viernes, 24 de septiembre de 2010

ANAYA ARZE, Ricardo

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ANAYA ARZE, Ricardo
1907-1997

Ricardo Anaya Arze nació en Cochabamba el 6 de febrero de 1907 y murió en la misma ciudad en 1997. Hijo de Franklin Anaya y María Arze, por línea paterna y materna integró familias oriundas de Tarata, de gran vuelo intelectual y larga memoria en la historia nacional. Fue el mayor de cinco hermanos –los otros eran: Franklin, arquitecto y musicólogo; Héctor, economista; Rafael, lingüista y musicólogo; Teresa; y una hermana mayor de padre, de nombre Célida.
La contribución de los Anaya al país en el campo de la producción intelectual y la docencia ha sido muy importante. Particularmente Franklin fue fundador del Instituto de Formación Musical “Eduardo Laredo”, que proporciona bachillerato en Artes, una de las experiencias pedagógicas que, junto a la de Warisata, constituyen la vanguardia de la educación nacional.
Ricardo Anaya se casó en primeras nupcias con Blanca Oblitas Velarde y tuvo dos hijos: Iván, muerto muy joven, y Vilma. Se casó luego con Lizzie Roth.
Abogado de profesión, Ricardo Anaya fue junto a su primo hermano José Antonio Arze uno de los grandes animadores del debate nacional y el movimiento universitario y político del “bienio rojo” 1928-1930, que desembocó en la conquista de la Autonomía Universitaria consagrada por la Constitución del 30, luego de un referéndum popular que la aprobó. Como consecuencia, Anaya fue el primer presidente de la Federación Universitaria Boliviana, Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Rector de la Universidad Mayor de San Simón. Fue diputado nacional durante ocho años, fundador y subjefe del Partido de la Izquierda Revolucionaria hasta 1952, senador por Cochabamba en el período 1966-69, Ministro de Minas y Petróleo y Canciller de la República en 1978.
En su larga carrera política, se caracterizó por el rigor expositivo del que hizo gala muy temprano, como redactor de importantes documentos que introdujeron el pensamiento marxista tanto en la política nacional y el movimiento sindical como en la enseñanza académica. Junto a Arze fue pionero en el análisis crítico de la historia y la actualidad bolivianas a la luz del materialismo dialéctico, y de ese modo ambos signaron el discurso de su tiempo, tanto en lo político como en lo académico, prácticamente hasta nuestros días, pues las vicisitudes históricas vividas en el escenario internacional de la segunda guerra mundial y la lucha contra el nazifascismo determinaron la insurgencia de otros protagonistas de la Revolución de 1952, relegando a Arze y Anaya del contacto con las masas, pero su pensamiento permeó no sólo el ideario y los programas de gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario, sino y sobre todo constituyó el discurso dominante en la universidad pública.
Ya en 1926, con “La justicia del inca”, Gustavo Adolfo Navarro (Tristán Marof) había lanzado la consigna “Tierras al indio, minas al Estado”, ratificada en su obra posterior: “La tragedia del altiplano” (1934) y “La verdad socialista en Bolivia” (1938). El trotskismo tuvo asimismo un precursor en José Aguirre Gainsborg, fundador del Partido Obrero Revolucionario, secundado más tarde por Guillermo Lora, historiador del movimiento obrero boliviano. Pero, en ese contexto, sobresale, junto a la obra enciclopédica de José Antonio Arze, el empeño organizativo e intelectual de Ricardo Anaya, tal como lo destaca el historiador colombiano Pablo Guadarrama González, para quien el documento “Nacionalización de las minas en Bolivia” (1952) es su obra “más aportativa”.
Continuadores de la labor de articular el marxismo al estudio de la realidad socioeconómica y étnica de Bolivia han sido Arturo Urquidi, autor de “La comunidad indígena” (1951), Abelardo Villalpando con “La cuestión del indio” y Miguel Bonifaz con “Derecho agrario indígena en Bolivia”, caso sin otro precedente que el de Mariátegui en el marxismo latinoamericano, por su interés en el problema del indio.
El marxismo fue utilizado no sólo por políticos e intelectuales de esa filiación, sino por muchos protagonistas de la Revolución del 1952, vinculados al Movimiento Nacional Revolucionario, que apelaron al marxismo “como valioso instrumento epistémico para la comprensión de la realidad boliviana”, según Guadarrama.

APORTES AL MARXISMO
En la “Introducción Sociológica al Programa y al Estatuto Orgánico del PIR”, José Antonio Arze planteó inicialmente una diferenciación con los partidos tradicionales, cuyos programas se basaban en principios abstractos heredados del liberalismo, no así en el estudio de la realidad nacional, y entonces proponía “estudiar marxísticamente las peculiaridades sociológicas de la nación boliviana. Caracterizando la sociedad incaica y el régimen colonial, fue quizá la voz inicial, pero sobre todo la más clara en su tiempo en caracterizar la Guerra de la Independencia como la “mera substitución del poder feudal de los encomenderos y burócratas peninsulares por el de los criollos semi-acomodados”, mientras “la gran masa de indios y la de mestizos pobres no ve cambiar su condición económica y puede comprobar que más bien ella ha empeorado”. Esta afirmación hubiera sentido mero sentido heurístico si a continuación Arze no proclamaba que a 115 años de la independencia (1940), las bases económicas de la nueva república seguían “casi tan feudales como en los tiempos de la Colonia”. Es la primera vez en nuestra historia que se expone de modo tan sistemático el conjunto de sobredeterminaciones extra nacionales que actúan sobre el curso de nuestra historia nacional una vez que Inglaterra y los Estados Unidos inician su política de expansión imperialista en Sudamérica. Los ingleses inician la penetración en los puertos más favorecidos por su situación geográfica (Argentina y Chile) y extienden sus tentáculos sobre Bolivia con la explotación de las salitreras que, hasta entonces, eran riquezas “más bien potenciales” para el país. A partir del estallido de la Guerra del Pacífico, la conexión ferroviaria con la cuenca oceánica y la aparición de la intermediación bancaria, Bolivia inicia su articulación financiera con el mercado mundial. La guerra del Acre es un episodio similar signado esta vez por otro recurso natural: el caucho. Las dos décadas de gobiernos liberales, particularmente las administraciones de Ismael Montes se acelera esta articulación financiera, signada por “hechos no poco catastróficos para los intereses de la nación: la renuncia al derecho de una propia comunicación marítima con el Pacífico (Tratado de 1904), acto claramente dictado por la avidez de obtener las compensaciones bancarias que se ofrecían a cambio de tan grave mutilación; la entrega, al través del leonino contrato Speyer de la explotación de los ferrocarriles al Imperialismo extranjero”... “y la complicidad verdaderamente criminal con que se permite crecer y ausentarse al extranjero la fortuna de algunos grandes mineros, y en especial de Patiño y de Aramayo, mediante la aplicación de una complaciente política fiscal que sólo dejará migajas al erario público y que no garantizará en forma alguna el aumento de salarios para los trabajadores mineros, creadores principales de las monstruosas utilidades de los reyes del estaño y del bismuto”, que conformarán una “pequeña oligarquía burocrática” ya tipificada por Saavedra con el nombre de “Rosca”.
Arze identifica asimismo el inicio de la penetración del imperialismo norteamericano con la primera guerra mundial y la apertura del Canal de Panamá coincidiendo con la administración de Bautista Saavedra que acepta el leonino empréstito Nicolaus, la concesión de yacimientos petrolíferos a la Standard Oil y la internacionalización del capital del magnate minero Patiño para eludir la presión fiscal del Estado boliviano. El examen de las administraciones posteriores hace hincapié en los avances de la penetración del capital norteamericano y el conflicto de intereses yanquis e ingleses entre la Standard Oil y la Royal Dutch Shell Co. que precipitó la Guerra del Chaco.
En ese contexto de reagrupamiento de las fuerzas oligárquicas luego de las experiencias socializantes de Toro y Busch inscribe el nacimiento del PIR en julio de 1940, como “auténtica vanguardia de las clases oprimidas de Bolivia”.
El “Programa del Partido de la Izquierda Revolucionaria” fue redactado por Ricardo Anaya y auspiciado por la Delegación de Cochabamba al Congreso de Izquierdas de Oruro, celebrado en 1940. Este es un documento medular, no obstante su concisión, porque incorpora al debate político nacional los conceptos de imperialismo y lucha de clases, se propone formar una conciencia nacional de contenido económico, caracteriza con un inusitado rigor conceptual el problema del indio y la tierra, la centralidad proletaria, el sindicalismo marxista, la reforma educativa y la lucha por la unidad nacional basada en la necesidad de compactar un frente contra el imperialismo. Y anticipa conceptos contemporáneos de las ciencias sociales como el desarrollo desigual, las economías de enclave y la sustitución de importaciones, así como conceptos marxistas como el de formación económico-social.
Desvirtúa en principio la objeción de que por no existir en Bolivia una burguesía nacional no se cumpla la lucha de clases ni influya en su vida económica, social y política el sistema universal de producción capitalista. La dependencia de Bolivia es indiscutible, pues es “un país semicolonial gravemente afectado por el imperialismo”. Los intereses de la gran minería son manejados “desde las grandes urbes”, y determinan que “al servicio de ese capitalismo situado en el extranjero, se muevan millares de obreros asalariados, típicamente proletarios”. Anaya identifica una sub-burguesía “gestora del imperialismo” en el comercio y en la industria y una clase feudal latifundista que usa un sistema servidumbral de explotación, ambas aliadas del imperialismo que sojuzgan a una gran masa de siervos indígenas, proletarios de las minas, obreros del transporte y las fábricas. Y entre esos polos, una clase media de artesanos, pequeños propietarios del campo, de las minas, de las industrias y del comercio, burócratas y empleados particulares. Pero junto a esta diferenciación económico social, Anaya postula otra “matizada por factores de orden étnico y cultural”, que le permite distinguir a blancos, cholos o mestizos e indios, diferenciados inclusive por la vestimenta, que, sin embargo, transitan a veces entre varias clases sociales.
Aquí Anaya se adelanta en décadas a la formulación del concepto de “formación económico social” cuando dice lo siguiente: “Esta complicación de la estructura clasista en Bolivia se explica por la todavía acentuada diferenciación de zonas geográficas y de grupos étnicos y por la coexistencia de procesos económicos truncados en sus posibilidades de pleno desarrollo histórico por la deformadora acción del imperialismo. En Bolivia conviven formas de economía preincaica, de tipo casi comunista primitivo, como el ayllu, junto a formas de economía colonial, de tipo feudal, como las que rigen en los latifundios y hasta junto a formas del más avanzado capitalismo, como las que ofrecen algunos grandes establecimientos mineros”.
Hay que ubicarse en la época para medir el impacto que debió producir en los partidos tradicionales la presentación del PIR como “un Partido de la clase obrera o proletaria”... “vanguardia de las clases campesinas y medias del país” que busca implantar una “economía socialista, pasando por el tránsito inevitable de la revolución antifeudal y anti-imperialista”. Se propone hurtar a las clases medias de la influencia del fascismo, contribuir a que los “cholos” superen “ese complejo de inferioridad en que se mantienen frente a esas pequeñas oligarquías de blancos y mestizos, con pujos de ‘aristocracia’”; y en cuanto a los indios, propone “una política educativa y social que tienda a elevar su capacidad de consumo, a castellanizarlos sin perjuicio de ensanchar su cultura al través de sus lenguas nativas y a incorporarlos, en suma a las exigencias de la civilización occidental”... entre otros instrumentos mediante “una paralela política de elevación cultural de las categorías de cholos e indios”, aunque la verdadera solución del problema será económica.
La creación de una conciencia nacional de contenido económico, tiene como contendor el imperialismo y sus agentes locales; se propone depurar dicha conciencia “de ese chovinismo con que los social-patriotas y fascistas tratan de desviar el verdadero sentido de la lucha nacional”... “traicionando aun los mismos intereses de la burguesía nacional en cierne” en beneficio de intereses imperialistas. Postula que la riqueza nacional sea para los bolivianos, en particular para “la masa productora nacional”.
Entiende que al imperialismo sólo le interesa aquello que más tarde será tipificado con el nombre de “economía de enclave”, pero que está perfectamente descrito por Anaya. Por eso la explotación del estaño es “la única científicamente establecida en medio del atraso feudal de las demás industrias”, asistida por ferrovías mientras para el resto del país sólo hay caminos de herradura. Esta distorsión genera debilidad y falta de presencia estatal en otra zona que no sea el occidente nacional, mientras otras regiones se debaten en el abandono y el atraso, a veces sometidas a regímenes feudales impuestos por Suárez Hermanos, Zeller Mozer y otros. En este factor estructural, y no en los prejuicios raciales, encuentra Anaya el origen del regionalismo, de la “fuerte resistencia y aversión de los orientales contra los habitantes de la zona andina” con “fines disociadores”. Propone entonces que, mediante una política de desarrollo equilibrado, el PIR hará que los movimientos regionales se sumen “a las fuerzas de la cohesión nacional”.
La cita que sigue no ha perdido vigencia en más de 60 años:
“Contrariamente a la demagogia separatista y a las conclusiones simplistas de muchos, nuestro Partido propagará en los pueblos del Oriente, que su situación no se debe a diferencias raciales ni a su supuesta negligencia, ni al odio que pudieran sentir por ellos los hombres del collado”... “Propagará que el “absorcionismo del Norte” no es hegemonía del pueblo proletario, ni de las clases medias, también miserables y explotadas”.
Juzga que el futuro de la producción del Oriente está en el mercado interno, no así en la exportación, por la competencia del Brasil y de la Argentina.
La base de la unidad nacional es la diversificación productiva, frente a las economías de enclave del imperialismo que se sustentan con el comercio importador de artículos de consumo que bien podrían ser sustituidos por la producción nacional. No se puede imponer la unidad nacional si antes no se han creado las condiciones sociales, económicas y culturales para el bienestar equilibrado de los habitantes de todas las regiones, que generan la unidad nacional como un resultado.
En la cuestión agraria, el programa de Anaya es contundente: “Nuestro Partido –dice—encarará con toda energía la reforma agraria, sobre un vasto e intensivo plan de regadío y de tecnificación”... “Liquidaremos el latifundio feudal, aboliremos la servidumbre del indio, tecnificaremos las comunidades indígenas convirtiéndolas en granjas colectivas y otorgaremos a los pequeños campesinos facilidades para hacer más eficiente la explotación de la tierra, mientras lleguen las condiciones que han de hacer posible la colectivización de los campos”.
Con la misma energía dice: “El problema del indio es, ante todo, el problema de la tierra”, para contrarrestar las recetas de los ‘indigenistas’ que “creen que el problema del indio se ha de solucionar “por medios simplemente administrativos, eclesiásticos o pedagógicos”. Debido a la densidad demográfica de la masa indígena, “la emancipación indígena es, por antonomasia, la emancipación boliviana”; es la apertura “de un gran horizonte material y cultural a todas las demás clases sociales de Bolivia”.
Descarta la política fiscal de los gobiernos tradicionales, critica el crédito financiero y propugna el monopolio de éste por “un solo Banco de Estado” cuando cambien las relaciones de producción y de cambio “transformando el régimen capitalista en socialista”. Propugna la “Escuela única, activista, coeducativa y libre de prejuicios religiosos” y por fin afirma con rotundidad la centralidad proletaria del PIR, un partido de clase que exige “cierta discreción” en la apertura hacia otras clases bajo dos condiciones: la aceptación del socialismo científico y la conformación de los Comités directivos con una totalidad o al menos mayoría “de obreros o de intelectuales proletarizados”. “Los aliados del Proletariado deben ser admitidos con las reservas del caso”, concluye.

EL ENFRENTAMIENTO CON EL MNR

El programa con el que nació el MNR no se acercaba ni remotamente a la precisión conceptual y analítica del programa del PIR. Era un conjunto de enunciados emocionales para un colectivo más bien factual, que orientaba su accionar simplemente en un rotundo sentido de oposición contra la Rosca minero-feudal. La obra de Carlos Montenegro, ideólogo del MNR, “Nacionalismo y coloniaje”, no fue bien recibida por el PIR, pues identificaba una oposición entre nación y colonia que encubría la lucha de clases, pues ni siquiera la mencionaba. La aproximación del MNR a los militares jóvenes que encabezaba Gualberto Villarroel exacerbó la lucha contra el nazifascismo, que los piristas creían representado tanto por la Logia RADEPA como por el propio MNR y sus principales intelectuales: Paz, Montenegro y Céspedes, así como su órgano de expresión, el diario “La Calle”.
La muerte del presidente Villarroel fue en cierta medida un eco siniestro de la muerte de Mussolini, colgado cabeza abajo por una multitud enardecida. Para los piristas, la revolución del 21 de julio de 1946 tuvo el carácter de una gesta popular; pero la inmolación del Presidente lo convirtió muy pronto en un símbolo de lo contrario, de un mártir de la emancipación social. El triunfo de la revolución del 52 precedido por la victoria electoral del candidato movimientista Víctor Paz Estensoro en los comicios del 51 consolidó el símbolo, pues desde entonces Busch y Villarroel han permanecido de forma persistente e invariable en el imaginario popular, alentado por todos los gobiernos hasta nuestros días, y por la clase militar.
Anaya desvirtuó en 1956 la acusación contra el PIR de haber actuado el 21 de julio “aliado con la rosca”. “El levantamiento de julio fue una insurrección popular contra el terror, la incapacidad para resolver los problemas nacionales y el hambreamiento del pueblo. Los excesos en los cuales incurrió la insurrección no pueden imputarse al PIR, sino al desconcierto con que las fuerzas populares obraron en esos momentos, al clima de violencia y de desesperación” y “a las instigaciones que partieron de la rosca”, mientras los cuadros directivos del PIR, entre ellos él mismo, estuvieron en el destierro, en los confinamientos o en las cárceles. Acusó a los partidos tradicionales de traicionar los postulados de la insurrección de julio de 1946 para deshacerse de toda influencia de izquierda.
El triunfo movimientista en 1952 repercutió de tal forma en el PIR que se disolvió en ese mismo año. En 1950 ya se había desprendido de su seno el Partido Comunista de Bolivia, pero además algunos connotados piristas se sumaron a las filas movimientistas en una política de “entrismo” similar a la que ejecutaron los trostkistas.
José Antonio Arze falleció en 1955. Un año después, Ricardo Anaya convocó a sus leales para criticar la disolución del PIR en su Vº Congreso celebrado el 26 de julio de 1952, a la cual se había opuesto, y proclamar su retorno al escenario político nacional mediante una sucesión de documentos fuertemente críticos para la conducción movimientista de la llamada Revolución Nacional del 52. Consideraba que el PIR había sido “el único partido que estudió seriamente las soluciones adecuadas y los cambios que de modo ineludible tenían que operarse”. Había preparado “una escuela de varios años de capacitación teórica y práctica” para formar a los cuadros que dirigieran el proceso. Acusaba a “los sectores reaccionarios” de haber precipitado el ascenso de los nacionalistas al poder, como “fuerzas frescas, de reserva, a la feudal burguesía y sus aliados foráneos”. Decía que el gobierno del MNR había actuado “con exagerada timidez”, dejando demasiado tiempo a la gran minería para socavar la eficacia de la nacionalización de las minas, además de acusarlo de burocratizar el movimiento sindical y de asaltar la riqueza pública para enriquecer a sus partidarios.
Anaya denunció la existencia de una quinta columna dentro del PIR que actuó desde 1949 y atrajo a algunos grupos sinceramente revolucionarios y jóvenes que exigieron crear un partido comunista, no obstante que el MNR no había hecho una revolución democrático burguesa ni se habían cumplido las tareas para superar el país semicolonial y dependiente en el que vivían.
Anaya fue en todo momento categórico en su caracterización del MNR, pues para él jamás había sido “un partido de izquierda en el verdadero sentido del término. Ha sido y sigue siendo una montonera populista sin contenido científico, sin ideología ni línea definida, (tiene algo de troskismo, algo de marxismo desmedrado y algo de fascismo), sin organización democrática y con muy pocos hombres desinteresados y capaces”. ¿Cuándo había empezado la diferenciación? Uno de los hitos históricos fue la interpelación parlamentaria al régimen de Peñaranda a raíz de la llamada Masacre de Catavi, en 1942. Mientras los diputados piristas interpelaron al ministro de gobierno, Paz Estenssoro, a nombre del MNR, acusó al sistema en su conjunto en una crítica estructural, poblada de precisiones estadísticas, que consolidó su sobrenombre de Honorable Cifras. Anaya consideraba en 1956 que un pecado original del PIR tenía también que ver con Catavi: se trataba de la autorización para el retiro de trabajadores mineros del mencionado distrito que firmaron dos ministros piristas del régimen de Enrique Hertzog, según Anaya contra la voluntad del partido. Esta actitud provocó que aun los propios militantes piristas acentuaran “lo negativo de la línea de Unidad Nacional (con los partidos tradicionales)”. Anaya ratifica que la autorización de retiro “precipitó la declinación del PIR”.
Al MNR le reconocía su audacia “que muchas veces ha faltado al PIR quizá porque este partido (era) más ponderado, más previsor, más preocupado por las consecuencias de sus actos”. Reconocía en la revolución del 52 “la virtud de levantar la dignidad del obrero y del campesino, propiamente del indígena”, pero critica el estilo de reforma agraria, pues tal como se la ejecutaba vino a ser “una reforma social y política que descuida lo fundamental: la reforma económica”, sobre todo por el abandono de la burguesía nacional y de los agricultores progresistas que fueron “sañudamente perseguidos por el MNR en vez de ser fomentados”. Reconocía, por último, la organización de la Central Obrera Boliviana como “una obra de gran importancia”, como la consecución de “un viejo anhelo pirista”, pero exigía que la COB representara realmente a las bases y no constituyera una burocracia sindical.
“Después de 24 años de lucha universitaria y 12 de lucha partidista, se ve que no hemos sembrado en vano y que nuestro programa se ha convertido en programa de todo el pueblo”, escribía en 1952, ratificando que las consignas de nacionalizar las minas, revolucionar la agricultura y monopolizar el comercio exterior habían sido formuladas ya en el Programa de la Convención Nacional de Estudiantes de 1928 y en el Programa de Fundación del PIR en 1940, cuando se tildaba a los piristas “de no tener el sentido de la realidad”. Recordaba que “en la Legislatura de 1947, la Brigada Parlamentaria del PIR, presentó un proyecto de ley para la creación del Instituto de Reforma Agraria. Su consideración sufrió muchas dilaciones impuestas por la mayoría reaccionaria del Congreso y fue definitivamente diferida”. Criticaba el Código Davenport, que había devuelto el petróleo nacional al entreguismo y hacía agudas consideraciones sobre la solidaridad internacional.
En esta pugna histórica con el MNR, fácil es colegir que a la caída de ese proceso el PIR refundado se alineara con el Gral. René Barrientos Ortuño, corriendo desde entonces la suerte del “barrientismo” en su política de alianzas. De ese modo, Ricardo Anaya fue Canciller de la República en 1978, durante el gobierno del general Juan Pereda Asbún, la última actuación pública de su carrera.

SEMBLANZA FINAL
En una entrevista concedida a quien escribe estas líneas en 1985, el Dr. Anaya nos sorprendió por el orden meticuloso de su archivo personal, que aguarda la presencia de un investigador que estudie esos manuscritos y esclarezca el papel que jugó en la introducción y el desarrollo del pensamiento marxista boliviano. En una vena fuertemente anticlerical, producto quizá de su formación en contacto con Cesáreo Capriles, maestro de generaciones, el Dr. Anaya literalmente olía a azufre cuando recordaba el debate de la época contra el clericalismo que, a diferencia de la jerarquía eclesiástica de nuestros días, defensora del proceso democrático y de los derechos humanos, se alineaba con la oligarquía minero feudal y propalaba una ideología “feudal-católica”, como le gustaba sintetizar a Anaya. Otro de sus primos, periodista extraordinario y fino conversador auxiliado por su prodigiosa memoria, don Nivardo Paz Arze, recordaba que en la época del “bienio rojo” se cumplía en el Teatro Achá un congreso eucarístico abundoso en sermones y prédicas contra el comunismo. El enfrentamiento había llegado a tal punto que los estudiantes de los colegios católicos y las damas de extremado fervor salieron en procesión gritando: “Viva Cristo Rey, muera Ricardo Anaya”. Cuéntase también otra anécdota del maestro Cesáreo Capriles, quien escuchaba al parecer un sermón del célebre Monseñor Pierini, con quien debatió en esos tiempos doña Adela Zamudio, y como preguntara retóricamente por qué Bolivia vivía sumida en el atraso, la pobreza y la injusticia, Capriles, que escuchaba en la galería, se habría puesto de pie y gritado: “¡Por los curas!”
Pero, al margen de estos excesos de la vida parroquial cochabambina, sorprende el vuelo intelectual de Arze y Anaya, quienes al inicio del dígito 2 de su vida eran capaces no sólo de sintetizar un pensamiento de avanzada, como era entonces el marxismo, sino de aplicarlo con extremo rigor al análisis crítico de la historia nacional, tal como lo demostraron en 1940, en las “Bases para...”, documento fundacional del Partido de la Izquierda Revolucionaria / PIR y en otros documentos del mismo año, que aun hoy, con el desarrollo del marxismo europeo y latinoamericano, sorprende por sus ricas sugestiones y anticipaciones. Y todo ello escrito a sus 23 años y presentado por el joven Ricardo Anaya como jefe de la representación cochabambina al Primer Congreso de Izquierdas, de cuyo seno nacería el PIR.
Arze y Anaya, quizá siguiendo el ejemplo de Marx y Engels, desarrollaron desde muy jóvenes una activa y ejemplar cooperación intelectual, de la que luego fueron partícipes intelectuales que conformaron la pléyade de pensadores de izquierda, entre ellos Arturo Urquidi, Miguel Bonifaz, Abelardo Villalpando y tantos otros, destacados todos tanto en las aulas académicas como en la política nacional. El marxismo no se había despojado todavía de cierto mecanicismo expuesto sobre todo por Engels y heredado de Lewis Morgan sobre la clasificación de las eras históricas, de la comunidad primitiva al comunismo, pasando por el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el socialismo. Aun más, a ratos se hacía notorio el influjo esquematizador de Stalin sobre el pensamiento de Lenin, pero eran signos de la época y hay que juzgarlo hoy con la lógica de esos días. Antes de la revolución teórica de Louis Althusser basada en la relectura de la obra de Marx, del rescate del pensamiento marxista de Antonio Gramsci y de los extraordinarios avances del marxismo europeo y latinoamericano en el campo de las ciencias sociales, no se podía exigir a Arze y Anaya los refinamientos epistemológicos de nuestros días; pero de todas formas sorprende la lectura marxista que hicieron ambos sobre nuestra historia.
Anaya fue un revolucionario elegante, de palabra precisa y rigor conceptual, hábil para el debate y agudo para devolver estocadas. Se cuenta que en la cátedra, un joven comunista de no pocas luces pero conocido por su tartamudez, le reprochó con su habitual dislalia de no haber leído más que uno o dos tratados de marxismo, de donde extraía un resumen de conceptos. Anaya le dedicó una media sonrisa de caballero inglés para retrucarle: “Bueno, al menos usted tartamudea el marxismo”.
Como quería Óscar Wilde, Ricardo Anaya fue un estilo. Dejó afortunadamente una copiosa documentación que incluye volantes de propaganda de su primera época de dirigente estudiantil amorosamente preservados, archivo que está a la espera de un agudo investigador que escriba una semblanza completa de este nonagenario líder político e intelectual marxista.

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