ISABEL CAERO PADILLA
Algo ha cambiado en el país para que esta joven de 17 años que fue
“militante de la izquierda radical” presida hoy el H. Concejo Municipal. Ella
lo explica mejor que nadie. Creció en el seno de una familia muy pobre, en la
cual era necesario trabajar y estudiar al mismo tiempo, alimentando la
esperanza en días mejores, más justos y menos excluyentes; a ello se añadía la
desventaja en que actuaban las mujeres, como si no fueran capaces de tomar a su
cargo la toma de decisiones públicas y tuvieran que reducirse a los espacios de
la vida cotidiana. Ya era militante del ELN cuando la detuvieron tras el golpe
de Banzer (“por cada preso conseguían un premio, les pagaban”) y, ya en
libertad condicional, era constantemente vigilada por un agente que la
interrogaba sobre la identidad de cualquier persona que la abordara en la calle.
Con esas limitaciones, le costó mucho estudiar Arquitectura y defender
su proyecto de grado sobre Equipamientos sociales urbanos, que resume sus
experiencias con asociaciones de mujeres.
Se llama Isabel Caero Padilla; nació en Cochabamba el 26 de junio de
1950; es hija de Alberto Caero y Digna Padilla. Se casó con Carlos Alcócer (+),
militante de izquierda, como ella, y tuvo 3 hijos : Gisela, periodista de Los
Tiempos, Carla y Manuel.
Entre las influencias que recibió recuerda la de su madre, militante
feminista, y el influjo de Adela Zamudio, pues estudió la secundaria en el
Liceo que fundó la poetisa y era declamadora de sus poemas, en especial de Nacer hombre y de Quo Vadis. También destaca su amistad con Sonia Montaño, que generó
una influencia positiva en la formación de nuestra entrevistada. “Desde muy
joven tuve doble militancia: de izquierda y feminista”, resume Isabel.
ROMINA PÉREZ
Es pionera en la lucha por
los derechos de las mujeres, pero su militancia de izquierda se remonta aún
más, a la resistencia de la Juventud Comunista de Bolivia, en la cual militaba,
contra las dictaduras militares. Ella estuvo en la reunión del 17 de julio de
1980, en la COB, y salvó la vida por instantes. Es inagotable cuando habla de
su experiencia de vida y de militancia, que ha tenido tres momentos: la lucha
antifascista, la praxis en temas de tierra y territorio y la militancia en
cuestiones de género. Se llama Romina Guadalupe Pérez Ramos y su nombre en la clandestinidad era Ramona.
Su participación como estudiante en actos de protesta y huelgas de hambre le
obligaron a someterse a una operación de urgencia. “Esta cicatriz que
muchas personas consideran
horrible, porque va desde mi ombligo al pubis,
para mí es una
marca de
mi acervo ideológico y significa
mi compromiso con las luchas del pueblo boliviano”, dice Romina. Se
recuperó y viajó a la URSS para formarse como cuadro político. Allí representó a la juventud de América
latina. “Fue algo que nunca
imaginé: conocer a bolcheviques que todavía vivían, me
convocaba a mirar la historia del POSDR, y me
transportaba a revivir
esa coyuntura, como si
fuera parte de ella”, recuerda Romina.
A su retorno se dio un
capítulo crucial de su vida, porque trabajó en Siglo XX y Catavi y el dirigente
minero Édgar Huracán Ramírez la bautizó como Ramona. De esos días data una
copiosa documentación escrita y grabada que hoy se conserva en el archivo
histórico del SIDIS de la FSTMB, que le mereció una nota de reconocimiento de
la dirigencia minera.
Romina es protagonista de
un hecho sin precedentes que ella bautiza con el nombre de “matrimonio
ideológico”: se casó con Remberto Cárdenas, camarada suyo, el 14 de diciembre,
fecha de fundación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y en Catavi. Su regalo
de bodas fue un paseo por interior mina, pero el matrimonio no se consumó pese
a que los cónyuges vivieron juntos por más de dos años. Sobre el regalo minero
dice: “Fue el mejor regalo de bodas que
tuve, o mejor dicho, el único,
pues mi
matrimonio puede ser catalogado como
clandestino, fue “ideológico” y un secreto de Estado”.
“Aprendí a enfrentar los problemas gracias a
mis dos abuelas, que marcaron mi vida de pequeña y adolescente. Ambas fueron
matriarcas de sus respectivas familias y sostuvieron sus hogares; a mi abuela
materna, Eduarda Cozzi Orsini de Nicola viuda de Ramos, le debo mi hábito por
la lectura y mi práctica revolucionaria , me contaba historias de su padre que
era francés “Giraldino” . A mi abuela paterna, Teodosia Vargas viuda de Pérez,
le debo mi sensibilidad, me contaba que ya antes de 1952, tituló tierras de sus
haciendas para los colonos que las trabajaban y para comunidad de las alturas”,
dice Romina.
Como Vicepresidenta de la
CUB participó en 1985 de la “Marcha por la Vida”, contra el D.S.21060 que
instauró el neoliberalismo en el país, y en célebres huelgas de hambre, como
aquélla que compartió con Juan Lechín Oquendo.
En una manifestación de
protesta universitaria fue herida de
bala en el talón derecho que la dejo impedida por varios días.
Representó a la Unión Internacional de Estudiantes en la reconquista de la
democracia para Chile; visitó las tumbas de Pablo Neruda, Violeta Parra y
Víctor Jara, tres personajes enterrados durante la dictadura en humildes nichos.
¿Tendrán mausoleo ahora? Esa marcha de
Santiago a Concepción fue reprimida por policías y soldados chilenos y los
marchistas tuvieron que refugiarse en una aldea mapuche. También organizó como
dirigente de la CUB la primera peregrinación a La Higuera, donde fue ejecutado
el Che. “Los militares literalmente nos pusieron piedras en el camino; es decir,
bloquearon el camino con enormes
rocas para impedir el paso de la numerosa
caravana de estudiantes,
dirigentes de las organizaciones sindicales y otros que se dirigían adelante (…)El acto fue acosado con aviones rasantes hasta la
incursión y presencia física del
Ejército, y destruyeron el busto del Che que la FUL de
Santa Cruz mando hacer”, recuerda Romina.
La caída del Muro de Berlín
determinó una crisis en el Partido Comunista, la fundación del Partido
Revolucionario del Pueblo con dirigentes mineros y sólo dos mujeres, una de
ellas Romina, y el nacimiento de su hija y las últimas clases universitarias,
con la niña a cuestas, que culminaron con la defensa de su tesis.
El PSP ya se había disuelto
y, en ese contexto de crisis, Alejandro Almaraz la invitó a trabajar en el
Centro de Estudios Jurídicos y de Investigación Social (CEJIS), que dio inicio
a otra etapa importante de su vida por el seguimiento de las luchas y
reivindicaciones de los Pueblos
Indígenas del Oriente, el Chaco y la Amazonía, por el respeto a sus derechos
histórico-culturales, que se traducían en la demanda del territorio indígena de Monte Verde, la primera demanda
legal que se interpuso al
Estado en un contexto
desfavorable, no sólo por la Presidencia de Sánchez de Lozada sino por la
oposición incluso de intelectuales de izquierda a esta temática que luego se
convertiría en reivindicación nacional por la tierra y el territorio. Romina, a través del CEJIS, contribuyó a
socializar el Convenio 169 de la OIT,
que inspiró la modificación del art. 161 de la antigua Constitución, y escribió
la historia de la reivindicación y
demanda del territorio indígena de Monte
Verde frente a sus usurpadores. “Recorrí
ese territorio de casi un millón
de hectáreas con mi hija en brazos,
caminábamos junto a la dirigencia indígena dialogando
por las estrechas sendas en medio del monte. Para mi hija pequeña todos los dirigentes
indígenas eran sus tíos, que la
cargaban con cariño aliviándome
del peso. El único descanso era el de
las asambleas o reuniones a las que debíamos asistir en las comunidades. Las caminatas con el peso
me produjeron una hernia de disco
que a la postre tuve que ser
operada. (…) Recuerdo una noche cuando les pregunté como delimitaron el territorio, me respondieron apuntando al
cielo ‘a través del Astro Piyo
Rey’ que era una constelación de estrellas de la forma de un piyo”, recuerda Romina. Ante las amenazas de
la represión oficial, madre e hija tuvieron que huir orientándose a la manera
indígena: “La anciana de la comunidad me dijo
‘agarra a tu hija, sigue
aquella estrella, toma siempre la derecha cuando las sendas se
bifurquen, y llegarás con la ayuda de Tumpa. Me perdí dos veces en ese océano de oscuridad pero
Tumpa no me abandonó”.
La violencia desatada
contra los indígenas demandantes hizo
que Romina se involucrara en las
reivindicaciones de género “ a raíz de
mi discrepancia con la política oficial del recién inaugurado Viceministerio de Asuntos Étnicos de Género y Generacional” porque en
San Javier , donde se encuentra
el límite del territorio de Monte Verde denominado “La Puerta del Cielo” se produjo un hecho violento. El Pueblo Indígena Chiquitano, después de
introducir su demanda al Estado, y aun
sin tener una respuesta favorable,
tomó posesión de su territorio. Cuando
ya estaban asentados durante la
noche, los ‘matones’
los atacaron con armas de
fuego al mismo estilo que las dictaduras, y
como se resistían prendieron
fuego al asentamiento, donde se encontraban familias enteras,
mujeres y niños en su mayoría. En San Javier,
la única oficina jurídica y de defensa de derechos que existía era
el Servicio Legal Integral (SLI)
que inauguró ese Viceministerio para la
defensa de los derechos de la
mujer contra toda forma de violencia y
discriminación. Pues bien, esta oficina
se negó a defender a las mujeres
indígenas, a lo niños y adolescentes que estaban siendo reprimidos, pues según
sus funcionarias “no era un asunto de
violencia doméstica”.
Motivada por ese hecho,
Romina ganó en concurso de meritos el
cargo de Directora de Género del gobierno municipal de Santa Cruz, el primer
órgano municipal de esa temática, impulsado por el BID, el Viceministerio y la H. Municipalidad de Santa Cruz; Romina fue contratada como
socióloga para transversal izar el
enfoque de género en los planes de
desarrollo municipal, fortalecer los
SLI y las defensorías de la niñez en los
distritos municipales. La
experiencia debía replicarse en otras
alcaldías en ciudades
capitalinas.
La experiencia de Romina
hasta entonces se reducía a lo observado en las minas con el Comité de Amas de Casa Mineras y a elaborar cuadernos de formación de la serie “La Mujer Minera” al final de la década de los 80’. Un análisis del
discurso de género en Bolivia le sirvió para ganar el concurso de méritos en el
municipio de Santa Cruz. El siguiente paso lo dio en el municipio de
Cochabamba, donde impulsó congresos sobre la misma problemática.
Su nombre
completo es Romina Guadalupe Pérez Ramos; nació en Guayaquil el 17 de noviembre
de 1958, de padres bolivianos: Roma María Ramos Cozzi y Germán Gustavo Pérez
Vargas, que tuvieron seis hijos: Nelson Gustavo, Romina Guadalupe, Leonardo
Percy, Marieta Rosina, Mercedes Firence, Brigida Lourdes y Fátima Lucía
Mosquera, prima y hermana adoptiva. Estudió Sociología en la UMSS, Diplomado en
Ciencias Políticas (CESU-UMSS), en Altos Estudios Nacionales y en las
Universidades de Bolonia y de Copenhague. Tiene una hija, Maya Nogales (20).
MARÍA ESTHER POZO
Nadie imaginaría que detrás de esta investigadora del
Centro de Estudios Superiores (CESU), de la Universidad de San Simón, hay una
pionera en la lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres y una
reportera del Semanario Aquí, en vida del Padre Luis Espinal. Vi un suplemento local que se llamaba
“Nosotras”, donde está su nombre, pero ella dice que se inició con Jael Bueno,
Sonia Pardo y Claudia Jaimes en un tema nuevo incluso para la izquierda. “Este
grupo surge el 86 a raíz del viaje de María Lourdes Zabala a estudiar una
maestría en la FLACSO-Ecuador. Todas éramos militantes de partidos de
izquierda; nos sentamos a reflexionar sobre nuestra posición en nuestras
organizaciones porque nuestras demandas no eran escuchadas. Escribíamos
manifiestos y panfletos, pero nos consideraban revisionistas y nos decían que
queríamos hacer política en la cama y en la cocina”, recuerda María Esther. “La
primera nota fue publicada gracias a Gustavo Rodríguez Ostria en Sociología.
Empezamos leyendo los libros de Simone de Beauvoir, revisamos los clásicos del
marxismo, decidimos poner cuotas para cubrir los cien o doscientos dólares que
nos cobraban para sacar el suplemento y en él escribíamos cosas que desafiaban
a la sociedad, hasta que nos admitieron en el diario Opinión, pero los
compañeros y camaradas se enojaron de nuestros artículos y entonces dejamos de
escribir y comenzamos a trabajar en una ONG”, recuerda María Esther.
El machismo estuvo siempre muy arraigado incluso en la
izquierda. El papá de María Esther era militante del Partido Comunista y amigo
de Tristán Marof en La Paz; desde niña le había enseñado que lo afectivo no era
importante y que el objetivo más importante de la vida era el estudio y el
trabajo. Ya en la Universidad, vio que toda la estructura sindical y política
era machista; “pero también hay que reconocer que los papás nos incentivaron a
estudiar; el mandato del Che era ser los mejores de los mejores, donde
estuviéramos”. Por eso, ya como militante del ELN-PRTB, vio que algunas
compañeras optaban por carreras no convencionales. “El mandato no era buscar
marido en la U, como se decía en la época, sino estudiar y ser los mejores. Yo
estudié Ciencias Sociales, pero hubo compañeras que estudiaron Ingeniería
Civil”, recuerda María Esther.
A María Esther la he visto bailando en la Morenada
Central filial Tiquipaya, en esa rutilante fila de Las Machas, siempre gallarda
y dueña de sí misma. He leído su valioso libro sobre las cholas de los años
50s, sus reivindicaciones y su forma de vida, y sigo sus investigaciones sobre
las mujeres, entre otro sectores sobre las thawis, las recicladoras de basura.
Por eso le hablé de este libro y del Bicentenario de la Coronilla. Ella ha
estudiado el mundo de la mujer popular, un mundo laborioso dentro y fuera de la
familia, porque la chola trabaja y es al mismo tiempo madre. Recuerda que en la
década del 20 hubo una discusión sobre la distinción que iban a entregarle a
doña Adela Zamudio. Las mujeres de la élite la postulaban, pero las mujeres del
pueblo exigían que la mujer símbolo debería ser doña Manuela Gandarillas, la célebre
ciega de la novela Juan de la Rosa, que encabezó la resistencia de las Heroínas
contra el ejército realista. “A las cholas de la época no les interesaba la
educación, como a las mujeres de la elite, sino su propio ejemplo laborioso de
sacarse la mugre atendiendo el hogar y el negocio, y de asentarse entre la
tradición y la modernidad, porque las cholas anhelan la modernidad y la
educación para sus hijos, mientras ellas se asientan en la tradición”.
La vida en familia es determinante para la orientación
política. María Esther creció en un hogar de izquierda. “He visto mi mami
llorar cuando murió el Che, oímos misa y rezamos por él. Cuando me detuvieron,
mi papá me enviaba frases de mi mamá para poder subsistir en mi encierro”,
recuerda María Esther, que fue detenida como militante del ELN en una batida de
1976, cuando el régimen de Banzer interrumpió el trabajo que hacían las mujeres
con los trabajadores fabriles de la Manaco y de Taquiña. La trasladaron al DOP,
de La Paz, donde estuvo durante tres meses. Allí había celdas que la gente no
sabía que existían. María Esther compartió la prisión con Loyda Sánchez y Nila
Heredia, Óscar Zegada, Jazmín Grágeda, Alfonso Canazas, las hermanas Graciela y
Elizabeth Landaeta, del MIR, víctimas de la represión de esa época, entre
otras, y tuvo noticia de que en otra celda estaba la desaparecida argentina
Graciela Rutilo, que le escribía poemas a su hijita. Banzer la hizo entregar a
la represión argentina y la niña también desapareció. “Nunca la pude ver pero
la oía. Unas monjas le llevaban lana y palillos para tejer. Conservé todos sus
poemas y compartí la angustia y la tragedia cuando su hija apareció. La llamé a
la TV cuando la entrevistó Carlos Mesa y le dije que su mamá la adoraba con
toda el alma”.
RECUERDO INOLVIDABLE
Se llamaba Rufina y era de Caquiaviri; llevaba carne a
la casa de Rubén Sánchez, militar que luego ingresó al ELN, y fue detenida en
el DOP. “Era una mujer admirable, que me acompañó los tres meses que estuve en
la misma celda. Tenía una perspicacia revolucionaria muy fuerte, que a mí me ha
fortalecido. Todos sus hijos habían sido detenidos en el mismo lugar. Tenía
imaginación y se daba mañas increíbles para sobrevivir en la celda. De pronto
decía que iba a lavar su pollera, y era muy difícil hacerlo con tan poco agua,
en tres días, parte por parte. Así Rufina se daba modos para colgar la pollera
en la puerta de la celda para que sus hijos supieran que también estaba allí.
Un día entró su hijo a limpiar la celda y Rufina no hizo el menor gesto de reconocerlo”,
recuerda María Esther. “Vino a buscarme después y fue un placer caminar con
ella por Cochabamba. Con sus polleras nos tapábamos de noche para soportar el
frío intenso. Me propuse ir a buscarla a Caquiaviri, pero al final ni a Viacha
he vuelto. La gente no sabía que había detenidos allí. Detenían a los
campesinos por infracciones menores y ellos cantaban Viva mi patria Bolivia con un sentimiento único. Yo sospechaba que
ellos sabían que había políticos detenidos allí, por eso cantaban, porque era
como una señal, como un símbolo”.
María Esther fue fundadora de la Carrera (hoy
Facultad) de Sociología en la Universidad de San Simón. Se inició en Economía y
junto a David Pereira, Antonio Rivera, Lourdes Zabala y otros pidieron la
apertura de la Carrera. Por eso salió en la primera promoción, junto a Camilo
Crespo, Lourdes Zabala, René Antezana y ella, los cuatro primeros graduados en
Sociología. Más tarde hizo maestría en Educación Superior, en San Simón, y
cuatro años doctorado en Historia de América Latina en la Universidad de
Barcelona. Le interesa la revisión histórica, no sólo de las Heroínas sino de
las Mujeres Anarquistas, que ya el año 1927 desfilaban con banderas rojas, que
no tenían interés por el poder pero luchaban por conquistas que ni las feministas
urbanas se habían planteado, como el reconocimiento de los hijos. Eran
culinarias, floristas y verduleras.
SOLEDAD DELGADILLO
La conozco desde su primera
juventud, cuando era Secretaria Ejecutiva del Centro de Estudiantes de Derecho
y dirigente de la FUL. Siempre tuvo la belleza, la prestancia y la fuerza
interior de la mujer valluna. Su nombre es María Soledad Delgadillo Arauco.
“Soy hija de Cochabamba y viví mi niñez en Aiquile, la tierra de mi padre y mis
abuelos paternos. Aiquile me enseñó los valores de la comunidad campesina, la
fortaleza de sus organizaciones y la confianza en la gente”, confiesa y se
califica como “militante guevarista y de movimientos de mujeres; conductora de
organizaciones de desarrollo rural y de redes técnicas”.
Salió bachiller del Colegio
Santa Ana y formó parte de organizaciones juveniles de la Parroquia San Carlos,
junto a religiosos de la Orden Franciscana y misioneras cultoras de la Teología
de la Liberación. Con ellos se integró a la defensa de los derechos humanos.
Ingresó a Derecho en la Universidad de San Simón y entonces “se hizo más clara
la tarea de resistencia a la dictadura banzerista y la lucha por la reconquista
de la democracia”, cuenta Soledad. ·El movimiento universitario enfrentaba la
intervención militar. Dirigentes, estudiantes, docentes, trabajadores y
autoridades autonomistas eran perseguidos, apresados y confinados fuera del
país, hasta la gloriosa huelga de hambre nacional de 1979 con la que las
heroicas cuatro mineras convocaron al país para recuperar la libertad y la
democracia. La UMSS, fue un bastión de movilización y los estudiantes fuimos su
fermento y fortaleza”, sostiene Soledad.
En la lucha por
la recuperación de la democracia se integró a la UDP. Fue perseguida, apresada
y alejada del país por la dictadura militar y, en el período neoliberal,
trabajó en desarrollo rural, en el estímulo a la participación política de las
mujeres y de sus organizaciones y en el fortalecimiento de las organizaciones
económicas campesinas. Hoy es parte de la Asamblea Legislativa Departamental,
“porque la construcción del Estado Plurinacional nos convoca a todas y todos a
trabajar junto a los movimientos sociales para avanzar y mantener viva la
esperanza en el proceso de cambio hacia el vivir bien, en armonía con la Madre
tierra, por nuestra patria digna y justa”. Nos envió una nota que concluye con
estas palabras: “Mi compromiso ante las Heroínas de la Coronilla de Cochabamba:
Seguiré siendo militante del pueblo en su lucha por la vida”.
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