía por título “Pepito el Travieso”. Previamente, investigó cuáles eran las palabras mejor conocidas por el niño campesino por ser las más usadas en su ámbito familiar. Ese texto debía sustituir al producido, con alto costo, por un asesor norteamericano, que no le resultaba comprensible al niño campesino, desconocedor del significado de palabras que nunca utilizaba. El Mácaro carecía de una partida presupuestaria que le permitiera la edición de ese libro en imprenta. Por lo tanto, dentro de los recursos disponibles, se hizo el texto en el antiguo mecanismo multigrafiador, deficiente antecesor de la actual fotocopia. Contenía, el libro, varios dibujos que don Eduardo se pasó el trabajo de colorear uno por uno. Asombrado por el enorme esfuerzo que significaba esa tarea, le pregunté cuántos ejemplares contenía la edición y me respondió que dos mil. Al advertirle el largo tiempo que sería necesario para concluir el trabajo, en horas distintas a las de las clases que dictaba, me dijo, muy resignado, que no tenía otra opción ya que las figuritas no coloreadas no despiertan el mismo interés que el motivado por los dibujos en colores y añadió que ya había concluido cincuenta ejemplares y le quedaban por colorear sólo mil novecientos cincuenta y que, además, contaba con la cooperación de doña Mechita y de su hijo Carlos, que estudiaba en otro país pero pasaba con ellos una breve vacación.”
Con razón el Dr. Di Natale recoge el comentario de su colega, el Dr. Raimundo Grigoriú sobre la personalidad de Arze Loureiro: “Don Eduardo es una persona de gran saber y experiencia y a pesar de no ser cristiano, posee un sentido apostólico de vida que muchos cristianos debiéramos tener”.
Don Eduardo fue, sin duda, un apóstol de la redención del campesino indígena mediante el trabajo y la educación rural. Su devoción por encontrar un modelo de desarrollo del agro que se basara en el trabajo comunitario y la democracia interna proyectaron su imagen al exterior. Sin embargo, los bolivianos nos portamos ingratos con su memoria, pues no hay un monumento en Ucureña o una calle o plazuela o avenida en Cochabamba, o una Normal rural que lleven su nombre.
A más de tres décadas de la Reforma Agraria, el Presidente Hernán Siles Zuazo designó a don Eduardo Asesor Agrario de la Presidencia, y en tal condición elaboró un Proyecto de Ley de Actualización de la Ley de Reforma Agraria, que consta de 320 artículos, que no prosperó porque el Presidente Siles acortó su mandato.
Don Eduardo vivió sus últimos años en Cochabamba, cobijado por la devoción de su esposa y de sus hijos. “Llenaba sus horas con distracciones sencillas como la de jugar ajedrez. Tenía un grupo de amigos con quienes se reunía en casa para intercambiar opiniones políticas e intelectuales. Formó parte de la Asociación Quechua, donde recibía muchísima consideración. Escribió algo de sus memorias, pero la fibrosis pulmonar le acortó la vida no permitiéndole acabarlas”, según el cálido recuerdo de su hija Beatriz Arze de Houmard.
Conocí al Dr. Eduardo Arze Loureiro, siendo un hombre digno de admirar, inteligente y gran persona difícil de encontrar hoy en día. Lo consideré como un abuelo, pues se interesó por la educación extracurricular de mi hermana y yo, dándonos clases de inglés, composición, ortografía y otros; sin ningún interés, solo por los lazos de amistad que tuvo con mi padre, José Seifer Gómez, quien fue alumno suyo en la Fundación Manuel Mejía, algunos años atrás.
ResponderEliminarEscribo desde Colombia, enviando un saludo a su familia.
Gracias por recordar a mi abuelo de esa manera, yo soy la nieta de Eduardo Arze Loureiro, hija de Carlos Arze Achá. Gracias por los saludos, le diré a mi papi.
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