viernes, 9 de junio de 2023

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EL NIETO (DEL LIBRO DE CUENTOS: APOCALIPSIS, por Ramón RocHa Monroy)

EL NIETO.

El taxi aéreo tardó en llegar: había una manifestación. Dick la miró con desprecio cuando bajaba del taxi en la terraza del edificio y dijo: Je, soberanía, después de tantos años que los invadimos.

Un siglo antes no había forma de ganar una elección; la democracia les hacía ganarlas todas. Un capitán de marina sugirió invadirlos y establecer una dictadura, todo para tomar el salar, el depósito de litio si no más rico, uno de los más ricos y extensos del mundo. Una transnacional se adjudicó la explotación y ganaba un chingo de bitcoins, como se llamaba la moneda mundial. Allí abajo, a las puertas del edificio, un grupo de gente se manifestaba contra los giros increíbles que la transnacional hacía al norte, pero el gobierno ya había enviado a la policía, que los bombardearía desde el aire, según se dijo Dick, el ejecutivo de la trans.

Dos empleados solícitos lo saludaron y Dick bajó por un ascensor; se roció con alcohol las manos: los dos empleados las habían estrechado, y aunque eran blancos, Dick no toleraba el contacto. Debían ser nuevos, porque los antiguos conocían las fobias de Dick y evitaban todo contacto con su cuerpo, pero se deshacían en ademanes y sonrisas quizá más serviles.<

Pasó la junta ejecutiva y Dick subió a otro coche aéreo, que traía el logotipo de la empresa, de su empresa. Le esperaba un viaje al Salar, viaje largo, así que el chofer accionó unos retropropulsores, que convirtieron al coche en un super jet: 1.000 kilómetros por hora hasta llegar a la inmensa pampa del salar, donde debía inspeccionar la explotación.

Dick descendió al salar: una piscina inmensa, excavada en varios metros, qué digo, decenas o quizá centenas de metros turbaba la paz del salar. Máquinas excavadoras continuaban las 24 horas su ruido infernal e inmensas volquetas transportaban la sal a unos aviones también gigantes, que despegaban continuamente llevándose la sal cargada de litio. Pero ese ruido ensordecedor a Dick le encantaba. Mira que concentrar en este pequeño país tanto litio, se dijo, y eso que no se había explorado, ¿o sí?, las altas montañas que circundaban el altiplano, para saber qué minerales escondían.

Potosí a estas horas…Estarían temblando de frío, sin energía, sin luz, solo con los potentes reflectores que alumbraban lo que había quedado del Cerro rico, el primero en ser explotado a cielo abierto, pese a los esfuerzos del comité cívico, que continuamente protestaban sin eco alguno, gracias al señuelo del pleno empleo y con buenos salarios, que quitaba base a la misma Federación de Mineros.

Uyuni era una ciudad fantasma, ya sin habitantes no obstante ser el puerto seco del país; pero ya nada podía hacerse para rescatarla.

--Brrr, qué frío –se quejó Dick; hacía unos 40 bajo cero--. Debe ser por nuestra intervención.

Vio las ruinas de los hoteles de sal y se dijo que todo turismo en la zona había fracasado, no se colara entre ellos algún ecologista; no había nada salvo la explotación de litio de la trans y eso había cortado el equilibrio del clima en la zona, que nunca había sido tan frío. Dick se consoló al entrar a las instalaciones subterráneas de su oficina, donde había un clima templado, aunque artificial.

Aquí no hay problemas laborales, ni leyes ni, se dijo Dick: Todos ganan lo suficiente para vivir, a condición de que no armaran ningún sindicato. Y recordó la manifestación urbana contra sus oficinas, convocada por esa Central Obrera, que no representaba ni al 1 por ciento, qué digo, ni al 0,01 por ciento del país.

Dick ingresó a las oficinas del yacimiento, un ambiente muy iluminado con luz blanca, donde el ruido exterior se filtraba apenas. Lo esperaba una llamada desde su laptop. Era su operador de la capital que le transfirió al Departamento Técnico. Un gringo sonriente, cómo no, le dijo que en las montañas habían encontrado uranio. ¿Se imaginaba Dick cuánto ganarían? Y no solo eso: también los minerales consabidos ahora que todo se explotaba a rajo abierto. Le costó a Dick no haberse enterado de las enormes riquezas ya explotadas en las montañas. Es cierto que las explotaciones masivas a rajo abierto habían extremado la sequía y sobre todo el clima, nunca tan frío como ahora; pero las ganancias de las trans iban en aumento y compensaban ampliamente la inversión en el pleno empleo. Los servicios públicos se habían reducido: ciudades como Cochabamba ya no tenían el agua de Misicuni, una represa desierta de agua y a punto de quebrarse, se dijo Dick sonriendo. Ahora la ciudad recibía el agua de Corani, que era bastante cara. La instalación era gratuita, cómo no, pero el usuario se uncía al consumo cada vez más caro del agua, por supuesto bajo el control de una trans.

Dick imaginó el oriente de tierras bajas, donde pastaba el ganado de exportación a Rusia y China. Otra trans, esta vez con rusos y chinos socios, había sustituido el esfuerzo general. ¿Y los cocaleros? Habían desaparecido desde que el nuevo gobierno decretó la organización de una corporación estatal, que se encargaría de sembrar coca y procesarla hasta convertirla en clorhidrato de cocaína, 99 por ciento puro, que el Estado exportaba al mercado internacional. ¿Corrupción? Ja. ¿Qué significaba lo que robaban los gobernantes frente a la ingente riqueza de las trans por la explotación de todos, digo todos, los recursos naturales?

Nada era lo de antes: al inicio, hubo protestas y manifestaciones, sobre todo cuando vivía el “líder de los pueblos”, pero cuando murió colgado de un farol, como Villarroel, hace dos o tres generaciones, y cuando las tropas invadieron este pequeño gran país, todo mejoró: los descontentos fueron contratados con excelentes sueldos. Aquí no se hacía nada gratis; todo tenía su paga. Y los pocos ricos se fueron al exterior a gozar su fortuna. Con un buen depósito en los paraísos fiscales evadían impuestos y vivían de jugosos intereses. Todos excepto el nieto o bisnieto del “líder de los pueblos”, que se atrevía a convocar a una manifestación.

 

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Le tenían mucho respeto; se notaba enseguida. No aclaraban por qué: quizá porque era el nieto (¿o el bisnieto?) del “líder de los pueblos”. Era bastante joven; en todo caso, más joven que todos los que conformaban ese grupo de aguerridos, entre los cuales no faltaba un hombre de 80 años, tres mujeres de 60 y quizá más. Pero lo respetaban. El abuelo o bisabuelo había hecho respetar la soberanía y la oposición no podía con el voto popular, siempre favorable al abuelo o a su fórmula. Los opositores comenzaban a desilusionarse de la democracia: perdían en las urnas, inventaban un fraude electoral o decían que “el pueblo” estaba muy descontento con el gobierno. En el fondo, desconfiaban de la democracia, porque ellos querían el “gobierno de los mejores”, la aristocracia, pero en realidad querían aplicar todo su ingenio para atender sus intereses y no los de esa mayoría ignara.

Todo parecía eternizarse con la democracia, pero llegaron los invasores armados hasta los dientes y con un organismo internacional que simulaba una participación colectiva; y detrás de ellos, los ejecutivos de las trans, no todos gringos, hay que decirlo, porque también había rusos y chinos con mucho dinero para invertir.

Por esos y otros motivos fue gestándose la resistencia, que enarbolaba consignas antiguas, como la soberanía, que las nuevas generaciones no entendían. Al cabo, el nieto o bisnieto convocó a un ampliado de emergencia y a él acudían los viejos militantes con el mayor sigilo.

Me río cuando uso esa expresión: con el mayor sigilo, porque mi padre, que nació en el año 1 del siglo 20 decía que, herido y trasladado a Villamontes, comprobó que un estafeta convocaba a los oficiales al putero, y decía que todos debían ir “con el mayor sigilo”, como si fuera el nombre de otro oficial. Esto ocurrió en la guerra del Chaco, hacía más de un siglo.

Total, que el nieto o bisnieto convocaba a ese ampliado de emergencia, para informarles que todas y todos debían entrar a la clandestinidad.

--¿En qué año estamos?

--En el 2022.

--¿De qué siglo?

--23.

--Hermanos: Tenemos que entrar a la clandestinidad. ¿Saben qué es eso? Es dividirse por células de a cinco. ¿Y saben por qué? Porque nadie hoy puede hacerse el gallito y resistir la tortura para no decir nada. Hoy te inoculan la droga de la verdad y cantas con guitarra y todo. Pero eso era en cuanto a la represión, porque en nuestro campo inventamos la compartimentación. ¿Saben qué es eso? Es que cada uno de los cinco sabe un poco de la verdad, pero no toda. Y así, si uno falta a la reunión, todos se desbandan. Irán a la hora en punto, pero si no está el hermano, se harán chinka.

Como no le entendían, el nieto continuó:

--Esto ocurrió, a ver, a mediados del siglo 20, cuando Argelia quiso lograr su independencia de Francia. Entonces, los franceses crearon la OAS, un organismo oficial represor, que estrenó en Argelia la droga de la verdad. Al final, Argelia ganó y los franceses ofrecieron sus servicios a los norteamericanos en la guerra de Vietnam. Pero los argelinos también inventaron la compartimentación. Por si acaso, cuando se realizaron los juicios contra los dictadores y torturadores argentinos, ellos pretextaron que los asesores militares eran franceses y fungían en la embajada como agregados. Eran alumnos de alguien que instruyó a la inteligencia de Estados Unidos en Washington y en Vietnam. Eso ocurrió cuando enjuiciaron al general Bignone, presidente, y a los torturadores de la escuela de mecánica de la armada.

 

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A Dick le esperaba otra reunión en la capital. La policía había actuado con eficiencia al dispersar la manifestación, pero el nieto había huido y nada, ni las torturas, obligarían a los detenidos a revelar algo que no sabían.

En una junta muy bien iluminada, todos los ejecutivos de la empresa cuidaban el butacón mayor y en el pizarrón había un mapa de nuestro país, por supuesto en video.

--Todo el país está copado—dijo el expositor yéndose al grano: de norte a sur y de este a oeste. No todos los planes del gobierno pasado eran malos, solo que tenían por cabeza al Estado. Hoy solo existe el mercado, es decir, el monopolio de las transnacionales. El corredor biocéanico, por ejemplo, una gran idea, ha sido construido por una cadena de trans, que se reparten su administración. Así los dos océanos están unidos por la parte más angosta del subcontinente, que ocupaba este pequeño gran país, maldecido quizás por la historia y la política, pero bendecido por la geografía y la economía. Las trans quisieron anular las aduanas, pero el consejo de trans, que en realidad gobierna este país, je je, decidió que había que conservar para los naturales, lo mismo que el contrabando, para darles la ilusión de que son soberanos.

Todo el corredor está plagado de hoteles de cinco estrellas, todos privados, y de servicios mecánicos y otros, todos también privados.

El gas. Hubo hace como no sé cuántos siglos (tal vez solo uno) dificultades de exportar gas a los países vecinos, pero desde que se consiguió el primer proyecto de fracking, la exploración se resolvió incluso con el hallazgo de petróleo pesado, bueno para elaborar diésel. Hoy este país es realmente el distribuidor de energía del subcontinente, y en eso debemos honrar la memoria de los gobernantes anteriores, solo que todo está en manos de las trans. El gas tiene reservorios en el Chaco, Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz, incluso en las tierras bajas de Cochabamba. Se ha explorado todo lo explorable y las reservas alcanzan cifra estratosféricas, todo, claro, en manos de las trans.

Dije que al personal del anterior gobierno había que calificarle de, no sé, pionero, porque la planta de urea y amoniaco, la separadora de líquidos, la represa sobre el río Ivirizu, el satélite, la carretera al Beni eran buenos proyectos, solo que administrados por el Estado, que había elevado la inversión pública. Es cierto que ya no se puede trasladar la planta de urea a la frontera, pero con la construcción de la carretera al Beni hemos unido el mercado interno y hoy la urea y el amoniaco circulan entre el Beni y Santa Cruz, y hacen más fértiles las tierras. Pero las decisiones las tomó una de las trans. Además, ya no hay cocaleros, solo jornaleros del Estado, que siembran coca para la corporación y han inundado de cocales todo resquicio donde pueda producirse. La separadora de líquidos nos permite tener recipientes de plástico para todo uso, claro que con precios del mercado. Merece nuestra atención el proyecto de represa sobre el río Ivirizu, que tan bien lo consiguió una empresa china. China misma pidió administrar el proyecto, es decir, con una trans china, y se les adjudicó. Hoy somos exportadores de electricidad en todo el subcontinente gracias a las represas sobre el Ivirizu, el Bala y otras regiones de la rica red fluvial del Beni.

Hoy nadie podría quejarse de la situación económica, pues hay sobre empleo, a sueldos bajos, es cierto, pero un minero que gana mil dólares mes, ¿no es verdad que está bien pagado? Es como la quinta parte de un obrero gringo, pero para este país, ¿no es suficiente? Además, no tributamos nada: tenemos arancel cero para atraer la inversión extranjera y el gobierno hace lo que nosotros queremos. Allá ellos con su ilusión de soberanía, con sus instituciones, desfiles y bloqueos, allá con las discusiones parlamentarias. Eso los mantiene distraídos en un ejercicio inútil. A veces las arcas están vacías, pero para eso el consejo de trans se hace cargo de la planilla oficial, desde el presidente hasta el último corregidor.

 

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Los hermanos se felicitaron de los conocimientos del nieto. Habían acordado llamarlo así: el nieto. Como él, el abuelo era un líder astuto, que supo usar el voto popular para los fines políticos de su partido. En ese tiempo, se necesitaba un partido que transara entre varias posiciones y obtuviera la línea resultante. Un partido ch’eje, claro, que no debía inclinarse ni por unos ni por otros; pero todas esas ilusiones democráticas habían terminado con la invasión militar y con la entrega de la administración al consejo de trans, de transnacionales, aunque se disimulara con la existencia de un gobierno soberano, que no decidía nada.

El nieto salió por la puerta de servicio y como un ciudadano más tomó taxi. Era su manera de estar en la clandestinidad, o la clandes, simplemente. Se fue a un barrio popular y allí lo esperaba el catre viejo, los phullus heredados de su padre y los alcayates que sostenían la ropa en colgadores improvisados; pero también una hermana jovencita, que lo recibió con un beso y aprontó la cena.

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La cena era un picante mixto muy equilibrado. El nieto comía picante, y aunque corrigió con llajua el sabor de algunas presas, que era hacer más picante lo picante, sonrió de satisfacción y no reprimió un Mmmm, seguido de un beso. Carol aprovechó para interponerse a horcajadas entre el plato y él y besarlo con la boca abierta, lamiendo esas encías, esos dientes y esa lengua picantes. El nieto percibió un cambio en la entrepierna, se incorporó con ella a horcajadas y la tumbó en el lecho. Terminaron y Carol le consultó: ¿Te lo caliento, mi amor?

El nieto estaba cansado después de un día intenso. Entró al dormitorio: una de las dos habitaciones de la casa: la ya descrita y una puertecita que el nieto empujó y se derrumbó en su catre. Antes de dormir, vio el poster que adornaba una de las paredes: un rico asalariado mostraba bitcoins y el lema decía: Todos por un mundo trans.<

Esa era la palabra que lo resumía todo: trans, un mundo trans, el consejo de trans al poder mundial. Se entiende de transnacionales, se dijo el nieto antes de dormir. Del modo más manso, Carol se acurrucó junto a él y acabó por dormirse, no sin antes alistar la muda de atleta que a las cinco de la mañana vestiría el nieto. <

A las cinco de la mañana sonó el despertador con una melodía antigua pero típica nacional. El nieto apagó el despertador y salió de la casa: al aire libre, donde hacía todavía frío, se sentó en el remo y a poco hacía grandes ejercicios. Carol despertó, se arrebujó en un salto de cama de un color rojo subido. No se puso calzón porque sabía lo que le esperaba cuando él saliera de la ducha.<

Vio por la reja del patio que un taxi llegaba y que el conductor reclinaba su asiento y se disponía a dormir. Eso lo hizo para concentrarse luego en los miembros sudorosos del nieto, que no eran demasiado musculosos, ni sus piernas, que eran delgadas pero consistentes cuando el nieto jugaba fútbol. Carol sintió humedad en su cuerpo: bajó la mano, se tocó y estaba húmeda, propicia para lo que viniera

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Dick tenía mucho trabajo: el día íntegro ocupado. Sin embargo, ganaba un millón de dólares al año, y eso era poco si comparaba con lo que ganaban otros ejecutivos en otros países. Pero en este país, nadie gana más que yo, se dijo.<

Escuchó el intercomunicador con imagen, donde una mujer joven, sumamente atractiva, y blanca por añadidura, le anunciaba con dulce voz que la señorita Meneses había llegado. Le instruyó que pasara y al verla no pudo reprimir un gesto: digamos que tenía buenas piernas, pero éstas eran muy cortas; la nariz era aguileña, los ojos forzadamente agrandados por pestañas postizas, y pare de contar. Nada que indujera a enamorarla, pero a los criollos los enloquecía. Le ofreció asiento y un whisky, que ella aceptó con una sonrisa. Al menos su sonrisa era agradable, pensaría Dick. Se sentó junto a ella y bebieron juntos, él canchero, ella con una tos que logró dominar. Bueno, continuó Dick, soy todo oídos.<

--Mi nombre es Carol Meneses, mucho gusto –dijo la muchacha y se le acabó el aplomo.

--Sé por qué viniste –dijo Dick --.Y bueno, a partir de hoy estás contratada. No necesitas venir acá ni cumplir horario -- Le dijo a la muchacha cuánto ganaría por mes; la muchacha no pudo reprimir su sorpresa y a continuación sonrió. Luego se fue y Dick comenzó a considerarla atractiva, pero luego el holograma de su secretaria lo sobresaltó: esa sí estaba como quería, y lo peor de todo, es que sonreía y miraba sensualmente.<

Todo se había “normalizado” en el planeta desde que el verdadero poder fue sustituido por el Consejo Mundial Trans. China y Rusia entraron en el negocio porque tenían incontables trans, que apoyaron la decisión positiva oficial: era un gobierno paralelo y secreto, que tomaba las decisiones, aunque hubiera gobiernos en la tierra. Allá ellos con sus ombudsman, su reforma judicial, su pacto fiscal, su autonomía, todas esas y otras monsergas de la democracia. Hoy se buscaba en el Planeta la Normalidad, la Estabilidad: qué hermoso hubiera sido sustituir la consigna Por un mundo trans, por las consignas por un mundo normal, por un mundo estable, pero era imposible recoger los miles de millones de afiches con esa foto del asalariado satisfecho y esa consigna trans, que la empresa de Dick, perdón, la trans de Dick, había impreso como una contribución al nuevo orden mundial, orden que ningún manifestante trasnochado había de socavar.

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Dick subió al vehículo que lo llevaría a dictar una conferencia en una escuela pública. Lo recibieron unos estudiantes solícitos, que no se ahorraban una sola muestra de cariño. En particular, las muchachas estaban guapísimas y un poco adelante comprobó que ellas tenían piernas largas y esbeltas y culos sabrosos. Se prometió una aventura con una de ellas. <

Una vez que fue presentado por una estudiante, que leyó un extenso curriculum, Dick ocupó la cátedra y comenzó:<

--Ustedes ni se imaginan cómo era el mundo hace nada más que uno o dos siglos. Hubo entusiastas de conseguir con su voto un Presidente negro: él haría lo que nadie antes a favor de los humildes. Sin embargo, ese Presidente comandó a la extinta OTAN a invadir Libia. Mejor dicho, él no decidió nada, sino quienes tenían el poder, quienes decidían. Entonces se vio con claridad que hacía rato que el poder estaba en manos de las transnacionales. En esos siglos de respeto por las formas, je, había lo que se llamó “el complejo militar industrial”. Entonces muchos relacionadores públicos se volvieron lobbies, es decir, aquellos que visitaban a los representantes en el Congreso y les ofrecían quedarse en sus puestos a cabio de leyes. Todo aquí ya era privado, las armas, aviones, cohetes y uniformes también. Para invadir Libia se necesitaba 700 Exocett, cada uno a mil millones de dólares. Por supuesto, de fabricación privada, que una ley determinó su compra inmediata. Un uniforme de la reconstrucción de Irak costaba 100 mil dólares, porque todo estaba computarizado, lo mismo el casco que el uniforme mismo. Y como era de una transnacional, se dictó una ley para adquirir cuanto antes cientos, qué diré, miles de uniformes. Del mismo modo se procedió con las armas convencionales, los aviones y los portaaviones.<

Pero si el poder está en manos de las transnacionales (de las trans, para simplificar) ¿por qué fingir, por qué respetar los ritos democráticos? Aquí ven al Presidente negro condecorando a la gente de color: nada que ponga en riesgo el sistema. Para eso: que los Estados jueguen su juego, su soberanía, su autodeterminación, sus autonomías. Que nos convirtamos en fieles servidores de la democracia. Pero había un elemento difícil: ¿cómo conciliar a las trans si entre ellas había la más sorda competencia por tener millones, qué digo, miles de millones de utilidades?<

Aquí debo hacer una digresión: ¿ustedes han oído hablar de la “mano secreta” del mercado para regular la economía? ¿No? Es la columna vertebral del liberalismo: hay una mano oculta del mercado que regula la economía mediante la ley de la oferta y la demanda. Por tanto, hay una política económica básica: la libre competencia. Pero esa fue una utopía del liberalismo que nadie cumplió: menos las trans. Se necesitaba, pues, que las trans se pusieran de acuerdo en constituir un consejo mundial, una suerte de gobierno detrás del gobierno, que ya existía, solo que no había que referirse a esto. Había que expropiar a los agitadores la causa de su auge en el llamado Tercer Mundo: el desempleo, la pobreza, el analfabetismo, que el consejo de trans podía resolver renunciando a una ínfima parte de sus ganancias para generar pleno empleo en todo el planeta. ¿Pero a cambio de qué? De dejar que las trans decidieran en todo el planeta, sobre todo en materia económica. Teníamos un pequeño país con la reserva de litio más grande del planeta y una cordillera de los Andes con cientos de minerales, que no eran explotados por un oscuro sentimiento de soberanía y, vamos a decirlo, por preservar el paisaje: no permitir la explotación a rajo abierto. ¿Pero qué hacer con los agitadores? Pues eliminarlos. ¿Cómo? Creando un cuerpo militar internacional que garantice la estabilidad del sistema. Así se invadió el planeta entero, se echó a los agitadores, se creó pleno empleo y, a cambio, se pudo explotar el litio y la cordillera de los Andes a rajo abierto. Se descubrieron minerales radiactivos, como el uranio, el polonio, tantos otros y en cantidades considerables para que las trans se sintieran satisfechas.

¿Cómo se llamaban los invasores? Ingresaron a nuestro país como un Cuerpo Internacional Disuasorio. Era evidente que la batuta estaba al Norte: Rusia y China admitieron, entre muchos otros países, la conformación de una fuerza internacional. La situación del planeta estaba en manos de esa fuerza…y del consejo de trans, que daba órdenes secretas.<

Había, pues, una sola fuerza disuasoria y un solo consejo mundial; había un pequeño porcentaje de billetes para generar empleo seguro en todo el planeta, y esa nueva realidad había liquidado los sindicatos, las centrales obreras, las federaciones y confederaciones de trabajadores de la ciudad y el campo. <

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A ese panorama tenía que enfrentar el nieto, que ahora salía de la ducha completamente desnudo y tumbaba en el catre a Carol y le hacía el mañanero, pero quizá demasiado rápido porque estaba atrasado y ya lo esperaba el taxi, el taxista ya despierto y al volante. ¿Adónde irían esos músculos y ese cerebro? Carol no lo sabía y solo esperaba solícita en esas dos habitaciones, tan solícita que no se había cuidado y aquella mañana quería hablarle de eso. Pero el nieto salió de casa muy apurado.<

No bien terminó la entrevista, Carol se precipitó al primer baño que encontró a vomitarlo todo. Era pura bilis, pues no soportaba ningún alimento. Se puso colorete en las mejillas para simularse chaposa y salió con un rostro nuevo: quizá su delgadez producto del ayuno la hacía más atractiva, se dijo, y comenzó a contonearse exageradamente.

Llegando a casa, luego de un viaje eterno en minibús, se dirigió al baño, corrió el cerrojo y sacó de su cartera una prueba de embarazo: daba positivo. ¿Y ahora cómo le diría al nieto? ´Él sacaba y metía dos y hasta tres veces diarios, con alegre inconciencia, y nunca le preguntó si.

Era el padre de su niño y eso cambiaba la figura. ¿Cómo, justo ahora, se le había ocurrido ir a la cita con Dick? Se prometió no volver y esperó con ansias la oscuridad, cuando llegara esa mezcla de cerebro y músculos, urgido de tocarla, de abrazarla, de tumbarla. ¿Se estaba enamorando? Quizá eso no era amor sino ¿encule? Carol sonrió solita al repetir esa palabra: encule. ¡Cómo retozaba cuando el nieto la cogía! Se mojaba de solo recordar, como ahora que se le había pasado la indisposición. Se tocó abajo y estaba tan húmeda que comenzó a masturbarse. Total, cuando él llegara le pediría que se diera la vuelta. La primera vez dolió mucho, la segunda también; pero luego de una botella de vino que ambos tomaron, Carol le urgió a que la penetrara por atrás y que la inundara de leche. Sin crema: ese chisguete que él traía en las manos y lo agitaba en el aire: Hoy traje cremita. Era Lidocaína, que el nieto le esparcía introduciéndole un dedo. Y al final, el esfínter dolía casi nada. Pero ¿qué podía hacer alguien cuyo miembro medía 12, cuando más 15, cuando había hombres que medían 30 centímetros? Claro que el recto tenía 40: lo había leído en una revista, mientras la vagina solo era de 15 o 20 centímetros.

Aquella tarde se le hizo interminable. ¡Cómo ansiaba que de una vez lo trajera un taxi! Pero pasaron dos, tres, cuatro días y el nieto no apareció. Se había acabado el alimento y ni noticia de él. Eso y la cercanía de la paga (cada 15 días) la determinó a buscar a Dick.

Para su sorpresa. Dick no estaba enojado con ella; al contrario, la recibió con amplia sonrisa y le ofreció asiento.

--¿Y, cómo te fue?

Carol trató de disculpar su ausencia.

--No necesitas hacerlo –dijo Dick--. Ni venir acá sino cuando tengas información.

Le alcanzó un sobre con su sueldo: más de lo que ella ganaba mensualmente.

--Es tu primera paga. No vuelvas acá si no tienes información.

--Quizá no vuelva más –se atrevió a decir.

--¿Y eso?

Carol dudó en decir que estaba embarazada, pero al fin lo dijo. Del desconcierto, Dick pasó a la más espléndida sonrisa.

--¡No me digas! ¡Magnífico! –estalló--. Así lo tendrás más cerca al nieto.

Dick le dio algunas instrucciones: le preguntó si gozaba haciendo el amor con él y cuando supo que sintió los primeros síntomas del embarazo al visitarlo por primera vez, rió como nunca.

Carol se fue satisfecha: por curiosidad contó los billetes y, en efecto, eran como  mil más que lo que ganaba mensualmente. Y solo por una quincena. Iba a subir al minibús, pero tomó un taxi: eso podía permitirse ahora.

 

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A Dick no se le borraba la sonrisa y, un rato después, sus ojos detectaron un folder que decía escuetamente: El Nieto. ¡Cuánto tiempo habría estado en su despacho y él ni se fijó! Tomó el folder y lo abrió: era un informe sobre el nieto, cuál era su procedencia y cuáles sus actividades subversivas. Al parecer, uno o dos siglos antes, en la era democrática, el abuelo (¿o bisabuelo) había sembrado zozobra con el voto popular, que siempre lo favorecía, a él o a su partido. La oposición se hallaba tan dividida, que por más que lanzara como consigna todos contra el abuelo, éste ganaba de todas todas. El abuelo tenía las mismas costumbres que el nieto: hacía deporte, en especial fútbol, pero también pesas y atletismo. Había vivido más de 100 años hasta que murió de un infarto. Vinieron otros descendientes sin la menor trascendencia, excepto que practicaban deportes, hasta que nació ese que para abreviar conocían bajo el nombre de El Nieto. Educado con una beca, se había formado en el exterior y hoy estaba en este país para promover agitación. Habían ingresado a la clandestinidad (que, para abreviar, llamaban clandes) y no se conocía su paradero.

Dick sonrió: ahora sí se sabría dónde estaba, y Dick obsequiaría el dato al nuevo sistema, el gobierno del consejo de las trans, cuya estabilidad era vital. El hombre había vivido en tribus; de éstas, había pasado a las confederaciones, a las ciudades, a las naciones, a los Estados nacionales y, por último, al consejo de las trans, que administraba el planeta por encima de los gobiernos nacionales con sus ritos democráticos.

--Ahora sí que hay superestado, y nada ni nadie conspirará contra la estabilidad del nuevo sistema –se dijo Dick.

Llamó a su secretaria y le dijo que llamara al jefe de seguridad, ahora mismo.

 

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Carol descendió del taxi en un barrio pobre y desierto. La cerradura de la reja sonó como si no hubiera otro ruido que la ensordeciera. Cerró la reja y se encaminó a la puerta de entrada: ocurrió lo mismo, la cerradura que se abría y su sonido, como si fuera el único en esta soledad. Cerró la puerta y se sentó en el único butacón a mano. ¡Cómo le dolía la ausencia del nieto! ¿Era amor lo que sentía por él o solo encule? Quizá la seguridad que le daba su compañía. No tener que preocuparse de vivir a diario. ¿Volvería a casa de sus papis? ¿Con esa barriga? Quedó adormilada como hasta medianoche: nada, ni un solo ruido tras la puerta.

Así paso una, dos semanas en esa rutina, hasta que de las sombras de una calle apareció el nieto. No dijo nada, solo la volvió de espaldas, le izó el vestido y la penetró. Podía ser un desconocido pero no: era él. Terminó y se fue adentro. La esperaba sentado a la mesa. Ni siquiera le preguntó qué había cocinado. Solo le dijo que la tira andaba cerca y que no lo vería por un buen tiempo, quizás nunca. Carol creyó que era su obligación decirle que esperaba un niño, pero él no se inmutó: la miró en silencio, tomó su gorra y se marchó.

 

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Tres tipos la siguieron a Carol. Dieron con el cuartito donde ella esperaba la llegada del nieto. Ingresaron a patadas al interior y le propinaron de inicio una paliza preventiva, como ellos la definían. Luego la ataron a una silla y sintieron cómo se le aflojaban los esfínteres de puro terror.<

--¡Cochina! ¡Eso no se hace sin permiso! ¿Así aprendiste modales? –le dijo el que parecía el jefe, quien ordenó que la desataran y a ella que corriera al baño a asearse. Cuando Carol volvió, el jefe le ordenó que se desnudara.

--Vamos a ver si te aseaste –dijo.

La revisó a conciencia y cuando vio el coño casi lampiño y no obstante natural, sacó su miembro en silencio y lo irguió.

--Vamos a ver qué tanto te bañaste –dijo y la penetró. Mientras se movía no cesaba de decir: ¿Así gozabas cuando el nieto te la hacía?

La violación fue suave frente a lo que se vino después. En su informe de viva voz, el jefe incluyó que le habían quemado con cigarrillo los senos y el rostro, hasta que se desmayó.

--La desudamos enterita. Notamos que estaba embarazada. La hicimos sentar en un bloque de huelo. Y nada.

--Así que esperamos a que se recobrara y decidimos inyectarle la droga de la verdad.

--¿Y qué dijo? –preguntó Dick.<

--Nada. No dijo nada. Comprobamos así que no sabía.<

--¿El paradero del nieto? –se preguntó Dick.<

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Año Nuevo. La gente lo recibía con champán. Dick se dijo: Un año pleno. El consejo de las trans garantizaba la Estabilidad en el planeta. Una estabilidad para que las trans hicieran negocios. Claro que tenía, ¿cómo lo dijo ese gangster de la serie que vio en TV? Ah, sí, “una piedra en el zapato”. Una piedrita menuda que le impedía gozar de un año pleno: el paradero del nieto.<

--Pobre de él –se dijo--. Mira que comparar al consejo de las trans con el superestado minero feudal, que ocurrió ¿hace cuánto? ¿Uno o dos siglos?


EL NIETO.

El taxi aéreo tardó en llegar: había una manifestación. Dick la miró con desprecio cuando bajaba del taxi en la terraza del edificio y dijo: Je, soberanía, después de tantos años que los invadimos.

Un siglo antes no había forma de ganar una elección; la democracia les hacía ganarlas todas. Un capitán de marina sugirió invadirlos y establecer una dictadura, todo para tomar el salar, el depósito de litio si no más rico, uno de los más ricos y extensos del mundo. Una transnacional se adjudicó la explotación y ganaba un chingo de bitcoins, como se llamaba la moneda mundial. Allí abajo, a las puertas del edificio, un grupo de gente se manifestaba contra los giros increíbles que la transnacional hacía al norte, pero el gobierno ya había enviado a la policía, que los bombardearía desde el aire, según se dijo Dick, el ejecutivo de la trans.

Dos empleados solícitos lo saludaron y Dick bajó por un ascensor; se roció con alcohol las manos: los dos empleados las habían estrechado, y aunque eran blancos, Dick no toleraba el contacto. Debían ser nuevos, porque los antiguos conocían las fobias de Dick y evitaban todo contacto con su cuerpo, pero se deshacían en ademanes y sonrisas quizá más serviles.<

Pasó la junta ejecutiva y Dick subió a otro coche aéreo, que traía el logotipo de la empresa, de su empresa. Le esperaba un viaje al Salar, viaje largo, así que el chofer accionó unos retropropulsores, que convirtieron al coche en un super jet: 1.000 kilómetros por hora hasta llegar a la inmensa pampa del salar, donde debía inspeccionar la explotación.

Dick descendió al salar: una piscina inmensa, excavada en varios metros, qué digo, decenas o quizá centenas de metros turbaba la paz del salar. Máquinas excavadoras continuaban las 24 horas su ruido infernal e inmensas volquetas transportaban la sal a unos aviones también gigantes, que despegaban continuamente llevándose la sal cargada de litio. Pero ese ruido ensordecedor a Dick le encantaba. Mira que concentrar en este pequeño país tanto litio, se dijo, y eso que no se había explorado, ¿o sí?, las altas montañas que circundaban el altiplano, para saber qué minerales escondían.

Potosí a estas horas…Estarían temblando de frío, sin energía, sin luz, solo con los potentes reflectores que alumbraban lo que había quedado del Cerro rico, el primero en ser explotado a cielo abierto, pese a los esfuerzos del comité cívico, que continuamente protestaban sin eco alguno, gracias al señuelo del pleno empleo y con buenos salarios, que quitaba base a la misma Federación de Mineros.

Uyuni era una ciudad fantasma, ya sin habitantes no obstante ser el puerto seco del país; pero ya nada podía hacerse para rescatarla.

--Brrr, qué frío –se quejó Dick; hacía unos 40 bajo cero--. Debe ser por nuestra intervención.

Vio las ruinas de los hoteles de sal y se dijo que todo turismo en la zona había fracasado, no se colara entre ellos algún ecologista; no había nada salvo la explotación de litio de la trans y eso había cortado el equilibrio del clima en la zona, que nunca había sido tan frío. Dick se consoló al entrar a las instalaciones subterráneas de su oficina, donde había un clima templado, aunque artificial.

Aquí no hay problemas laborales, ni leyes ni, se dijo Dick: Todos ganan lo suficiente para vivir, a condición de que no armaran ningún sindicato. Y recordó la manifestación urbana contra sus oficinas, convocada por esa Central Obrera, que no representaba ni al 1 por ciento, qué digo, ni al 0,01 por ciento del país.

Dick ingresó a las oficinas del yacimiento, un ambiente muy iluminado con luz blanca, donde el ruido exterior se filtraba apenas. Lo esperaba una llamada desde su laptop. Era su operador de la capital que le transfirió al Departamento Técnico. Un gringo sonriente, cómo no, le dijo que en las montañas habían encontrado uranio. ¿Se imaginaba Dick cuánto ganarían? Y no solo eso: también los minerales consabidos ahora que todo se explotaba a rajo abierto. Le costó a Dick no haberse enterado de las enormes riquezas ya explotadas en las montañas. Es cierto que las explotaciones masivas a rajo abierto habían extremado la sequía y sobre todo el clima, nunca tan frío como ahora; pero las ganancias de las trans iban en aumento y compensaban ampliamente la inversión en el pleno empleo. Los servicios públicos se habían reducido: ciudades como Cochabamba ya no tenían el agua de Misicuni, una represa desierta de agua y a punto de quebrarse, se dijo Dick sonriendo. Ahora la ciudad recibía el agua de Corani, que era bastante cara. La instalación era gratuita, cómo no, pero el usuario se uncía al consumo cada vez más caro del agua, por supuesto bajo el control de una trans.

Dick imaginó el oriente de tierras bajas, donde pastaba el ganado de exportación a Rusia y China. Otra trans, esta vez con rusos y chinos socios, había sustituido el esfuerzo general. ¿Y los cocaleros? Habían desaparecido desde que el nuevo gobierno decretó la organización de una corporación estatal, que se encargaría de sembrar coca y procesarla hasta convertirla en clorhidrato de cocaína, 99 por ciento puro, que el Estado exportaba al mercado internacional. ¿Corrupción? Ja. ¿Qué significaba lo que robaban los gobernantes frente a la ingente riqueza de las trans por la explotación de todos, digo todos, los recursos naturales?

Nada era lo de antes: al inicio, hubo protestas y manifestaciones, sobre todo cuando vivía el “líder de los pueblos”, pero cuando murió colgado de un farol, como Villarroel, hace dos o tres generaciones, y cuando las tropas invadieron este pequeño gran país, todo mejoró: los descontentos fueron contratados con excelentes sueldos. Aquí no se hacía nada gratis; todo tenía su paga. Y los pocos ricos se fueron al exterior a gozar su fortuna. Con un buen depósito en los paraísos fiscales evadían impuestos y vivían de jugosos intereses. Todos excepto el nieto o bisnieto del “líder de los pueblos”, que se atrevía a convocar a una manifestación.

 

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Le tenían mucho respeto; se notaba enseguida. No aclaraban por qué: quizá porque era el nieto (¿o el bisnieto?) del “líder de los pueblos”. Era bastante joven; en todo caso, más joven que todos los que conformaban ese grupo de aguerridos, entre los cuales no faltaba un hombre de 80 años, tres mujeres de 60 y quizá más. Pero lo respetaban. El abuelo o bisabuelo había hecho respetar la soberanía y la oposición no podía con el voto popular, siempre favorable al abuelo o a su fórmula. Los opositores comenzaban a desilusionarse de la democracia: perdían en las urnas, inventaban un fraude electoral o decían que “el pueblo” estaba muy descontento con el gobierno. En el fondo, desconfiaban de la democracia, porque ellos querían el “gobierno de los mejores”, la aristocracia, pero en realidad querían aplicar todo su ingenio para atender sus intereses y no los de esa mayoría ignara.

Todo parecía eternizarse con la democracia, pero llegaron los invasores armados hasta los dientes y con un organismo internacional que simulaba una participación colectiva; y detrás de ellos, los ejecutivos de las trans, no todos gringos, hay que decirlo, porque también había rusos y chinos con mucho dinero para invertir.

Por esos y otros motivos fue gestándose la resistencia, que enarbolaba consignas antiguas, como la soberanía, que las nuevas generaciones no entendían. Al cabo, el nieto o bisnieto convocó a un ampliado de emergencia y a él acudían los viejos militantes con el mayor sigilo.

Me río cuando uso esa expresión: con el mayor sigilo, porque mi padre, que nació en el año 1 del siglo 20 decía que, herido y trasladado a Villamontes, comprobó que un estafeta convocaba a los oficiales al putero, y decía que todos debían ir “con el mayor sigilo”, como si fuera el nombre de otro oficial. Esto ocurrió en la guerra del Chaco, hacía más de un siglo.

Total, que el nieto o bisnieto convocaba a ese ampliado de emergencia, para informarles que todas y todos debían entrar a la clandestinidad.

--¿En qué año estamos?

--En el 2022.

--¿De qué siglo?

--23.

--Hermanos: Tenemos que entrar a la clandestinidad. ¿Saben qué es eso? Es dividirse por células de a cinco. ¿Y saben por qué? Porque nadie hoy puede hacerse el gallito y resistir la tortura para no decir nada. Hoy te inoculan la droga de la verdad y cantas con guitarra y todo. Pero eso era en cuanto a la represión, porque en nuestro campo inventamos la compartimentación. ¿Saben qué es eso? Es que cada uno de los cinco sabe un poco de la verdad, pero no toda. Y así, si uno falta a la reunión, todos se desbandan. Irán a la hora en punto, pero si no está el hermano, se harán chinka.

Como no le entendían, el nieto continuó:

--Esto ocurrió, a ver, a mediados del siglo 20, cuando Argelia quiso lograr su independencia de Francia. Entonces, los franceses crearon la OAS, un organismo oficial represor, que estrenó en Argelia la droga de la verdad. Al final, Argelia ganó y los franceses ofrecieron sus servicios a los norteamericanos en la guerra de Vietnam. Pero los argelinos también inventaron la compartimentación. Por si acaso, cuando se realizaron los juicios contra los dictadores y torturadores argentinos, ellos pretextaron que los asesores militares eran franceses y fungían en la embajada como agregados. Eran alumnos de alguien que instruyó a la inteligencia de Estados Unidos en Washington y en Vietnam. Eso ocurrió cuando enjuiciaron al general Bignone, presidente, y a los torturadores de la escuela de mecánica de la armada.

 

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A Dick le esperaba otra reunión en la capital. La policía había actuado con eficiencia al dispersar la manifestación, pero el nieto había huido y nada, ni las torturas, obligarían a los detenidos a revelar algo que no sabían.

En una junta muy bien iluminada, todos los ejecutivos de la empresa cuidaban el butacón mayor y en el pizarrón había un mapa de nuestro país, por supuesto en video.

--Todo el país está copado—dijo el expositor yéndose al grano: de norte a sur y de este a oeste. No todos los planes del gobierno pasado eran malos, solo que tenían por cabeza al Estado. Hoy solo existe el mercado, es decir, el monopolio de las transnacionales. El corredor biocéanico, por ejemplo, una gran idea, ha sido construido por una cadena de trans, que se reparten su administración. Así los dos océanos están unidos por la parte más angosta del subcontinente, que ocupaba este pequeño gran país, maldecido quizás por la historia y la política, pero bendecido por la geografía y la economía. Las trans quisieron anular las aduanas, pero el consejo de trans, que en realidad gobierna este país, je je, decidió que había que conservar para los naturales, lo mismo que el contrabando, para darles la ilusión de que son soberanos.

Todo el corredor está plagado de hoteles de cinco estrellas, todos privados, y de servicios mecánicos y otros, todos también privados.

El gas. Hubo hace como no sé cuántos siglos (tal vez solo uno) dificultades de exportar gas a los países vecinos, pero desde que se consiguió el primer proyecto de fracking, la exploración se resolvió incluso con el hallazgo de petróleo pesado, bueno para elaborar diésel. Hoy este país es realmente el distribuidor de energía del subcontinente, y en eso debemos honrar la memoria de los gobernantes anteriores, solo que todo está en manos de las trans. El gas tiene reservorios en el Chaco, Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz, incluso en las tierras bajas de Cochabamba. Se ha explorado todo lo explorable y las reservas alcanzan cifra estratosféricas, todo, claro, en manos de las trans.

Dije que al personal del anterior gobierno había que calificarle de, no sé, pionero, porque la planta de urea y amoniaco, la separadora de líquidos, la represa sobre el río Ivirizu, el satélite, la carretera al Beni eran buenos proyectos, solo que administrados por el Estado, que había elevado la inversión pública. Es cierto que ya no se puede trasladar la planta de urea a la frontera, pero con la construcción de la carretera al Beni hemos unido el mercado interno y hoy la urea y el amoniaco circulan entre el Beni y Santa Cruz, y hacen más fértiles las tierras. Pero las decisiones las tomó una de las trans. Además, ya no hay cocaleros, solo jornaleros del Estado, que siembran coca para la corporación y han inundado de cocales todo resquicio donde pueda producirse. La separadora de líquidos nos permite tener recipientes de plástico para todo uso, claro que con precios del mercado. Merece nuestra atención el proyecto de represa sobre el río Ivirizu, que tan bien lo consiguió una empresa china. China misma pidió administrar el proyecto, es decir, con una trans china, y se les adjudicó. Hoy somos exportadores de electricidad en todo el subcontinente gracias a las represas sobre el Ivirizu, el Bala y otras regiones de la rica red fluvial del Beni.

Hoy nadie podría quejarse de la situación económica, pues hay sobre empleo, a sueldos bajos, es cierto, pero un minero que gana mil dólares mes, ¿no es verdad que está bien pagado? Es como la quinta parte de un obrero gringo, pero para este país, ¿no es suficiente? Además, no tributamos nada: tenemos arancel cero para atraer la inversión extranjera y el gobierno hace lo que nosotros queremos. Allá ellos con su ilusión de soberanía, con sus instituciones, desfiles y bloqueos, allá con las discusiones parlamentarias. Eso los mantiene distraídos en un ejercicio inútil. A veces las arcas están vacías, pero para eso el consejo de trans se hace cargo de la planilla oficial, desde el presidente hasta el último corregidor.

 

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Los hermanos se felicitaron de los conocimientos del nieto. Habían acordado llamarlo así: el nieto. Como él, el abuelo era un líder astuto, que supo usar el voto popular para los fines políticos de su partido. En ese tiempo, se necesitaba un partido que transara entre varias posiciones y obtuviera la línea resultante. Un partido ch’eje, claro, que no debía inclinarse ni por unos ni por otros; pero todas esas ilusiones democráticas habían terminado con la invasión militar y con la entrega de la administración al consejo de trans, de transnacionales, aunque se disimulara con la existencia de un gobierno soberano, que no decidía nada.

El nieto salió por la puerta de servicio y como un ciudadano más tomó taxi. Era su manera de estar en la clandestinidad, o la clandes, simplemente. Se fue a un barrio popular y allí lo esperaba el catre viejo, los phullus heredados de su padre y los alcayates que sostenían la ropa en colgadores improvisados; pero también una hermana jovencita, que lo recibió con un beso y aprontó la cena.

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La cena era un picante mixto muy equilibrado. El nieto comía picante, y aunque corrigió con llajua el sabor de algunas presas, que era hacer más picante lo picante, sonrió de satisfacción y no reprimió un Mmmm, seguido de un beso. Carol aprovechó para interponerse a horcajadas entre el plato y él y besarlo con la boca abierta, lamiendo esas encías, esos dientes y esa lengua picantes. El nieto percibió un cambio en la entrepierna, se incorporó con ella a horcajadas y la tumbó en el lecho. Terminaron y Carol le consultó: ¿Te lo caliento, mi amor?

El nieto estaba cansado después de un día intenso. Entró al dormitorio: una de las dos habitaciones de la casa: la ya descrita y una puertecita que el nieto empujó y se derrumbó en su catre. Antes de dormir, vio el poster que adornaba una de las paredes: un rico asalariado mostraba bitcoins y el lema decía: Todos por un mundo trans.<

Esa era la palabra que lo resumía todo: trans, un mundo trans, el consejo de trans al poder mundial. Se entiende de transnacionales, se dijo el nieto antes de dormir. Del modo más manso, Carol se acurrucó junto a él y acabó por dormirse, no sin antes alistar la muda de atleta que a las cinco de la mañana vestiría el nieto. <

A las cinco de la mañana sonó el despertador con una melodía antigua pero típica nacional. El nieto apagó el despertador y salió de la casa: al aire libre, donde hacía todavía frío, se sentó en el remo y a poco hacía grandes ejercicios. Carol despertó, se arrebujó en un salto de cama de un color rojo subido. No se puso calzón porque sabía lo que le esperaba cuando él saliera de la ducha.<

Vio por la reja del patio que un taxi llegaba y que el conductor reclinaba su asiento y se disponía a dormir. Eso lo hizo para concentrarse luego en los miembros sudorosos del nieto, que no eran demasiado musculosos, ni sus piernas, que eran delgadas pero consistentes cuando el nieto jugaba fútbol. Carol sintió humedad en su cuerpo: bajó la mano, se tocó y estaba húmeda, propicia para lo que viniera

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Dick tenía mucho trabajo: el día íntegro ocupado. Sin embargo, ganaba un millón de dólares al año, y eso era poco si comparaba con lo que ganaban otros ejecutivos en otros países. Pero en este país, nadie gana más que yo, se dijo.<

Escuchó el intercomunicador con imagen, donde una mujer joven, sumamente atractiva, y blanca por añadidura, le anunciaba con dulce voz que la señorita Meneses había llegado. Le instruyó que pasara y al verla no pudo reprimir un gesto: digamos que tenía buenas piernas, pero éstas eran muy cortas; la nariz era aguileña, los ojos forzadamente agrandados por pestañas postizas, y pare de contar. Nada que indujera a enamorarla, pero a los criollos los enloquecía. Le ofreció asiento y un whisky, que ella aceptó con una sonrisa. Al menos su sonrisa era agradable, pensaría Dick. Se sentó junto a ella y bebieron juntos, él canchero, ella con una tos que logró dominar. Bueno, continuó Dick, soy todo oídos.<

--Mi nombre es Carol Meneses, mucho gusto –dijo la muchacha y se le acabó el aplomo.

--Sé por qué viniste –dijo Dick --.Y bueno, a partir de hoy estás contratada. No necesitas venir acá ni cumplir horario -- Le dijo a la muchacha cuánto ganaría por mes; la muchacha no pudo reprimir su sorpresa y a continuación sonrió. Luego se fue y Dick comenzó a considerarla atractiva, pero luego el holograma de su secretaria lo sobresaltó: esa sí estaba como quería, y lo peor de todo, es que sonreía y miraba sensualmente.<

Todo se había “normalizado” en el planeta desde que el verdadero poder fue sustituido por el Consejo Mundial Trans. China y Rusia entraron en el negocio porque tenían incontables trans, que apoyaron la decisión positiva oficial: era un gobierno paralelo y secreto, que tomaba las decisiones, aunque hubiera gobiernos en la tierra. Allá ellos con sus ombudsman, su reforma judicial, su pacto fiscal, su autonomía, todas esas y otras monsergas de la democracia. Hoy se buscaba en el Planeta la Normalidad, la Estabilidad: qué hermoso hubiera sido sustituir la consigna Por un mundo trans, por las consignas por un mundo normal, por un mundo estable, pero era imposible recoger los miles de millones de afiches con esa foto del asalariado satisfecho y esa consigna trans, que la empresa de Dick, perdón, la trans de Dick, había impreso como una contribución al nuevo orden mundial, orden que ningún manifestante trasnochado había de socavar.

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Dick subió al vehículo que lo llevaría a dictar una conferencia en una escuela pública. Lo recibieron unos estudiantes solícitos, que no se ahorraban una sola muestra de cariño. En particular, las muchachas estaban guapísimas y un poco adelante comprobó que ellas tenían piernas largas y esbeltas y culos sabrosos. Se prometió una aventura con una de ellas. <

Una vez que fue presentado por una estudiante, que leyó un extenso curriculum, Dick ocupó la cátedra y comenzó:<

--Ustedes ni se imaginan cómo era el mundo hace nada más que uno o dos siglos. Hubo entusiastas de conseguir con su voto un Presidente negro: él haría lo que nadie antes a favor de los humildes. Sin embargo, ese Presidente comandó a la extinta OTAN a invadir Libia. Mejor dicho, él no decidió nada, sino quienes tenían el poder, quienes decidían. Entonces se vio con claridad que hacía rato que el poder estaba en manos de las transnacionales. En esos siglos de respeto por las formas, je, había lo que se llamó “el complejo militar industrial”. Entonces muchos relacionadores públicos se volvieron lobbies, es decir, aquellos que visitaban a los representantes en el Congreso y les ofrecían quedarse en sus puestos a cabio de leyes. Todo aquí ya era privado, las armas, aviones, cohetes y uniformes también. Para invadir Libia se necesitaba 700 Exocett, cada uno a mil millones de dólares. Por supuesto, de fabricación privada, que una ley determinó su compra inmediata. Un uniforme de la reconstrucción de Irak costaba 100 mil dólares, porque todo estaba computarizado, lo mismo el casco que el uniforme mismo. Y como era de una transnacional, se dictó una ley para adquirir cuanto antes cientos, qué diré, miles de uniformes. Del mismo modo se procedió con las armas convencionales, los aviones y los portaaviones.<

Pero si el poder está en manos de las transnacionales (de las trans, para simplificar) ¿por qué fingir, por qué respetar los ritos democráticos? Aquí ven al Presidente negro condecorando a la gente de color: nada que ponga en riesgo el sistema. Para eso: que los Estados jueguen su juego, su soberanía, su autodeterminación, sus autonomías. Que nos convirtamos en fieles servidores de la democracia. Pero había un elemento difícil: ¿cómo conciliar a las trans si entre ellas había la más sorda competencia por tener millones, qué digo, miles de millones de utilidades?<

Aquí debo hacer una digresión: ¿ustedes han oído hablar de la “mano secreta” del mercado para regular la economía? ¿No? Es la columna vertebral del liberalismo: hay una mano oculta del mercado que regula la economía mediante la ley de la oferta y la demanda. Por tanto, hay una política económica básica: la libre competencia. Pero esa fue una utopía del liberalismo que nadie cumplió: menos las trans. Se necesitaba, pues, que las trans se pusieran de acuerdo en constituir un consejo mundial, una suerte de gobierno detrás del gobierno, que ya existía, solo que no había que referirse a esto. Había que expropiar a los agitadores la causa de su auge en el llamado Tercer Mundo: el desempleo, la pobreza, el analfabetismo, que el consejo de trans podía resolver renunciando a una ínfima parte de sus ganancias para generar pleno empleo en todo el planeta. ¿Pero a cambio de qué? De dejar que las trans decidieran en todo el planeta, sobre todo en materia económica. Teníamos un pequeño país con la reserva de litio más grande del planeta y una cordillera de los Andes con cientos de minerales, que no eran explotados por un oscuro sentimiento de soberanía y, vamos a decirlo, por preservar el paisaje: no permitir la explotación a rajo abierto. ¿Pero qué hacer con los agitadores? Pues eliminarlos. ¿Cómo? Creando un cuerpo militar internacional que garantice la estabilidad del sistema. Así se invadió el planeta entero, se echó a los agitadores, se creó pleno empleo y, a cambio, se pudo explotar el litio y la cordillera de los Andes a rajo abierto. Se descubrieron minerales radiactivos, como el uranio, el polonio, tantos otros y en cantidades considerables para que las trans se sintieran satisfechas.

¿Cómo se llamaban los invasores? Ingresaron a nuestro país como un Cuerpo Internacional Disuasorio. Era evidente que la batuta estaba al Norte: Rusia y China admitieron, entre muchos otros países, la conformación de una fuerza internacional. La situación del planeta estaba en manos de esa fuerza…y del consejo de trans, que daba órdenes secretas.<

Había, pues, una sola fuerza disuasoria y un solo consejo mundial; había un pequeño porcentaje de billetes para generar empleo seguro en todo el planeta, y esa nueva realidad había liquidado los sindicatos, las centrales obreras, las federaciones y confederaciones de trabajadores de la ciudad y el campo. <

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A ese panorama tenía que enfrentar el nieto, que ahora salía de la ducha completamente desnudo y tumbaba en el catre a Carol y le hacía el mañanero, pero quizá demasiado rápido porque estaba atrasado y ya lo esperaba el taxi, el taxista ya despierto y al volante. ¿Adónde irían esos músculos y ese cerebro? Carol no lo sabía y solo esperaba solícita en esas dos habitaciones, tan solícita que no se había cuidado y aquella mañana quería hablarle de eso. Pero el nieto salió de casa muy apurado.<

No bien terminó la entrevista, Carol se precipitó al primer baño que encontró a vomitarlo todo. Era pura bilis, pues no soportaba ningún alimento. Se puso colorete en las mejillas para simularse chaposa y salió con un rostro nuevo: quizá su delgadez producto del ayuno la hacía más atractiva, se dijo, y comenzó a contonearse exageradamente.

Llegando a casa, luego de un viaje eterno en minibús, se dirigió al baño, corrió el cerrojo y sacó de su cartera una prueba de embarazo: daba positivo. ¿Y ahora cómo le diría al nieto? ´Él sacaba y metía dos y hasta tres veces diarios, con alegre inconciencia, y nunca le preguntó si.

Era el padre de su niño y eso cambiaba la figura. ¿Cómo, justo ahora, se le había ocurrido ir a la cita con Dick? Se prometió no volver y esperó con ansias la oscuridad, cuando llegara esa mezcla de cerebro y músculos, urgido de tocarla, de abrazarla, de tumbarla. ¿Se estaba enamorando? Quizá eso no era amor sino ¿encule? Carol sonrió solita al repetir esa palabra: encule. ¡Cómo retozaba cuando el nieto la cogía! Se mojaba de solo recordar, como ahora que se le había pasado la indisposición. Se tocó abajo y estaba tan húmeda que comenzó a masturbarse. Total, cuando él llegara le pediría que se diera la vuelta. La primera vez dolió mucho, la segunda también; pero luego de una botella de vino que ambos tomaron, Carol le urgió a que la penetrara por atrás y que la inundara de leche. Sin crema: ese chisguete que él traía en las manos y lo agitaba en el aire: Hoy traje cremita. Era Lidocaína, que el nieto le esparcía introduciéndole un dedo. Y al final, el esfínter dolía casi nada. Pero ¿qué podía hacer alguien cuyo miembro medía 12, cuando más 15, cuando había hombres que medían 30 centímetros? Claro que el recto tenía 40: lo había leído en una revista, mientras la vagina solo era de 15 o 20 centímetros.

Aquella tarde se le hizo interminable. ¡Cómo ansiaba que de una vez lo trajera un taxi! Pero pasaron dos, tres, cuatro días y el nieto no apareció. Se había acabado el alimento y ni noticia de él. Eso y la cercanía de la paga (cada 15 días) la determinó a buscar a Dick.

Para su sorpresa. Dick no estaba enojado con ella; al contrario, la recibió con amplia sonrisa y le ofreció asiento.

--¿Y, cómo te fue?

Carol trató de disculpar su ausencia.

--No necesitas hacerlo –dijo Dick--. Ni venir acá sino cuando tengas información.

Le alcanzó un sobre con su sueldo: más de lo que ella ganaba mensualmente.

--Es tu primera paga. No vuelvas acá si no tienes información.

--Quizá no vuelva más –se atrevió a decir.

--¿Y eso?

Carol dudó en decir que estaba embarazada, pero al fin lo dijo. Del desconcierto, Dick pasó a la más espléndida sonrisa.

--¡No me digas! ¡Magnífico! –estalló--. Así lo tendrás más cerca al nieto.

Dick le dio algunas instrucciones: le preguntó si gozaba haciendo el amor con él y cuando supo que sintió los primeros síntomas del embarazo al visitarlo por primera vez, rió como nunca.

Carol se fue satisfecha: por curiosidad contó los billetes y, en efecto, eran como  mil más que lo que ganaba mensualmente. Y solo por una quincena. Iba a subir al minibús, pero tomó un taxi: eso podía permitirse ahora.

 

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A Dick no se le borraba la sonrisa y, un rato después, sus ojos detectaron un folder que decía escuetamente: El Nieto. ¡Cuánto tiempo habría estado en su despacho y él ni se fijó! Tomó el folder y lo abrió: era un informe sobre el nieto, cuál era su procedencia y cuáles sus actividades subversivas. Al parecer, uno o dos siglos antes, en la era democrática, el abuelo (¿o bisabuelo) había sembrado zozobra con el voto popular, que siempre lo favorecía, a él o a su partido. La oposición se hallaba tan dividida, que por más que lanzara como consigna todos contra el abuelo, éste ganaba de todas todas. El abuelo tenía las mismas costumbres que el nieto: hacía deporte, en especial fútbol, pero también pesas y atletismo. Había vivido más de 100 años hasta que murió de un infarto. Vinieron otros descendientes sin la menor trascendencia, excepto que practicaban deportes, hasta que nació ese que para abreviar conocían bajo el nombre de El Nieto. Educado con una beca, se había formado en el exterior y hoy estaba en este país para promover agitación. Habían ingresado a la clandestinidad (que, para abreviar, llamaban clandes) y no se conocía su paradero.

Dick sonrió: ahora sí se sabría dónde estaba, y Dick obsequiaría el dato al nuevo sistema, el gobierno del consejo de las trans, cuya estabilidad era vital. El hombre había vivido en tribus; de éstas, había pasado a las confederaciones, a las ciudades, a las naciones, a los Estados nacionales y, por último, al consejo de las trans, que administraba el planeta por encima de los gobiernos nacionales con sus ritos democráticos.

--Ahora sí que hay superestado, y nada ni nadie conspirará contra la estabilidad del nuevo sistema –se dijo Dick.

Llamó a su secretaria y le dijo que llamara al jefe de seguridad, ahora mismo.

 

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Carol descendió del taxi en un barrio pobre y desierto. La cerradura de la reja sonó como si no hubiera otro ruido que la ensordeciera. Cerró la reja y se encaminó a la puerta de entrada: ocurrió lo mismo, la cerradura que se abría y su sonido, como si fuera el único en esta soledad. Cerró la puerta y se sentó en el único butacón a mano. ¡Cómo le dolía la ausencia del nieto! ¿Era amor lo que sentía por él o solo encule? Quizá la seguridad que le daba su compañía. No tener que preocuparse de vivir a diario. ¿Volvería a casa de sus papis? ¿Con esa barriga? Quedó adormilada como hasta medianoche: nada, ni un solo ruido tras la puerta.

Así paso una, dos semanas en esa rutina, hasta que de las sombras de una calle apareció el nieto. No dijo nada, solo la volvió de espaldas, le izó el vestido y la penetró. Podía ser un desconocido pero no: era él. Terminó y se fue adentro. La esperaba sentado a la mesa. Ni siquiera le preguntó qué había cocinado. Solo le dijo que la tira andaba cerca y que no lo vería por un buen tiempo, quizás nunca. Carol creyó que era su obligación decirle que esperaba un niño, pero él no se inmutó: la miró en silencio, tomó su gorra y se marchó.

 

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Tres tipos la siguieron a Carol. Dieron con el cuartito donde ella esperaba la llegada del nieto. Ingresaron a patadas al interior y le propinaron de inicio una paliza preventiva, como ellos la definían. Luego la ataron a una silla y sintieron cómo se le aflojaban los esfínteres de puro terror.<

--¡Cochina! ¡Eso no se hace sin permiso! ¿Así aprendiste modales? –le dijo el que parecía el jefe, quien ordenó que la desataran y a ella que corriera al baño a asearse. Cuando Carol volvió, el jefe le ordenó que se desnudara.

--Vamos a ver si te aseaste –dijo.

La revisó a conciencia y cuando vio el coño casi lampiño y no obstante natural, sacó su miembro en silencio y lo irguió.

--Vamos a ver qué tanto te bañaste –dijo y la penetró. Mientras se movía no cesaba de decir: ¿Así gozabas cuando el nieto te la hacía?

La violación fue suave frente a lo que se vino después. En su informe de viva voz, el jefe incluyó que le habían quemado con cigarrillo los senos y el rostro, hasta que se desmayó.

--La desudamos enterita. Notamos que estaba embarazada. La hicimos sentar en un bloque de huelo. Y nada.

--Así que esperamos a que se recobrara y decidimos inyectarle la droga de la verdad.

--¿Y qué dijo? –preguntó Dick.<

--Nada. No dijo nada. Comprobamos así que no sabía.<

--¿El paradero del nieto? –se preguntó Dick.<

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Año Nuevo. La gente lo recibía con champán. Dick se dijo: Un año pleno. El consejo de las trans garantizaba la Estabilidad en el planeta. Una estabilidad para que las trans hicieran negocios. Claro que tenía, ¿cómo lo dijo ese gangster de la serie que vio en TV? Ah, sí, “una piedra en el zapato”. Una piedrita menuda que le impedía gozar de un año pleno: el paradero del nieto.<

--Pobre de él –se dijo--. Mira que comparar al consejo de las trans con el superestado minero feudal, que ocurrió ¿hace cuánto? ¿Uno o dos siglos?