miércoles, 22 de septiembre de 2010

QUIROGA SANTA CRUZ, Marcelo

Identifica a tus antepasados. Envíanos biografías u hojas de vida y fotografías de ellos para incluirlos en el blog!

QUIROGA SANTA CRUZ, Marcelo
1931-1980

Gallardo sin afectación, de palabra serena y precisa, afectuoso sin efusiones, elegante pero sobrio, su presencia parecía gobernada por una secreta armonía interior. Por su educación, bien podía hablar a la mesa de un original de Picasso, o de una esmeralda que perteneció a Lucrecia Borgia, que eran parte de su patrimonio; pero, a los postres, dejaba embebidos a sus comensales con sus ideas sobre la revolución. Uno podía representarlo de chistera y levita, sentado en un augusto sillón colonial y flanqueado por una mujer del pueblo y un minero; pero la solidez de sus principios socialistas, la firmeza ética con que fustigó a los gobiernos entreguistas y el estilo de sus negociaciones programáticas sin concesiones, acabaron por desechar reservas sobre su origen aristocrático y ganarse la adhesión de preclaros intelectuales de izquierda, dirigentes sindicales y universitarios y hombres y mujeres de la clase media urbana. Con ese apoyo pudo subir de ocho mil votos en 1978 a 72.000 en 1979 y a más de 100 mil el 80.
Su vida política fue un ascenso continuo y paralelo en dos órdenes: la ética y el socialismo. Era “un hombre metódico, con una enorme autodisciplina, demasiado exigente consigo mismo y con los demás. Eso que suele llamarse un perfeccionista”... “Un hombre incapaz de decir lo que no piensa, y de hacer lo que cree que no debe hacerse. Él suele decir que no hay peor enemigo que una conciencia culpable. Por hacer lo que él cree que debe hacer, Marcelo siempre está dispuesto a arriesgar todo, hasta la vida”, así lo describía en vida su esposa, Cristina Trigo de Quiroga. En esa línea, Marcelo convirtió su línea de conducta personal en un principio de acción de su vida pública.
Si su activa defensa de los recursos naturales pudo de inicio identificarse con algún resto de ideología nacional-popular heredada del 52, más tarde hizo un denodado esfuerzo ideológico, programático y estratégico por liberarse de todo resabio nacionalista revolucionario y proclamar el socialismo como nuevo paradigma.
Marcelo fue digno heredero de grandes tribunos cochabambinos como Mariano Baptista y Daniel Salamanca. Le bastó ocupar un sitio en el Parlamento para hacer crecer su imagen política con su oratoria. Dos vertientes tuvo su estrategia: fustigar a los gobernantes militares que se caracterizaron por su política entreguista, y diferenciarse de otros grupos de izquierda usando su intransigencia ética y programática para decantarse como opción única de la izquierda, desechando pactos o imposibilitándolos por la firmeza inconmovible de sus ideas. En ambos terrenos no podía durar, primero porque los desplazados del poder autoritario planearon su muerte con anticipación, y segundo, porque su intransigencia no hubiera coincidido con la costumbre de la “democracia pactada”, que dio estabilidad de casi dos décadas al proceso político nacional. En ese dilema de hierro que se impuso a sí mismo, y por ende, a sus seguidores, o vencía o moría; pero esto no resta un adarme de culpabilidad a los esbirros que lo asesinaron y, más aún, a quienes planearon cuidadosamente su muerte. Producida su inmolación, se convirtió de inmediato en un símbolo prístino de la ética en política, del apego insobornable a los principios y de la pureza programática.
“Fui un niño demasiado consciente, ya era viejo cuando era niño, y ahora en mi madurez, siento que voy dando alcance a ese mismo viejo”, le dijo a Paulovich en un retrato intimista.
En 1952 dirigió el semanario “Pro-Arte” y escribió un libro de poesía, hasta hoy inédito, titulado “Un Arlequín está muriendo”, firmado por su heterónimo poético Pedro Zarzal. En 1953 asistió al Congreso Continental de la Cultura que coordinaron Jorge Amado y Pedro Neruda en Santiago de Chile. En 1957 escribió “Los Deshabitados”, premiada por la Fundación William Faulkner en 1962 como la mejor novela escrita después de la segunda guerra mundial en Bolivia; galardón reservado a escritores de la talla de José María Arguedas, Augusto Roa Bastos, Juan Carlos Onetti y Miguel Ángel Asturias, tal como nos lo revela Valentín Abecia López. Por esa época, Marcelo cultivaba ya la amistad de Sergio Almaraz, quien destacó la “gran capacidad subjetiva” de su obra, conjeturando la influencia de Proust; pero, en la línea social de la época, en cierta medida le reprochaba que cultivara “una angustia revertida sobre sí mismo, al estilo de Proust o de Faulkner”. Almaraz demandaba más bien “soluciones al modo de Camus o de Sartre y entre los latinoamericanos como las que muestra Vargas Llosa. De otro modo, la angustia no destruye nada y yo entiendo que este estado debe convertirse en una espoleta, pues los escritores debemos ser los explosivos de nuestro tiempo”. Esta tensión entre el escritor existencial e intimista y el escritor comprometido, no encontró solución en la obra literaria de Marcelo, quizá porque el gran escritor que pudo haber sido halló tan hondo el compromiso con la cuestión social de su país y de América Latina, que sólo podía ser encarado, en un sentido ético integral, en la lucha política.
En 1958 dirigió el quincenario “Guión” y filmó la película “El combate”, cuyo tema es la lucha entre el bien y el mal escenificado en una riña de gallos.
Es admisible suponer que la amistad con Sergio Almaraz desplazó la vocación de Marcelo hacia el periodismo y la lucha social, que lo absorbió en creciente magnitud, pues en 1964 fundó el matutino “El Sol”, diario de combate contra la política entreguista del llamado General del Pueblo; y emitió el programa radial “Pido la Palabra”, por Radio Altiplano, en el cual comenzaron a hacerse evidentes sus extraordinarias dotes de orador, de expositor claro y rotundo como su pensamiento exento de cavilaciones, cálculos o conjeturas.
Se inició como parlamentario aproximándose a una tienda política a mano: la Comunidad Demócrata Cristiana, cuya fuerza principal era Falange Socialista Boliviana / FSB. Elegido diputado, se declaró “independiente”, en particular porque FSB apoyó al régimen del general Barrientos. Como tribuno, le bastó la oratoria para liderizar a la oposición en un sonado juicio de responsabilidades al presidente René Barrientos, quien, amparado en el Pacto Militar Campesino, tenía la mayoría absoluta del Congreso. Del mismo modo, en 1967 interpeló al Ministro de Minas y Petróleo del régimen por la “orientación antinacional de la política petrolera”, en presencia del gabinete ministerial en pleno, que soportó estoicamente el alegato del H. Quiroga entre las nueve de la noche del 11 de octubre y las 6:30 de 12 de octubre de 1966, recogido en el folleto “Desarrollo con soberanía, la desnacionalización del petróleo”, según precisión de Abecia López. Entonces se ganó la adhesión de los diputados Walter Vásquez Michel, Héctor Borda Leaño y David Añez Pedraza, de FSB, de los cuales los dos primeros se convirtieron más tarde en militantes leales del Partido Socialista fundado por Marcelo; aunque el Parlamento lanzó un voto de confianza al Ejecutivo.
En términos generales, Marcelo enjuició el Código del Petróleo vigente, exigió que el gas, recurso natural cuya presencia se detectó en el subsuelo boliviano, fuera de propiedad nacional; criticó el costo excesivo del oleoducto Sicasica-Arica y la crisis de YPFB comparada con la situación bonancible de la Bolivian Gulf Oil Co. / BOGOC. Hay que considerar, además, que ya se había instituido el “sistema de mayo” en 1965, política económica de apertura sin control a la inversión extranjera, que tanto criticó Sergio Almaraz.
Abecia López recogió el testimonio de la esposa de Marcelo sobre este episodio: “Marcelo inició un juicio de responsabilidades, siendo diputado, contra el Presidente Barrienos Ortuño. Él cumplió con su deber. Pero el gobierno impuso su expulsión de la Cámara. Todos o casi todos creyeron que Marcelo, privado de su inmunidad parlamentaria se ocultaría o abandonaría el país. Pero lo que hizo fue presentarse al juez ante el que el gobierno había iniciado una acción en contra suya. El juez abandonó sus funciones. Al amanecer del día siguiente la policía política rompió las puertas del Palacio de Justicia, lo secuestró y días después, apareció en el campo de concentración de Madidi. Murió su padre, no le permitieron asistir al entierro y cuando, bajo presión de la opinión pública, fue puesto en libertad, lo primero que hizo fue presentarse ante el mismo juez y exigirle un pronunciamiento. El resultado fue que lo encarcelaron. Muchos meses depués, cuando el Gral. Barrientos murió, el gobierno que le sucedió y la Corte del Distrito trataron de rectificar lo ocurrido y pretendieron que Marcelo accediera a dejar el juicio inconcluso y salir en libertad. Él se opuso y exigió el término del juicio. Cuando la Corte resolvió, finalmente, que él obró de acuerdo a la Constitución Política y que su persecución y encarcelamiento fueron injustos, Marcelo abandonó la cárcel y regresó a la Cámara de la que había sido expulsado”.
1967 fue un año de gran agitación social. La noche de San Juan fueron ocupadas las minas por tropas militares que dispararon sin discriminación y ocasionaron muertos y heridos. Paralelamente se inició la guerrilla de Ñancahuazú en marzo de aquel año. Las luchas universitarias aguzaron su orientación opositora al gobierno y, en ese contexto, la Federación Universitaria Local de Cochabamba, convocó en diciembre de aquel año al “Foro Nacional sobre el Petróleo y Gas”, al cual concurrió el propio presidente Barrientos, funcionarios de YPFB y del Ejecutivo así como líderes políticos e intelectuales de izquierda. Tres de las intervenciones más comentadas fueron las de Sergio Almaraz, René Zavaleta y Marcelo Quiroga; y el conjunto fue editado en el libro “Gas y Petróleo – Liberación o Dependencia”.
El 26 de septiembre de 1969 se produjo el golpe del General Alfredo Ovando Candia contra el sucesor constitucional del finado presidente Barrientos, el Dr. Luis Adolfo Siles Salinas. La sorpresa fue el brillante equipo civil que acompañaba al viejo general, integrado por Mariano Baptista Gumucio, José Luis Roca, José Ortiz Mercado, Alberto Bailey Gutiérrez y Marcelo Quiroga, entre otros; y el “Mandato Revolucionario de las Fuerzas Armadas”, que recogía el legado de Sergio Almaraz para defender los recursos naturales y desarrollar las fundiciones. Marcelo fue designado Ministro de Minas y Petróleo y en menos de un mes se nacionalizaron las concesiones petrolíferas de la Gulf Oil el 17 de octubre de aquel año, proclamado “Día de la Dignidad”. A la larga, la operación costó 80 millones de dólares que se pagó como indemnización a la empresa norteamericana; pero el país recuperó la soberanía sobre el gas aunque más tarde volvería a perderla en el proceso de Capitalización un cuarto de siglo después.
El único acercamiento de Marcelo a un régimen militar obedeció, sin duda, a una línea programática que él y Sergio Almaraz habían preparado y defendido años antes. El precio de la nacionalización fue el retiro de Marcelo en mayo de 1970, momento de desviación de la línea original del régimen hacia posiciones de derecha, agudizadas en julio de aquel año por la aparición de un foco guerrillero en Teoponte, del cual participaron marxistas y cristianos; entre estos últimos, Néstor Paz Zamora.
Aquel año asistió al Congreso Intercontinental de la Cultura, celebrado en Chile, en el cual el célebre escritor mexicano Juan Rulfo le dedicó el siguiente juicio: “Me impresionó gratamente... tanto por la solidez de su intervención en dicho coloquio, así como la seriedad y certeza con que participaba en los foros de Valparaíso”... “Sus conversaciones casi siempre iban orientadas no a cuestiones literarias, las cuales aparentaba eludirlas; en cambio, su interés era completo cuando se trataba de asuntos sociales”.
Surgía en Marcelo el perfil del escritor comprometido, pero un acontecimiento radicalizaría más bien su compromiso político: la invitación que recibió al ascenso del presidente socialista Salvador Allende a la presidencia de Chile a fines de 1970, y el contacto con el Partido Socialista chileno, que fructificaría meses más tarde en la fundación del Partido Socialista boliviano. Marcelo escogió el 1º de mayo de 1971 como fecha de fundación de su partido, porque aquel día inició sus sesiones la Asamblea del Pueblo, parlamento popular que surgió en el marco de la radicalización de las luchas sociales durante el gobierno del general Juan José Torres. Se fundó en las calles porque el acto original convocado en la sala del Cine Ebro fue dispersado por esbirros de la derecha, y fueron padrinos de bautismo los delegados de los partidos socialistas de Chile y del Uruguay, según precisa Abecia López.
De mayo a agosto de 1971, el país vivió el ascenso de una poderosa reacción derechista que se propuso enfrentar al “caos y la anarquía” reinantes. El 19 de agosto se inició el golpe militar cuya cabeza sería el entonces coronel Hugo Banzer Suárez, apoyado por los líderes civiles: Víctor Paz Estensoro, del MNR y Mario Gutiérrez, de FSB. De entonces data una fotografía de Marcelo empuñando el fusil en la resistencia popular que se organizó en La Paz. El nuevo régimen desató la represión más dura y sistemática de nuestra historia contra el movimiento sindical, universitario y político, hasta conseguir descabezarlo por algunos años, pues numerosos líderes fueron recluidos en cárceles, casas de seguridad y campos de concentración o tomaron el camino del exilio.
A Marcelo le tocó entonces vivir durante dos años “la vía chilena al socialismo” bajo el gobierno de Allende. Allí escribió “El Saqueo de Bolivia”, que fue editado en Buenos Aires, por la revista “Crisis”, que dirigía Eduardo Galeano, con prólogo del intelectual argentino Rogelio García Lupo. Producido el sangriento golpe del 11 de septiembre de 1973 que inició la larga dictadura del general Augusto Pinochet, Marcelo tuvo que refugiarse en Argentina.
“El Saqueo de Bolivia” es un duro alegato contra la dictadura del presidente Hugo Banzer, que estudia con detenimiento su política económica, desde la “Ley Ganzúa”, como llama a la legislación de inversiones hasta el negociado de la indemnización que se pactó con Mina Matilde Co. por la nacionalización de sus concesiones efectuada durante el gobierno del general Torres, de la cual saldría una sociedad mixta con COMIBOL y la contratación de un empréstito para honrar la compensación acordada. En el rubro de minería, enjuicia asimismo la concesión de las colas y desmontes de COMIBOL, que eran la gran reserva mineralógica del país, al capital extranjero, y la devaluación monetaria de 1972.
Desde Buenos Aires envió un telegrama al presidente Banzer pidiéndole autorización para ingresar al país y demostrarle que las negociaciones de venta de gas al Brasil, en el encuentro de presidentes Banzer-Geisel, eran lesivas al interés nacional. Como no se le autorizó el ingreso, Marcelo hizo la denuncia desde el exterior y fue editada en forma póstuma con el título “Oleocracia o Patria” en 1982.
Fue catedrático titular de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. “Las clases de Quiroga eran de cientos de estudiantes, la mayoría no matriculados en esa materia, pero era tal el renombre de Quiroga, su “profundo conocimiento del marxismo y de la realidad boliviana y latinoamericana; gran capacidad de análisis y síntesis; brillantez excepcional como expositor convencido y convincente”, que se le tuvo que dar el Aula Magna, y aun así los estudiantes desbordaban la sala”, puntualiza Abecia López.
Sombras negras se cernían sobre la democracia argentina con la aparición de la Triple A, incubada en el ala derecha del propio gobierno peronista, a tal punto que en septiembre de 1974 intentaron secuestrar a Marcelo, que logró librarse de sus captores actuando con firmeza y auxiliado por sus alumnos y colegas. Poco después se estableció en México, donde vivió hasta el año 1977, desarrollando una extraordinaria actividad académica en la Universidad Nacional Autónoma de México / UNAM, como miembro distinguido de un centro de estudios latinoamericanos que reunió a los más connotados intelectuales por entonces refugiados en ese gran país. A la época corresponde también su paso como columnista del periódico “El Día”.
A fines de 1977, el general Banzer convocó a elecciones generales, de las cuales quedaban excluidos cientos de líderes e intelectuales que vivían en el exilio. Esa condición desató la famosa huelga de hambre iniciada por cuatro mujeres mineras que se extendió por todo el país pidiendo amnistía general e irrestricta. Ingresaron clandestinamente al país muchos de esos políticos proscritos, entre ellos Marcelo, que a su retorno dio una conferencia de prensa desde la clandestinidad el 11 de enero de 1978.

En la resistencia clandestina e internacional al régimen de Banzer habían nacido otros proyectos, entre ellos una aproximación de los jóvenes de izquierda al contenido nacional-popular del 52, que tuvo como fruto la fundación de la Unidad Democrática y Popular, cuyas principales fuerzas eran el MNRI, liderizado por Hernán Siles Zuazo y el MIR, por Jaime Paz Zamora; proyecto político que triunfó en tres sucesivas elecciones e inauguró el ciclo democrático en 1982. Guillermo Aponte, dirigente del PS en la clandestinidad, se aproximó a esta línea e integró el frente; pero el proyecto de Marcelo era distinto, pues había retornado al país con una perspectiva nítida de ruptura con todo vestigio del nacionalismo revolucionario. Más tarde, Luis H. Antezana Juárez diría que en el pensamiento y la acción políticos en el país, incluso en la ideología de los gobiernos militares, se registraba invariablemente la presencia del “ideologema NR”. Llegó Marcelo e impuso su criterio aun a costa de la división del PS, pues la fracción de Aponte quedó en la UDP mientras se fundaba el Partido Socialista Uno /PS-1. De este modo, el “socialismo único” de Marcelo significó el intento más claro y sin concesiones de ruptura con el NR, mediante un programa socialista y una candidatura propia, sin alianzas electorales. “Era una propuesta antifascista, opuesta al nacionalismo y encontrada con los nuevos contenidos de la izquierda nacional, sin caer en el vanguardismo veleidoso de otras agrupaciones menores”... “la ruptura histórico-ideológica con el nacionalismo populista”, dice Mauricio Antezana, por entonces yerno de Marcelo y militante del PS-1.
En las sesiones del 30 y 31 de agosto y 3 de septiembre de 1979, el flamante diputado electo Quiroga Santa Cruz pronunció el alegato más importante jamás pronunciado en la historia republicana dentro de un juicio de responsabilidades contra un ex Presidente de la República. Más tarde diría que presentó 287 pruebas de cargo en 14 horas de exposición, y el radialista Eduardo Pérez Iribarne comentó que en ese prolongado y vibrante discurso no tuvo ni un solo lapsus linguae ni una sola vacilación prosódica, en una hazaña sin precedentes. Su objetivo era no sólo pronunciar un juicio integral sobre el régimen banzerista con exámenes específicos de cada sector de su política, sino aislar sus responsabilidades concretas como gobernante de las responsabilidades del conjunto de las Fuerzas Armadas. “No entraremos en el juego de los imputados que quieren convertir en culpables al último subteniente de nuestro ejército para provocar la defensa armada de un juicio en el que deberían mostrar valor civil y mostrar, si pueden, su inocencia y, si no, sufrir las consecuencias a que se han hecho pasibles por su conducta funcionaria”, dijo. “Quiroga dirigió el conjunto de sus comprobaciones a un único punto irremediable: todo el sistema de Banzer se funda en la corrupción en diversas formas, es decir, en la prebendalización del sistema estatal”, comentó más tarde René Zavaleta. En sus palabras finales, Marcelo pronunció frases agoreras que al cabo se cumplieron trágicamente: “Sabemos ¡que más pronto que tarde, se cobrarán esto que estamos haciendo! ¡Estamos dispuestos a pagar este precio! ¡Siempre estuvimos dispuestos! ¡Jamás vamos a rehuir el peligro, porque mucho más temible que ese enemigo que está buscando la manera de anularnos aun físicamente, es una conciencia culpable! ¡Y no podríamos soportarnos a nosotros mismos si no cumpliéramos nuestro deber!”

No se disipaba aún el impacto del alegato de Marcelo contra Banzer, cuando estalló el Golpe de Todos Santos, dirigido por el coronel Alberto Natusch Busch, quien gobernó tan sólo quince días, en medio de centenares de víctimas de un sector de derecha radical de las Fuerzas Armadas, en el cual ya se percibía el liderazgo del general Luis García Meza. En las elecciones de 1980, Marcelo presentó “un frente programático, anti-oligárquico y anti-imperialista”. “Los otros partidos, por su lado, se quejaban de que con Quiroga era imposible llegar a confeccionar un programa, sólo él tenía razón y esto no ayudaba en las discusiones”, opina Abecia López. Marcelo obtuvo el cuarto lugar con 115 mil votos que le significaron diez diputados y un senador; pero al mismo tiempo comenzó a recibir amenazas de muerte como “enemigo de las Fuerzas Armadas”.
En marzo de 1980, el PS1 denunció un plan para asesinar a su Primer Secretario. Luis Espinal había sido victimado en esos días y el 2 de junio se produjo el atentado contra una avioneta en la cual tenía que volar a un acto electoral el candidato Hernán Siles Zuazo. El único sobreviviente fue su acompañante de fórmula, Jaime Paz Zamora. El 22 de junio, el general García Meza declaró: “Advierto por última vez que las Fuerzas Armadas de la Nación no permitirán un ataque más a cualquiera de sus miembros o a la propia institución tutelar de la patria y los que se reiteren en sus insultos se atendrán a sus graves consecuencias. No se puede tolerar más esos ataques, esos insultos a las FF.AA., como es el caso de Marcelo Quiroga Santa Cruz, que sin saber nada, se ocupa de la vida económica y organizativa de la Institución armada. A ese señor las FF.AA. sabrán ponerle en su lugar y yo como hombre”. Como respuesta, Marcelo lo desafió a debatir públicamente sobre esos temas. “Nunca tuvo paz porque tampoco daba tregua a los enemigos del pueblo”, es una frase registrada por Abecia López que bien puede sintetizar los trágicos sucesos que siguieron.
El 17 de julio de 1980, conocida la noticia de un levantamiento militar en la guarnición de Trinidad, se reunió el Comité Nacional de Defensa de la Democracia / CONADE, en la sede de la COB. Asistieron líderes políticos, sindicales y de derechos humanos a la convocatoria enviada por el Secretario Ejecutivo de la COB, Juan Lechín Oquendo. Antes del mediodía, cuando ya se había decretado huelga general y bloqueo de caminos contra el golpe, un grupo de paramilitares armados irrumpió a la reunión y capturó a los miembros del CONADE.
“Nos dijeron que bajáramos en fila india --dice un testigo presencial cuyo testimonio registra Abecia López--; por eso me sorprendió cuando me pasó Marcelo caminando muy rápido, casi corriendo. Él había pasado delante de los 6 paramilitares del cuarto y los 3 del pasillo sin que ellos lo reconocieran”... “A la altura del primer piso, había dos paramilitares más uno de ellos, un petiso, reconoció a Marcelo cuando éste lo estaba pasando, lo jaló por el saco gritando: ‘Aquí está Quiroga’. Marcelo trató de desprenderse, diciendo: ‘Estoy sin armas, ¡quiero bajar con los otros!’ El paramilitar dijo: ‘Cabrón, cojudo, te vas a quedar con nosotros’. Pero Marcelo, con las manos siempre en la nuca, hizo un esfuerzo y se desprendió del paramilitar y empezó a bajar las escaleras entre el primer piso y la vuelta de la escalera de la calle. El petiso se puso furioso... y gritó: ‘Si no te paras, disparo’. Marcelo inmediatamente se paró, dio la vuelta para dar la cara y no la espalda a los paramilitares, todavía con las manos en la nuca. En ese mismo instante, uno de los paramilitares disparó a Quiroga a una distancia de unos 3 o 4 metros y Marcelo cayó fuertemente de espaldas, evidentemente alcanzado por la bala”.
Un funcionario policial informó en abril de 1983 que al día siguiente del asalto a la COB fueron exhumados dos cadáveres en las inmediaciones de Mallasilla, antiguo camino a Achocalla, identificados como Marcelo Quiroga Santa Cruz y Carlos Flores Bedregal, y depositados en la morgue del Hospital del Tórax, de donde fueron sustraídos esa misma noche por paramilitares armados. La familia hizo incontables esfuerzos por rescatar el cadáver de Marcelo; suponían que, antes de morir, el general Banzer revelaría el paradero de los restos, pero se desengañaron, porque el viejo ex mandatario no se refirió siquiera al tema.

HOMENAJE DE JUAN RULFO
Desde principios de septiembre de 1980, la ciudad de México lucía un logotipo en el Paseo de la Reforma y en todo sitio público: “rulfo”. El gobierno había decidido otorgarle el Premio Nacional de Cultura. Días antes se produjo un homenaje a la memoria de Marcelo y el autor de “Pedro Páramo” ocupó la testera. Famoso por su laconismo y sus largos silencios, esta vez quiso actuar como orador y, en breves palabras de lamento por la ausencia del político boliviano, por quien tenía especial admiración, se limitó a recordar una frase del ex Presidente mexicano Álvaro Obregón: “No hay militar que aguante un cañonazo de dólares”. Esa misma noche el Presidente López Portillo desagravió al ejército mexicano y hasta el amanecer manos misteriosas quitaron todos los carteles. De ese modo, los militares vetaron el Premio Nacional de Cultura a su máximo escritor y uno de los más grandes de la literatura universal de todos los tiempos, por decir las cosas que dijo en el homenaje póstumo a Marcelo.

Marcelo Quiroga Santa Cruz nació en Cochabamba el 13 de marzo de 1931 y murió trágicamente en La Paz el 17 de julio de 1980. Hijo del Dr. José Antonio Quiroga Chinchilla y de doña María Helena Santa Cruz Ugarte, perteneció a una familia de terratenientes y su padre fue funcionario de alta confianza de la Patiño Mines, así como Ministro de Guerra y confidente del Presidente Daniel Salamanca durante la guerra del Chaco. Se casó con María Cristina Trigo y tuvo dos hijos, Rodrigo y María Soledad.
Estudió en el Colegio Nacional Bolívar, de Cochabamba; luego, Derecho, Filosofía y Letras en la Universidad de Chile. No se le vio actuar en la oposición al régimen del 52, pero, a la caída del proceso, probablemente sintió la hora de tomar su lugar en la política.

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