ASTERIA CHAMANI
Es dirigente de la Federación Departamental
de Pequeños Comerciantes, fundada el 26 de junio de 1986 con 17 asociaciones y
a la fecha tiene 86, la mayoría encabezadas por mujeres. Ha dedicado su vida a
alentar la dirigencia femenina y a salvar los obstáculos de una sociedad que no
garantiza la formación, pero ni siquiera la alfabetización de las mujeres. “Algunas no saben leer, pero saben llevar
bien las cuentas. Sólo necesitamos leer y escribir para la Secretaría de Actas;
el resto, cualquiera puede. A las compañeras que se consideran incapaces, les
pongo de ejemplo a mi madre, que era analfabeta pero muy inteligente. Nos sacó
profesionales a cinco hermanos. Pretextan que no saben firmar y entonces les
enseño. Son aguerridas y cuestionan todo, se rebelan. El único requisito que
exigimos es que no pertenezcan a ningún partido”, dice doña Asteria. “Vino el
21060 y la relocalización de los trabajadores y las ciudades del eje central se
llenaron de comerciantes”, agrega.
Se llama Asteria Chamani Mareño; nació el 3
de marzo de 1947 en San Pedro Buena Vista, provincia Charcas del departamento
de Potosí, hija de Valentín Chamani Rasguido y de Francisca Mareño Salvatierra,
de Chayanta y Toracarí, mezcla de aymara y quechua, según los describe doña
Asteria. Se casó con Vicente Campos y tiene tres hijos: Aleida (arquitecta),
Ramiro (camarógrafo y publicista) y Lourdes (auditora). Entre sus recuerdos más
remotos está el de 1953, cuando tenía seis años y una multitud recibió en las
minas a Víctor Paz Estenssoro y Ñuflo Chávez Ortiz vestidos de ponchos y chulus
al estilo del Norte de Potosí, como festejo de la nacionalización de las minas
y el voto universal. Entre los personajes que conoció en su juventud están
Teresa Barrenechea, de Colquiri, su compañera de lucha sindical en el Magisterio
y en la Marcha por la Vida, que fue detenida en Caracollo por el gobierno de
Sánchez de Lozada. Radica en Cochabamba desde 1978.
Se inició como dirigente gremial hace 25
años, como secretaria de actas, cuando la secretaria general era Flora
Arancibia; muy pronto ambas buscaron el apoyo del IFFI y de la Plataforma de la
Mujer (a la cual pertenece) para pedirles capacitación; luego de 13 años de
matrimonio tuvo que enfrentar como mujer sola la mantención de sus hijos, y
como el sueldo de maestra no le alcanzaba, emigró a Cochabamba y se hizo
comerciante minorista; pero su vida profesional comenzó en las minas y en el
Magisterio. “He vivido la masacre de San Juan cuando hacía mi segundo año de
provincia como maestra en Siglo XX; la experiencia me sirvió para reforzar mi
sentimiento como proletaria. Mi padre era un obrero del ingenio de
concentración de minerales en Catavi; ganaba un salario bajo; el cupo de la
pulpería que daban día por medio no abastecía para sostener a 5 hijos, 7
personas; por eso nuestro primer problema fue el hambre. Cuando los
trabajadores hacían huelga de hambre, que era frecuente, la empresa cerraba la
pulpería y castigaba a las familias, porque la pulpería era importante para los
trabajadores”, recuerda doña Asteria.
Hizo la primaria en la escuela de Catavi y la
secundaria en el Colegio Rafael Bustillos, de Uncía. Tenía 14 años cuando la
seleccionaron para ir a estudiar a la Normal Rural Ismael Montes, de Vacas,
becada por la empresa. “Fue una de las primeras veces que sufrí discriminación,
porque tenía muy buen promedio, pero no me enviaron a una Normal urbana; lo
mismo me ocurría con el transporte reservado sólo para los empleados, no para
los trabajadores ni sus familias, o cuando nombraron abanderada del colegio a
la hija de un alto empleado de la empresa minera cuando yo tenía el mejor
promedio y tuve que ir de escolta. Me gradué a los 18 años y me destinaron a
Socavón Patiño. Mis alumnos eran prácticamente de mi edad y eso me enseñó mucho
para no establecer diferencias entre maestro y alumno. El primer libro que leí
fue La Madre, de Gorki, que me prestó el dirigente Alfredo Santiesteban; leía
también poemas como El Pájaro Revolucionario, de Óscar Alfaro, a mis alumnos,
pero eso era “literatura prohibida” y tenía que ocultarla en los estantes del
colegio para evitar las requisas, porque querían retirarme como a mi esposo le
ocurrió luego de la masacre de San Juan. En total trabajé 13 años en las minas
Catavi, en especial en Siglo XX. La dura represión fortaleció a los
trabajadores en vez de atemorizarnos. Mi lección de vida fue aprender a
defenderme, a nunca agachar la cabeza. He sido maestra en Lupi Lupi, donde
concentraron a los huérfanos de la masacre de San Juan y de otras masacres de
la época de Barrientos. Entre ellos, fue mi alumno Pedro Montes, más tarde
ejecutivo de la COB”, recuerda doña Asteria.
Fue también maestra en Tarata, en Pandoja y
en las Escuelas Manuel Taborga y Eliodoro Villazón, de Cochabamba. Participó en
la Marcha por la Vida (“Hay un libro sobre eso: La Marcha Roja del
Magisterio”). En la Marcha, destaca el papel de Mary Justiniano (+), dirigente
de la COD.
Hoy mantiene un puesto de venta en la esquina
Punata y 25 de Mayo.
Entre las mujeres que destaca está en primer
lugar Domitila Barrios de Chungara y Alicia Chavarría, la esposa de Federico
Escóbar Zapata. Cuenta que escondía a Domitila en Siglo XX cuando era
perseguida, y que fue maestra de sus tres hijos, Alicia, Moisés y Vilma. “Yo
tenía en cassette los discursos de Federico Escóbar; si sentía baja la autoestima,
los escuchaba. También recuerdo las veces que nos visitó Luis Espinal y cómo
los trabajadores se quitoneaban el semanario Aquí. Él nos enseñó muchas cosas
pero también aprendió mucho de nosotras, en especial la huelga de hambre.
También honra la memoria del Che Guevara. “Si hubiéramos tenido información y
contacto, había tanta gente joven en las minas… ¿Quién no hubiese ido? (a la
guerrilla). Recuerda también a Irineo Pimentel y a Juan Lechín.
MARÍA EUGENIA BALDERRAMA
“Las mujeres hacen cosas concretas, a
diferencia de los hombres”. El juicio es de un conocido político, que parecería
resumir la vida de esta voluntariosa y decidida mujer que trabajó desde muy
joven por la democracia en Bolivia en tiempos bravos de resistencia contra la
dictadura.
Se llama María Eugenia Balderrama Rivera,
pero le quedó el apodo de Pulga desde su ingreso a la universidad. Nació en
Cochabamba el 20 de marzo de 1958 y es la mayor de 5 hermanos (3 mujeres).
Estudió en la Escuela Argentina y en los Liceos Brasil y Elena Arze de Arze y
se graduó de abogada en la Universidad de San Simón. Pero estos detalles no dan
idea de los rumbos que tomó su vida, primero como guía scout y luego como
dirigente política.
A sus 11 o 12 años se inició en el
movimiento escultista. “Me llamó la atención la solidaridad y la sensibilidad
social con el otro y la oportunidad de participar organizadamente en grupo”,
recuerda mi amiga Pulga. Tuvo que batallar para obtener el permiso familiar,
pero contó con la ayuda de su padre, porque entendió las cosas creativas y
positivas, la dinámica participativa y el incentivo al liderazgo en el
movimiento. Dos años después comenzó a asistir a las reuniones de la Parroquia
de Condebamba, donde había un párroco italiano que predicaba la Teología de la
Liberación, la construcción del Reino de Dios aquí y ahora y no sólo asistir a
misa para orar en abstracto, según recuerda María Eugenia. “Era un párroco
revolucionario, inquieto, que proponía metas participativas y hacía
sociodramas: marchas en la misa con carteles y otros”. Los jóvenes de entonces
vivían problemas concretos en su barrio: la luz, el agua, las calles, la
limpieza, y comenzaron con los bloqueos en la zona Norte, para protestar contra
los alcaldes designados por el gobierno de Banzer. “Hablábamos de poder local
democrático, del derecho a elegir alcalde, y sólo teníamos 14 a 16 años”,
resume María Eugenia.
Otro centro interesante fue la Parroquia
de Loreto, donde también trabajan jóvenes varones y mujeres con quienes se
coordinó una línea de acción contra la dictadura, por los pobres, los marginados, los
explotados, los barrios populares abandonados. “Pero faltaba algo: la acción
política. Las juntas vecinales comenzaron a bloquear y protestar por la falta
de atención, organizaron el trabajo comunitario ornamentación, la limpieza, el
problema de las torrenteras, el compromiso por cambiar nuestra realidad y
construir nuestra zona, barrio, ciudad, municipio y país; pero faltaba el
instrumento político”, recuerda María Eugenia. En eso llegó la noticia de la huelga
de hambre de cinco mujeres mineras y pronto esos jóvenes de Condebamba y Loreto
se sumaron con piquetes nuevos contra la dictadura. María Eugenia optó por
militar en el MIR, un partido fundado en la resistencia y empeñado en abrir
espacios democráticos para construir un mejor destino, tal como lo explica
ella.
Fue una época dura y la UDP una
articuladora de un bloque social de obreros, campesinos, mineros, jóvenes,
todos los que se oponían a la dictadura. Hubo tres elecciones con campañas
difíciles, enfrentamientos con ADN, el partido de Banzer, días de propaganda
electoral, de cuidar murales, de reuniones, amedrentamientos, dificultades.
María Eugenia se convirtió en responsable del Frente de Barrios, como se llamó
en el MIR a quienes trabajaban con los vecinos. Había ingresado a Derecho y
contribuido a conformar un movimiento de
Juventudes Marginales, como se llamaba. Tuvimos buenos contrincantes del FRI,
nosotros en la zona norte y ellos en la zona sur, pero coincidíamos contra la
dictadura y en la defensa de los intereses populares. Fue una experiencia
positiva. Conformamos la Federación Departamental de Amas de Casa,
desarrollamos la participación de la mujer en los barrios, superando la
dimensión asistencial de los clubes de madres. Pusimos de ejemplo a las mujeres
mineras que hicieron la huelga de hambre para motivar la participación de las
mujeres en la solución de sus problemas y en la construcción de la democracia”,
resume María Eugenia.
Todo parecía marchar bien pero sobrevino
el golpe de García Meza en 1980. María Eugenia trabajaba en el frente de
barrios, que había generado una dinámica participativa en los barrios populares
y retomado a los grupos juveniles en la zona norte para hacer bloqueos
esporádicos, hostigamiento y resistencia contra el régimen, en suma, para
hacerles sentir que no se habían rendido, para dar señales de energía y de
vitalidad frente al hostigamiento. “Era difícil moverse por el control de los
paramilitares, pero la vida clandestina me enseñó a representar varios personajes
y poder moverme en la coordinación del movimiento barrial con los movimientos
de obreros y campesinos. Primero me disfracé de mujer embarazada y así me movía
con tranquilidad en los límites del toque de queda. Luego fabricamos miguelitos aprovechando un taller de
mecánica de un orfanato y la complicidad de los religiosos; también
distribuíamos panfletos para explicar a la población qué significaba la
dictadura. Pero también había que coordinar con el sector rural y entonces me
disfracé de cholita. Me llamaban Celestina. Celeste, Celia, todo menos Pulga,
como ya me conocían los esbirros del régimen. Los compañeros de Derecho me
llamaban Pulga allá por el 76 y 77, porque me movía mucho, era muy inquieta, y
entonces me decían la microbio, la pequeña, la pulga. Pero opté por nombres y
personajes diferentes para viajar a las provincias y al área rural”, concluye
María Eugenia.
LA MULTICOPIADORA
Me costó trabajo conseguir una Gestetner manual auténtica, que curiosamente sigue en servicio en
el Departamento de Publicaciones de la UMSS, donde todavía se imprime
policopiados con stencil. A cargo de la oficina está Pedro Montes, y me cuenta
que los aliados sobrevolaban los países ocupados por las tropas nazis y
lanzaban volantes alentando la resistencia contra el totalitarismo. Dice que en
los aviones a veces había una o más multicopiadoras, que imprimían los volantes
para caer luego sobre las poblaciones.
Esa misma táctica se usó en la lucha contra las
dictaduras. No hubo organización de resistencia que no tuviera una o varias; su
sonido es característico y bastaba que las fuerzas de represión lo reconocieran
para que fueran confiscadas y cayera sobre ellos la tortura y la prisión con el
mayor de los rigores. Tan peligroso era picar stenciles como imprimir los volantes
o distribuirlos porque había muchos buzos incrustados Muchas compañeras se
ocuparon de ambas tareas y cayeron detenidas.
Hoy la multicopiadora Gestetner es una antigualla, pero en la memoria popular es una
auténtica heroína de la democracia por la dignidad con que enfrentaba la vida
en clandestinidad, la vida a salto de mata buscando dónde ocultarse de la vista
de los represores de la dictadura y la suerte que corría, similar a la de sus
operadoras.
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