ALCIRA MITRE
Cuántas veces la visitamos a tía Alcira (90, nacida el 9 de julio) en su casa de la calle Venezuela y a la hora de almuerzo, porque sabíamos que su comedor estaba siempre abierto para sus sobrinos. Como en el caso de Elenita Auad, en Tarija, la tía Alcira nos enseñó el misterio de la multiplicación de los panes y los peces: todo alcanza cuando se comparte; su olla estaba siempre llena para distribuir la ración diaria y la repetición; y hoy, a sus 90 años, sigue reuniendo a la familia en unos almuerzos reverendos.
La historia de esta familia está llena de sorpresas: don Elías Mitre emigró de Palestina a Oruro, abrió allí una tienda y compró una mina que bautizó con el nombre de su esposa Elena. Ambos eran cristianos ortodoxos y la mina se llamó Santa Elena; pero no encontraban la veta y don Elías tuvo que vender Santa Elena al primer postor; no pasó un mes y el nuevo dueño encontró una veta magnífica. Era el millonario Mauricio Hochschild, uno de los tres Barones del Estaño.
Con esa experiencia a cuestas emigraron a Cochabamba y construyeron la casa de la Venezuela, adobe sobre adobe, ladrillo sobre ladrillo, dicen que con el propósito de reproducir una casa que habían dejado en Palestina. Quizá por eso tiene corredores espaciosos y muchos dormitorios para albergar a la familia grande. “Todos vivíamos juntos”, me cuenta Sonia Manzur (nacida en Cochabamba, pedagoga), “mis bisabuelos, sus hijos, entre ellos el tío Alberto”. Está hablando del yaba Alberto que mereció un poema de su hijo Eduardo Mitre. Habla de Alberto Mitre, el hermano de la tía Alcira, el mismo que se casó con Kerime Canahuaty y tuvo cuatro hijos: Nazri, Ricardo, Eduardo y Antonio. “Todos vivíamos en la casa de la Venezuela, que tenía dos cocinas, una a cargo de la tía Alcira y otra, de la tía Kerime. La tía Alcira preparaba unos baclawes deliciosos y la tía Kerime unos mahmud (postre de nuez, sémola y almendra) entre cientos de platillos. Con ellos se crió también el primo Caruso Manzur (+), hijo de Salem Manzur, como un hermano para todos. “Mi mamá se llama Lolita, Flora Soria, es de Villa Rivero. Me impresiona por la empatía que ha tenido para adentrarse en la familia, ser parte y tomar parte con naturalidad. Habla árabe o lo entiende al menos, cocina árabe, es su capacidad de darse. Mi papá Caruso fue de los primeros árabes que se casaron con boliviana y provocaron tensión en ambas familias; pero ella se ha enriquecido con ambas culturas. Allí en mi casa vive ahora la tía Alcira”, sostiene Sonia.
Se llama Alcira Mitre Ready; nunca se casó ni tuvo hijos, pero volcó su afecto a la familia grande. “Le decimos la Jabibi. La casa fue construida por mi bisabuelo Elías con sus propias manos, cuenta mi tía Alcira, como una réplica de una casa que tenían en Palestina, espaciosa, increíble, con huerta, frutales, gallinero, rosales, parrales, comodísima. La mesa llena es una manera árabe de demostrar cariño; son comidas muy elaboradas. Mi familia se ha arraigado entre los cochabambinos pero no ha perdido costumbres árabes. Mi abuelita hablaba árabe, no podía con el castellano, y a las personas que trabajaban en la casa no les quedaba otra que aprender árabe; pero k’oaba los martes de Carnaval, se hacía mojar y mojaba y repetía: Hay que respetar las costumbres de esta tierra que nos ha acogido. Los domingos todavía nos reunimos y cocina la tía Alcira. Si cocina otra persona se enoja, es su territorio. Todo en abundancia. Si te mides, te falta, si compartes, siempre hay”, sostiene Sonia.
Cuántas veces he compartido la mesa de la tía Alcira y cuántas otras he sido invitado por Eduardo y por Antonio Mitre. Eduardo era un gran director de mesa, presentaba los alimentos con amor, como si invitara a la lectura. Luego servían el café árabe, tinto y con borra, encendía un cigarrillo y exclamaba: “Tanto trámite para esto”. Como casi toda la familia, su mamá, Kerime Canahuaty, nació en Belén. Kerime quiere decir Querida, Amada. Era una joven viuda con dos hijos cuando conoció a Alberto Mitre en Cochabamba; se casaron y tuvieron cuatro hijos. “Las dos tías vivieron juntas casi toda su vida. En los últimos años, la tía Kerime sólo recordaba su infancia y hablaba árabe. Las muchachas que la cuidaban aprendieron árabe para comunicarse con ella. En sus últimos años, mi tía Alcira estuvo muy presente acompañándola, velando por ella con una nobleza muy grande”.
MARÍA LUISA UGARTE
Uno de sus hijos escribió estas bellas palabras: “Todas sus amigas la conocen como Lucha, un sobrenombre que describe su entereza para enfrentar los retos de la vida. Terminó el bachillerato en un colegio nocturno, fue secretaria de la UMSS casi tres décadas y antes se dedicó a elaborar tortas de matrimonio. Sufrió innumerables problemas de salud y los superó de manera paulatina; carga un marcapaso desde hace diez años, lo que no le impide viajar a Suecia a visitar a la familia de su hija Marcela. La primera vez que viajó lo hizo desoyendo todas las advertencias que da el sentido común pero su corazón aguantó el trajín de 19 horas de vuelo. A su retorno se extraviaron sus maletas y, con la escasa fuerza que tenía se puso a reclamar ante la empresa. Media hora después fue internada en una clínica. “No me va a vencer un viajecito” decía esos días. Y volvió a viajar, y hoy, otra vez está en Suecia, cuidando a sus nietas. Para eso funciona muy bien su corazón. Tanto como para devorar libros y mejor si novelas de aventuras, quiijotescas o no, que le pongan intensidad al paso del tiempo, y ningún límite al número de páginas: las de Tolstoi, pan comido, las de Eco un festín si en la trama hay dominicos sabihondos, y las de amor sólo si sobreviven a cien años de soledad.”
Su nombre es María Luisa Ugarte Ugarte; nació el 26 de junio de 1939, se casó dos veces y su actual esposo es Wilfredo Montoya.
Tiene cuatro hijos y una hija: Ramiro, médico que reside en La Paz y trabaja en el SSU; Fernando, sociólogo que dirige el CESU, un centro de posgrado en la UMSS; Antonio, también sociólogo y director de un centro de investigaciones en la Facultad de Derecho, Marcela, psicóloga que reside y trabaja en Suecia, y Daniel, ingeniero que trabaja en YPFB. Tiene dos nietos: Alejandro y Joaquín, y tres nietas: Lucía, Laura y Alicia.
BLANCA FERREL SORIA GALVARRO
Es hermana de un condiscípulo de colegio; era azafata del LAB, una chica muy guapa, y se casó con el aviador Nelson Urresti. Son católicos practicantes y siempre han compartido en familia. Los recuerdo así en múltiples escenarios, siempre en familia. El hijo menor fue victimado con saña aquel aciago 11 de enero de 2007, cuando trataba de cubrir a su padre, por quien tenía devoción, y pagó con la vida ese gesto filial. Hace 8 años que la familia busca justicia para dar con los autores del crimen. Es una voz persistente, que no calla, un reproche constante en busca no de venganza sino de justicia.
Los Urresti viven en una casa de clase media. Son un hogar sólido, con 5 hijos, incluido Christian. Son católicos practicantes. Nelson nació en Riberalta, Beni, y ha sido piloto del LAB; Blanca Ferrel Soria Galvarro fue azafata del LAB; Nelson tuvo un matrimonio anterior y es padre de dos hijos mayores… La vida de la familia Urresti no había pasado antes por ningún contratiempo: como piloto, Nelson llevaba de vacaciones a su familia al exterior; tiene parientes en el País Vasco, a los cuales ha visitado varias veces. Nada permitía sospechar que, en la vida apacible de los Urresti, sobrevendría la tragedia.
Christian es el único que nació con cesárea. Era muy alegre hasta cuando estaba dentro de mí. Dos veces hemos ido en vano a la clínica, y al final decidimos que nazca ese día, el 12 de enero, y nació a las 10:30 de la mañana. Era el menor de toditos y tal vez por eso el más cariñoso, porque realmente nos ha dado diecisiete años de felicidad, amor, ternura, mucha alegría, porque él transmitía eso, mucha alegría –recuerda Blanca.
Christian murió en la víspera de su cumpleaños. Su padre recuerda las extrañas coincidencias que se dieron en la víspera. Un año antes, Christian había viajado sorpresivamente a Santa Cruz también en la víspera, y este año había hecho compromiso con sus compañeros de curso para viajar a Santa Cruz, al parecer para escuchar a una banda de rock que actuaría en el Solilun. Pero este año, su padre no había querido ceder porque tenía pensado festejarlo en familia, aquí, en Cochabamba. Christian insistía y Nelson se mantenía firme en la negativa.
Entonces, más digamos aceptó quedarse porque su hermano, que vive en Santa Cruz, está casado, le iba a dedicar ese día de su cumpleaños en la mañana para hacer el trámite de licencia de conducir antes de volver a Santa Cruz –recuerda Nelson Urresti.
Era frecuente ver a Christian manejando el coche de la familia mientras acompañaba a su padre a comer salteñas en La Casa del Gordo. Una antigua amistad con el finado Armando Antezana, el Gordo Ja Ja, nos había juntado hacía como veintidós años en la antigua Salteñería Social, de Cala Cala, donde nos reuníamos con otros amigos pilotos, médicos y socios de la Fraternidad "Los 13". Yo los conocí gracias al también finado Alfredo Medrano e invariablemente nos acompañaba Carlos Heredia, pues los tres trabajábamos en el diario Los Tiempos. Al paso del tiempo, Christian, a quien habíamos conocido desde sus primeros días, era ya un joven de buena estatura, muy cordial y compañero inseparable de su padre, a quien a veces nos lo confiaba para regresar a recogerlo. Nelson le recordaba que no podía manejar sin licencia. Ese fue uno de los motivos que sirvieron para convencerlo de que no viajara a Santa Cruz.
El 11 de enero, Christian fue el único de mis hijos en ir a la concentración, recuerda Nelson. En todo caso, él no pensaba de ninguna manera ir porque quería viajar a Santa Cruz para su cumpleaños. Recuerdo que, a la hora del almuerzo, estuvimos hablando de que no deberíamos ser apáticos ni pasivos, porque no estaba bien que los cocaleros protestaran aquí, en la ciudad. Que protesten donde tengan que protestar, en sus lugares. Yo les hice a mis hijos un comentario: tenemos nosotros familia en el norte de España, que son vascos y protestan en sus lugares, no van a Madrid a protestar. Eso les dije. Entonces mis otros dos hijos dijeron que tenían actividades y no fueron. Christian tampoco quería ir pero a último momento lo llamaron sus amigos… --recuerda Nelson Urresti.
Hay sucesos que marcan la vida de una persona, de una familia, y echan luz sobre pequeños detalles y entonces les dan sentido. La muerte de Christian daba sentido a algunas señales no percibidas como presagios de lo irreparable en su momento. Uno de ellos es el más sugestivo: Christian tocaba batería y era integrante de una banda de jóvenes músicos de su generación. Tenía una habitación que destinaba a los ensayos y la batería estaba acomodada de modo que él, al tocarla, tenía la espalda pegada a una pared. Poco antes de su muerte había pintado allí dos alas de ángel que parecían salir de su espalda; y en sus últimos días, había pintado una cruz entre ambas alas.
Christian tenía una enamorada, y el 10 de enero había cumplido once meses con ella. Se llama Carolina.
Estuvimos hablando mucho de qué le iba a regalar y nos decidimos por una manillita de goma Eva –recuerda la madre--. Como era tan alegre, le gustaban los colores más fuertes: el verde fosforescente, el anaranjado… Después que pasó la desgracia, vi a Carolina y me contó que le había comprado una manilla negra. "Cómo negra, me asombré, si él me dijo que te iba a comprar en verde." Y me dice: "No sé, pero me ha traído una manilla negra. Claro, me dicen: "Tú ves en todo una señal, un mensaje." Pienso que no es eso: es que yo lo conocía, yo hablaba mucho con él.
¿Qué es mejor, recordar a cada minuto, en todo momento, la tragedia? ¿Olvidar? ¿Exigir justicia? ¿Perdonar? La vida de los Urresti soportó un terremoto con la muerte de Christian, un tsunami que no concluye, pues de inmediato fueron visitados por investigadores, fiscales, abogados y amigos que se ofrecieron para contribuir en la busca de los culpables.
Nelson habla en tono sereno, reposado, pero sin que le tiemble la voz.
Lo único que nosotros deseamos es que mi hijo pueda descansar en paz; y si muchas personas lo toman como un símbolo, lo tomen como eso, símbolo de paz, amor y unidad y no de rencor ni de odio ni de rabia. Qué bueno sería que el Gobierno dejara de dar esos mensajes instigando a la confrontación entre hermanos. Que nos dejen vivir en libertad, que nos dejen vivir en democracia y todos como hermanos, porque toda la vida hemos vivido como hermanos. Nunca ha habido esta separación que se ve ahora, nunca ha habido ese odio entre nosotros con campesinos o los campesinos contra nosotros.
Esto que estamos haciendo. Mostrar a la, a la gente como desgracian una familia, como desgracian, todos estos hechos, desgracian un grupo, desgracian una persona porque a mí me han desgraciado. Yo no sé qué voy a hacer de aquí en adelante en mi vida. Mostrarlo así, de esta manera, por eso hemos accedido, por eso este, en cuanto podemos, queremos decirle a todo el mundo de que no tenemos ni rencor ni odio ni queremos venganza. Lo que quisimos en un momento es justicia, que no se quede así, porque yo no puedo entender cómo un humano puede golpear de la manera que lo han golpeado a mi hijo hasta destrozarlo.
BEATRIZ VARGAS PRUDENCIO
(Cochabamba, 1936 – 1999)
Extraordinaria cultora de la sensatez, de la personalidad y de la poesía. Alrededor de 1950, ganó los Juegos Florales de la Poesía y recibió un diploma y un libro de manos del poeta Primo Castrillo. Contrajo matrimonio con el tarijeño Eberto Lema Arauz y tuvo dos hijos: Malena y Gonzalo. Debido a los sucesos del golpe de Estado de 1964, su familia terminó de fracturarse y quedó al cuidado de sus pequeños en medio de la pobreza e indiferencia del medio. Una anécdota que la caracteriza en extremo se refiere a los paseos vespertinos con su hijo Gonzalo, de apenas cinco años, que servían para sortear la hora del té, y aprovechar del pan a la hora de la cena. En cierta oportunidad, una vecina se acercó amorosa al niño que manejaba su triciclo y le dijo: “Hola Gonzalo, ¿qué es lo que haces?” A lo que el niño respondió: “Estoy jugando porque mi mami me ha dicho que no tenemos plata para tomar el té”.
Pese a haber sido casada con un hombre del “movimientismo”, sus inclinaciones políticas parecían definirse mejor en el discurso político de Marcelo Quiroga Santa Cruz. La voz y el pensamiento del líder político, enunciada por las radios de la época, llenaban de júbilo y entusiasmo su sentimiento y pensamiento. Su entorno social, más bien de ideas de continuismo con Víctor Paz Estenssoro, quedaba siempre asombrado de la influencia de Marcelo Quiroga en su ideología y actitud. Durante la dictadura de García Mesa, a objeto de denunciar la corrupción existente inclusive en los orfelinatos a cargo de la prefectura, trabajó de manera voluntaria con un grupo de compañeras en el servicio de los niños abandonados y denunció, a pesar del peligro, la venta de los alimentos a través de las tiendas de las mujeres ligadas a la dictadura.
En 1981, en la reapertura de las universidades bolivianas, convocó a su hijo Gonzalo de retorno a Bolivia y proveniente de Australia a objeto de que se profesionalice en la carrera de su elección. Sabedora de la vocación de escritor de su hijo, a tiempo de pedirle que no descuide el Derecho, le puso sobre la mesa doscientas hojas de papel sábana y una máquina de escribir prestada para que iniciara su primera novela. Hasta el final de sus días se sintió orgullosa de haber generado en él un impulso irreversible a favor de la cultura. Ya en el colegio, en una de las tantas charlas serias con él, le indicó que iba a educarlo a través de los libros. “Tendrás un libro cada mes, casi siempre de segunda mano”, le dijo. “Ellos y yo vamos a educarte para que seas un hombre de bien”.
ELDY ANDRADE GUTIÉRREZ
Eldy Margarita. Nacida en Cochabamba, de padre cochabambino y madre cruceña, comenzó a destacarse, desde muy pronto, por su increíble capacidad de generación de amistad, afecto y solidaridad. Debido a esta característica nítida de su carácter y personalidad, desde muy temprano en su vida estuvo involucrada en diversas labores de ayuda social a pequeños y grandes colectivos sociales y personas desamparadas por la vida. Su actividad profesional –tiene un masterado en administración de empresas- ha estado siempre orientada a la solución de problemas cotidianos de la gente. En cierto momento de su vida tenía a su cargo a religiosas ancianas, a jóvenes adictos a distintos vicios y a un grupo de adolescentes cleferos. Ese compromiso con el prójimo en desgracia no ha cesado.
Su convicción por el empresariado emerge de una lectura sensata de la realidad boliviana que indica que el Estado no es capaz, por sí solo -y en ningún país del mundo-, de generar la totalidad de fuentes de trabajo que se requieren. El empresariado equilibrado y de buena fe, motorizado por principios morales y éticos persigue el objetivo social de la redistribución de las ganancias y la estabilidad de las familias en base al trabajo digno. Diversas instituciones tienen esa preocupación central y Eldy Margarita pertenece a varias de ellas. Sus empresas, como Delicias Tours y Materiales Nuevos, son un verdadero ejemplo de estabilidad y corrección respecto a los empleados y al enorme universo de sus usuarios.
Como siempre ocurre, aunque recién en estos tiempos se lo advierte, además de trabajar en la generación de una economía, está dedicada al trabajo en el hogar, del cuidado de sus hijos Dennis y Gabriel, y de su esposo Gonzalo Lema. La importancia del trabajo y su influencia en la familia, junto a los valores y principios de la buena convivencia, hacen que su hogar se constituya en la realización de la mayor de sus empresas. El ejemplo de esta mujer es digno de ser emulado.
LUCY ÁVILA AUZZA
He seguido por años la labor periodística de Lucy Ávila en el diario Los Tiempos y en ICCOM Publicidad, que es también un emprendimiento mayor. Con ese esfuerzo infatigable crió a tres hijos excepcionales: Edmundo, Marcelo y… Acerca de ella, le pedí un testimonio a su hijo, Edmundo Paz Soldán: “Hace algunos años mi mamá tuvo un problema que la llevó al hospital. Todos nosotros coincidíamos en que quizás ese era el momento en que mi mamá bajara su ritmo impresionante de trabajo. Acababa de terminar su primer libro de cocina y eso la había desgastado un montón. El médico recomendó reposo. Cuando yo llegué a Cochabamba, hablé con ella y me dijo que el médico tenía razón, que iba a cambiar de estilo de vida, etc. Me fui tranquilo. Poco después, sin embargo, me sorprendí al enterarme de que ella planeaba un segundo libro. Después han venido el tercero y el cuarto. Mi conclusión es que su capacidad de trabajo y su energía han servido para sacarla de su problema, que el reposo no era para ella. Cuando tenía dieciocho años estaba estudiando en la Argentina, ingeniería industrial, y tuve una crisis y me di cuenta que la ingeniería no era lo mío. Tenía miedo con el momento en que se lo diría a mis papás, sobre todo a mi mamá, porque ella, pese a la crisis económica--estábamos a mediados de los 80--, había sido la que insistió más en que yo me fuera a estudiar al exterior. Terminé mi año de estudios y volví a Cochabamba y fui a hablar con ella. Nueva sorpresa: No hubo ningún reproche. Me dijo que siempre había sabido que lo que de verdad me gustaba era la literatura, y que lo aceptaba. Era dura cuando debía ser dura, comprensiva cuando más lo necesitaba.
Su hermano Marcelo dice: "Yo sabía, desde chico, que quería ser economista y mi fascinación por los números aumentaba cada vez que me acercaba a cuarto medio y tenía que decidir que estudiar. Al salir de colegio les dije a mi padres que quería estudiar economía y ellos me dieron su apoyo, como siempre lo habían hecho a lo largo de mi vida. Entré en la UMSS a estudiar economía, pero el país atravesaba uno de sus periódicos más movidos, lo que siempre nos ha caracterizado, por tanto mis clases en la universidad estatal eran absolutamente irregulares. Así que comencé a no tener clases semanas enteras y, gracias a la inmadurez de mi edad, dedicaba mi tiempo a estar con mis amigos sin mucho más que hacer. Llevaba ya medio año en la U y mucho no había podido avanzar ante mi total indiferencia. Más bien empezaba a creer lo afortunado que era. Un domingo en la noche, después de estar con mis amigos e ir al cine, llegué a mi casa y mi madre me esperaba con un ticket de un solo tramo a La Paz y me comunicaba que me había escrito a la Facultad de Economía de la Universidad Católica y que al día siguiente empezaría clases; mi tío Lalo me recogería del aeropuerto. Esa noche lloré por lo injusto que era la vida conmigo sin saberlo, sólo el tiempo me lo diría, que mi madre había ayudado, de manera definitiva y por siempre, a ser quien yo soy ahora".
Se llama Lucy Gladys Ávila Auzza, tarijeña de nacimiento y residente en Cochabamba. Sus hijos son: Patzy Skeet Ávila (con su primer esposo, Henry Skeet) y José Edmundo, Raúl Marcelo y María Roxana (con su segundo esposo, el Dr. Raúl Paz Soldán). Hoy tiene 9 nietos.
JENNY LOBO DE LANZA
Es hermana mayor de un condiscípulo mío. Recuerdo que solíamos admirarla con devoción y respeto porque la sabíamos esbelta y bella pero distante. Se casó con Emilio Lanza Armaza, quien llegaría a general de la República y le daría uno de los trances más duros de la vida, que permitió sin embargo apreciar su temple de mujer valerosa y resuelta, pues su participación fue decisiva para librar a su esposo de que lo asesinaran los paramilitares que venían a fusilarlo cuando él se entregó a cambio de la libertad de sus compañeros y subalternos que lo apoyaron cuando se levantó contra la dictadura de García Meza.
Jenny estudió Farmacia y Bioquímica y atendió la farmacia heredada de su mamá, ubicada en la esquina San Martín y Colombia. Su mamá fue una señora muy sacrificada; sus hijos y nietos la recuerdan siempre trabajando porque soportó el rigor familiar y la crianza y mantención de sus hermanas, trabajando desde las 4 de la mañana desde muy joven para atender sus negocios, alistar a sus hijos que iban al colegio y cocinar para toda la familia.
Emilio Lanza era comandante del CITE y pidió el relevo del dictador García Meza en mayo de 1981, que desembocó en el sitio del CITE efectuado por varias unidades leales a la dictadura. Horas más tarde, Lanza cargó sobre sí la responsabilidad del levantamiento y se presentó a la Séptima División luego de despedirse de su familia. Se iba a iniciar el sumario en su contra, pero por orden del dictador llegó de La Paz un grupo de paramilitares del SES para conducirlo quizá a la otra vida. Era necesario escapar y uno de los pocos contactos era con su esposa. De ese modo, Emilio Lanza pudo disfrazarse de mecánico y esconderse en un turril a bordo de un camión Caimán que transportaba diesel. En toda esta conspiración para salvar la vida actuó su esposa en primer plano. Emilio salía oculto en el camión Caimán y Jenny ingresaba a la Séptima División para armar un alboroto por la supuesta ausencia de su esposo. Ya había alertado a los oficiales del CITE y éstos se comprometieron a secundar el levantamiento contra García Meza, que estalló el 25 de mayo de 1981 y no prosperó por falta de apoyo de otras guarniciones. Una negociación oportuna en el CITE permitió que doce oficiales fueran trasladados a la Nunciatura Apostólica, en La Paz, para luego tomar el camino del exilio, luego de sortear maniobras del régimen, que quería darles un escarmiento en el cuartel de Miraflores pero se enfrentó a las tropas de la Base Aérea, las cuales pusieron a salvo a los doce oficiales.
Emilio marchó al exilio en Quito. Desde entonces volvería a pasar tribulaciones hasta el día de su jubilación como general de la República. En todas ellas, su esposa, Jenny Lobo, y sus hijos: Roy, Cecilia, Roberto y Alejandra lo acompañaron con esa lealtad a toda prueba que trasunta el libro Mayo y después. La rebelión del Tcnl. Emilio Lanza contra García Meza. Los últimos días de la dictadura, de Cecilia Lanza Lobo.
CLAUDIA MANCILLA BALLESTEROS
Se la ve en uniforme camuflado, una imagen habitual en los medios, registrada en numerosos operativos que preside como Coordinadora de la Fiscalía de Sustancias Controladas. Esta valerosa mujer tiene una energía desbordante que se expresa no sólo en su belleza visible sino en esa que habita el interior de algunas personas. “Soy una mujer cuya mayor debilidad son mis cuatro hijos, por quienes despierto todos los días y quienes me dan la fuerza para seguir luchando todos los días”, dice Claudia. Sus hijos son Pamela (17), Daniela (14), Kenny (6) y Claudia (4). Se casó con Edwin Castellanos, “el amor de mi vida, con quien luchamos mucho para estar juntos, nada fui fácil en nuestras vidas, todos los días intentamos llegar a viejos, ser el uno para el otro, nuestros testigos de vida”, agrega.
Estudió bachillerato en el Colegio Santa María, Derecho en la Universidad Católica, trabajó en la Corte de Justicia, ingresó en 2000 al Ministerio Publico y hoy es Coordinadora de la Fiscalía de Sustancias Controladas del Departamento. “Cada vez que condenan a un narcotraficante, tengo la certeza de que he quitado de la calle a una persona que posiblemente le venda droga a mis hijos o a los hijos de cualquier ciudadano”, dice Claudia, aunque su trabajo “ha puesto en riesgo no sólo mi vida sino también la vida de las personas que más amo”.
Su nombre es Carola Claudia Mancilla Ballesteros. Es abogada penalista con una tesis de grado sobresaliente con mención de publicación y decenas de cursos y talleres de especialización, en los cuales ha sido alumna y docente. Ha recibido múltiples reconocimientos por su labor Profesional. “Recuerdo que un gran periodista me hizo esa pregunta (por qué trabaja en lo suyo) y la única respuesta posible es por convicción”, concluye Claudia.
TERESA JIMÉNEZ TORRICO
Su serena belleza le ha permitido cumplir 30 años de azafata del Lloyd Aéreo Boliviano. Ha sido condecorada por su institución, declarada Ciudadana Meritoria por el Concejo Municipal y condecorada con la Orden de Aeronáutica Civil en el grado de Caballero cuando cumplió sus Bodas de Plata como asistente de vuelo. Entre los miles de personajes que conoció, destaca al Papa Juan Pablo II, a quien asistió durante una semana como su azafata personal.
Tengo la impresión de haberla conocido en el Kinder Cochabamba, donde inició sus estudios como cientos de personajes cochabambinos. Nació en Cochabamba un 3 septiembre en la calle Baptista, donde la visité. Es hija de Salomón Jiménez y de María Josefa Torrico, ya fallecidos, y tiene tres hermanos: Hernán que vive en los Estados Unidos hace 60 años, Germán (Puli), que vive por Huayllani y Fernando, que vive con ella en la casa paterna. Estudió en el Colegio Maryknoll y en 3º de secundaria se fue a los Estados Unidos, donde salió bachiller en Texas, pero volvió de vacaciones e ingresó al LAB a sus 18 años, en 1970.
“El LAB ha sido mi vida. Siempre me gustó volar, en tierra no me sentía tan firme como en el avión. Estuve raras veces aquí, más vivía en el aire que en mi propia casa, siempre afuera, alojada en hoteles, con mi ropero en la maleta, durante 30 años”, resume Teresa.
Siempre es riesgoso volar; uno no sabe si volverá a casa; “pero Dios nunca dejó de mirarme en esos 30 años, siempre estuve con el ojo de Él chequeándome. Cuando cumplí 28 años en el LAB, mi hermano mayor me dijo que me retirara: Cuidado que Dios no esté “, un 12 de diciembre y visité la Basílica de la Virgen de Guadalupe y le dije: Virgencita, quiero retirarme en dos años, y si me retiro bien y sanita, haré el último vuelo para despedirme de ti. Así lo hice”, recuerda Teresa.
Para ser azafata hay que tener carácter y estómago de hierro, porque una debe lidiar con doscientos caracteres en el avión cada media hora, decirles sí a todo porque el cliente tiene la razón, escuchar cosas feas pero sonreír. “Pero me gusta trabajar con gente y amable con todos”, resume Teresa, que en treinta años a Dios gracias no enfrentó ninguna emergencia. Se retiró en 1998. “Ahora reposo tranquila, tengo tiempo para todo, me dedico a mi casa, me gusta, me encanta viajar, veo un avión y quiero estar ahí colgada, pero no siempre se puede”, concluye Teresa.
ZENOBIA DE TICA COLQUE
El 11 de enero de 2007 una bala segó la vida de su esposo, Juan Tica Colque. Quizá su problema no proviene sólo de la muerte de su esposo, sino de la situación de orfandad que quedó ella y sus tres hijos. Aquel 11 de enero “aquí estaba con mis tres hijos, lavando ropa, y mi hijo mayor estaba mirando televisión con su primo. "Mami, mi papá se ha muerto", diciendo ha salido llorando a la puerta. Yo no he creído porque sanito ha salido. ¿Cómo se podía morir? No le he hecho caso a mi hijo”, recuerda doña Zenobia. “Hemos ido en taxi y nos ha dejado a la orilla de la laguna”.
En noviembre de 2007, Alex Rosales, formalmente imputado por la muerte de Juan Tica Colque, fue sentenciado a 14 años de prisión; pero una información reciente dice que no se conoce su paradero.
Zenobia y Juan emigraron desde Potosí; se establecieron en el valle y, como muchas familias vallunas, buscaron un cato en el Chapare para sembrar coca. Juan viajaba una que otra vez a cuidar el chaco, a cosechar la coca y a secarla, pero su residencia estaba en Sacaba, capital de la provincia Chapare. Zenobia y Juan eran pastores de ovejas en Potosí. Allí se habían conocido.
El trabajo en el Chapare había sido una costumbre en ambas familias. Juan ya trabajaba de niño en el Chapare, junto a su hermano mayor; y Zenobia ingresó por primera vez a la zona cuando tenía once años, con su tío que pertenecía a un sindicato distinto al que luego pertenecería los Tica Colque.
Juan fue dirigente de su Sindicato hasta mediados de 2006. Retornó a su hogar los primeros días del 2007, sin pensar que el 11 de enero lo esperaba la muerte.
BRÍGIDA ARO COPA
La observo mientras atiende a mi nieto Emilio y me sorprende su dulzura y su paciencia para enseñarle manualidades que salen de sus pequeñas manos antes de cumplir los tres años. Ella estudia Parvulario en INFOCAL y una Licenciatura en Pedagogía en la Universidad del Beni, oficina Cochabamba. Tiene una hija de siete años y para todo eso se las arregla sola. ¿Cómo así?
Se llama Brígida Aro Copa; nació en La Paz el 14 de octubre de 1984 pero se vino a Cochabamba al año de vida. Es hija de Emilio Aro, panificador, y de Irene Copa, que ya murió. Vive en Ticti Norte y estudió en el Colegio Club de Leones, hoy Colegio Concordia.
“En los primeros meses que cursaba el 4º medio me embaracé y así salí bachiller. Estudié y trabajé y cuando nació mi niña mis papás me ayudaron. Estudiaba Derecho, pero tenía que ir a clases con mi hijita y los docentes no lo permitían; la dejaba en una guardería, pero no me alcanzaba para pagar. Luego ingresé en la Normal de Paracaya, pero mi hijita tuvo una infección urinaria por el agua de pozo que consumíamos y entonces el doctor me dijo: O estudias o crías a tu hija; tuve que dejar mis estudios, y no porque quería ni porque no podía sino por mi situación económica.
En INFOCAL le dieron una beca de trabajo y hoy la Beca Bartolina Sisa, que financia el Estado Plurinacional. Su hija nació el 2 de mayo de 2004 y hoy estudia en el Colegio Adventista. “Las mujeres solas no tenemos apoyo familiar o del papá de mi hija, pero he sabido enfrentar las cosas y salir; he tenido tropiezos pero aun así no me he dado por vencida, he dicho que todo problema ha sido un reto más para mí, he sabido salir pero siempre con alegría, paciencia, honestidad”, resume Brígida.
TERESA LAREDO
Lo primero que pedí ver fueron sus manos. Cuando vivía en Roma en uso de una beca que ganó en un certamen, alguien se fijó en que tenía manos pequeñas. Era Magda Tagliaferro, que vivía en París y había desarrollado una técnica para manos pequeñas. De ese modo se trasladó a París y pudo al fin tocar a Liszt y Brahms, que exigen manos muy grandes. Se interesó por el piano, su pasión inicial, y por el clavicordio, este último por cierta afinidad que le encontró con el charango boliviano. Con el tiempo, se hizo fabricar un clavecín reformado con Jean-Paul Ruo, en París, y con él interpretó música de varios compositores bolivianos: Fiesta Aymara, de Humberto Viscarra Monje; Tunari, de Emilio Gutiérrez; El sueño de la ñusta y Koya Raimi, de Humberto Iporre; Seis aires indios, de Eduardo Caba; las cuecas Rosa y Kaluyo Indio, de Simeón Roncal; Poema indio y La rueda, de Armando Palmero; y Ritmos panteísticos, de Marvin Sandi, además de Preludios Americanos, de Ginastera. Teresa Laredo compuso Korikenti e interpreta en sintetizador dos creaciones suyas: Reminiscencias panteísticas y Polvo de estrellas, además de una veintena de Lieder algunas de cuyas letras son propias.
Hoy vive en Ginebra; da conciertos en capitales de Europa, América y Australia, pero se dedica a diario a otra de sus pasiones: la musicoterapia. Su hermano Fernando, diplomático de carrera, la relacionó con Miguel Ángel Estrella, fundador del movimiento Música y Esperanza, por la coincidencia de criterios; pero hoy Teresa sigue su propio camino y nos dio una muestra inolvidable nada menos que en el comedor de doña Adela Zamudio, en los altos del Café El Turista, donde nos reunimos en la tercera tertulia organizada por el Café, por el diario Los Tiempos y por el Cronista de la Ciudad.
Teresa es pura energía vital; tiene una alegría interior (un entusiasmo, comunicación con Theos, Dios, como diría ella) que envuelve a su auditorio. Destaca por igual reflexiones filosóficas o temas sencillos y cotidianos en un discurso alentador sobre el milagro de la vida. Vivir es aspirar a la armonía; somos criaturas de agua y por eso somos sensibles a la música, al arte, a la armonía en definitiva. Trae consigo un par de instrumentos para ilustrar lo que dice: unas pequeñas campanas del Tibet, que tañe encima de cada una de nuestras cabezas, para que sintamos, con los ojos cerrados, la hondura y la pureza de su vibración. (Con esas campanas los monjes budistas limpian sus templos de malas vibraciones, explica). Luego nos mostró dos palos de lluvia, uno para infundir paz y reposo y el otro para comunicar energía. Deja que las semillas se desplacen en su interior sobre nuestras cabezas y, al abrir los ojos, sentimos paz, alegría y la fortuna de despertar en el comedor de doña Adela, donde se percibe su augusta presencia, que es también soledad aceptada y compartida.
Uno se pregunta cómo pudo desarrollar tantas aficiones paralelas, primero con el piano y el clavecín, y luego con la musicoterapia, que confía en el sentido musical de cada ser humano, al margen de su nivel de formación académica. Cuenta, por ejemplo, que trabaja con niños violados y los ha juntado con adultos ciegos que tienen un perro por lazarillo. Los adultos piden canciones y los niños pierden el miedo a los adultos. (Escogí a los ciegos y a los niños con síndrome de Down para especializarme en musicoterapia, explica). Recuerda a un prestigioso cardiólogo, que fue jefe de servicio en el Hospital Boucicaut, en Francia, cochabambino de origen, que padeció a la vejez de Alzheimer, pero revivía en contacto con un piano. No había tenido antecedentes musicales, pero las armonías que inventaba o la repetición de una sola nota lo remontaban a su memoria perdida. (Hago que toquen las teclas negras, porque son pentatónicas, y entonces la armonía no puede fallar, explica).
“Teresa es el equilibrio mismo entre circunstancias y situaciones que a primera vista pueden parecer irreconciliables”, dice María Teresa Rivera de Stahlie (Música y músicos bolivianos, Colección Biblioteca Boliviana, Ed. Los Amigos del Libro). Habla castellano y francés como si fueran dos idiomas maternos, pero suele salpicar la tertulia con expresiones en quechua. Estudió piano en la Academia Santa Cecilia, de Roma. En el Mozarteum, de Salzburgo, conoció a Magda Tagliaferro y se trasladó por cuatro años a París, en uso de una beca otorgada en persona por Luzmila Patiño. De retorno a Bolivia, ganó un concurso para jóvenes intérpretes, cuyo premio consistía en una beca para estudiar en el Conservatorio de Ginebra con el maestro Gilbrandt, de la escuela de Liszt-Lipatti. Perfeccionó el clavecín con Ruggiero. “Sus ojos brillan cuando habla de música, y su goce espiritual cuando se sienta al piano o al clavecín, es de comunicación inmediata a un auditorio que le escucha con religiosa unción”, dice María Teresa Rivera de Stahlie.
Como musicóloga, difunde la obra de mujeres compositoras del mundo, con la publicación e interpretación de partituras inéditas. Por esta labor ha merecido una medalla al mérito otorgada por el Ministerio delle Pari opportunitá de Italia en 1997 y la medalla Cerro Rico de Potosí de UNESCO en 1999. Ha confiado a los lectores sus sentimientos como musicoterapeuta y pedagoga en El sonido fuente de vida. Mis vivencias en Musicoterapia. En la presentación, Jacqueline Delarue, violinista de la Orquesta San Juan de Ginebra, confiesa haber comprobado el poder de acción de la onda sonora en el ser humano cuando una anciana le pidió que le hiciera escuchar un palo de lluvia porque no había llorado en diez años y necesitaba llorar. La violinista cumplió el encargo, la señora pudo llorar y se alivió al punto de brindarle una magnífica sonrisa. Teresa ha cumplido labores en hogares de ancianos en Lausanne, en el Centro Bel Air de Psiquiatría de Ginebra, en un hogar de ancianos y en el Centro Salomón Klein, de Cochabamba, entre muchas otras experiencias.
No es su primera incursión en las letras pues en 2006 presentó Encuentros y Resonancias, autobiografía que fue presentada en el Salón del Libro y de la Prensa, en Ginebra, publicada por Editorial Albatros en español, francés e inglés. En Bolivia editó Poemas de vida y Más allá de mí misma (2009). El Senado Nacional le concedió la Medalla Bandera de oro en 2009 y un año después recibió el Premio a la Inspiración Poética concedido por el Comité Departamental de Clubes del Libro de Cochabamba.
MELO TOMSICH
La historia de la danza en Bolivia tiene un referente mayor en esta valerosa cochabambina que fue maestra de muchas generaciones y hace 32 años que mantiene el Estudio de Danza Contemporánea Melo Tomsich. En octubre de 2010 recibió la condecoración de la Encomienda de la Cruz del Sur a la Docencia, que otorga la Confederación Interamericana y el Consejo Mundial de Profesionales de Danza, durante el Quinto Forum Mundial de Danza, en Buenos Aires. En el evento, fue nominada como Maestra de Maestros. La distinción fue entregada por Rodolfo Solmoirago, presidente de la CIAD y María Elena Markendorf, secretaria de la Federación Argentina de Profesionales de Danza.
Es bailarina, profesora y coreógrafa de danza contemporánea, con estudios superiores de danza clásica, moderna y contemporánea a cargo de célebres maestros en Bolivia, Perú, Argentina, EEUU y Europa. Ha desarrollado una técnica propia (la técnica de los encuentros), ha diseñado coreografías para más 100 obras y hace 40 años que enseña y difunde la danza contemporánea en las áreas terapia, educacional, escénica y profesional. Es fundadora de la Academia y la Compañía de Danza Contemporánea Melo Tomsich.
La distinción mencionada le fue concedida“por su excepcional trayectoria como pionera de la danza contemporánea en Bolivia”. El tema del Foro fue“La danza y los medios concretos y efectivos de inserción en la sociedad” y Melo Tomsich dio una disertación sobre “La libertad y creatividad: pilares fundamentales de la danza contemporánea en el aquí y ahora”. La Asociación la designó jurado mundial de Danza.
La coreógrafa inició sus estudios en 1960. En 1973 se inició en la docencia en el Ballet Folklórico de Mario Leyes. En 2010, la periodista Sandra Arias le hizo una entrevista. La maestra Patricia Aulestia buscaba en Bolivia alguien que integrara su Libro de los Pioneros de la Danza en Sudamérica. A pedido, Melo envió información en texto e imagen y documentó teóricamente el fundamento de su nueva técnica que consta de 16 tomos, “pero se puede resumir en el trabajo con base al movimiento a partir del que se concibe la forma y, al hacerlo, también se concibe el ritmo.
Su diagnóstico sobre la danza contemporánea en Bolivia: “Se nota la influencia del estilo europeo porque los bailarines hacen teatro, música; pero de danza se ve muy poco en la forma poética que el arte lo requiere. Yo amo la danza, está en mi piel, en mi mente y la nueva técnica que desarrollé se basa en sentir la danza aquí y ahora, con una mezcla de creatividad y libertad”
Se llama Carmen Amanda Tomsich Cozzi; nació en Cochabamba el 15 de junio de 1948. Es hija de Andrea Tomsich y de Dora Cozzi d’Nicola, italianos. “Los hijos somos bien bolivianos”, añade Melo. Don Andrea fue invitado en 1917 por el gobierno nacional para construir aviones militares; había tenido una experiencia similar en Argentina y logró sobrevolar el Altiplano boliviano con un avión de su factura. Luego se estableció en Cochabamba, junto al Parque Zoológico, en una calle que todavía se llama Pasaje Tomsich (aunque luego la hayan denominado Tte. Morales). Tuvo 5 hijos: Lila Ángela, Giacomo, Justine Margarita, Ana Marieta y Carmen Amanda. Una plazuela lleva el nombre de Margarita, por su múltiple actividad de voluntaria, sobre todo en el Comité Pro Mar.
Melo estudió en el Instituto Americano; se inició en la danza a sus 7 años con la maestra Lila Arzabe de Irigoyen; partió al Perú al filo de los 18 años y recorrió varios países estudiando danza clásica, moderna y contemporánea.
SYLVIA FERNÁNEZ SÁNCHEZ
Sylvia es lo más importante que tiene Bolivia en la danza, usual en una familia que tiene un músico como Agustín o una periodista como Myrtha, para hablar solo de tres de los hijos que tuvo el matrimonio de Myrtha Sánchez y Agustín Fernández. Como muchos destacados artistas, Sylvia se educó y fue docente en el Instituto Eduardo Laredo. Hoy es Profesora en Danza Moderna/Contemporánea en FED - Formation d´ Enseignantes en Danse – Bélgica; e International Resident Choreographer: Carolina del Norte – EEUU. En Bolivia, es creadora de espacios de formación y difusión en danza, como Espacio Arte Vidanza, que en estos días se va de gira a los Estados Unidos.
Una vida dedicada al arte, ha tropezado, sin embargo, con problemas que Sylvia sintetiza en los siguientes: Falta de profesionalización para el ejercicio de la danza; falta de oportunidades de formación, crecimiento y proyección para jóvenes artistas de la danza contemporánea; falta de constancia en los artistas jóvenes; falta de valoración del artista como un profesional; falta de políticas culturales y falta de público formado para apreciar el arte contemporáneo, entre otros. En vía de solución, Sylvia creó la especialidad curricular de danza contemporánea en el Instituto Laredo, con derecho al título de técnico medio/superior en la especialidad y trabajó durante 14 años como docente del Instituto. En lo personal, una vez obtenido el título de Licenciada en Pedagogía quizá únicamente como requisito, pudo profesionalizarse en Bélgica; y ya en ejercicio, aprender a crear y ser gestora de proyectos para que los artistas de la danza pudieran gozar de salario por el ejercicio de su profesión, entre otros el Proyecto EDUCARTE, que implantó 10 talleres de danza en escuelas públicas de Cochabamba y 13 en La Paz con 900 estudiantes. El Proyecto permitió que los bailarines de VIDANZA pudieran ganar salarios por su labor docente. Una proyección especial tuvo el Proyecto CONSTRUYENDO PUENTES, que actualmente forma bailarines en la ciudad de El Alto. Son proyectos financiados por la cooperación internacional, que garantizan la continuidad en la profesionalización y la labor docente de los bailarines de VIDANZA. “Busco incansablemente oportunidades para los elencos con los que trabajo que intencionalmente son diversos así como nuestra población diversa. No busco más que generar para los jóvenes bailarines oportunidades que yo no tuve y luchar por que acorde al artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el acceso al arte y cultura es un derecho universal”, resume Sylvia y destaca que por primera vez haya un representante de danza contemporánea en la Asociación de Artistas de la Danza (ASODANZ) en La Paz.
Su nombre completo es Sylvia Lourdes Fernández Sánchez. Nació en Cochabamba el 29 de agosto de 1961. Su esposo es Juan Espinoza Del Villar y tiene dos hijas: Dian Ewel Fernández y Aizea Ortego Fernández.
MARLEN GUZMÁN ALVARADO
Su carrera musical y docente en Europa confirman el espíritu con que fue creado el Instituto Eduardo Laredo, de donde salió bachiller en 1987 y fue becada por el Estado ruso para estudiar Pedagogía de la Música en la "Escuela superior adjunta al Conservatorio Tchaikovsky de Moscú" durante 5 años, en la especialidad de Teoría de la Música. A su retorno, dio clases de piano y lenguaje musical y fue jefe de estudios de las materias teóricas en el Instituto Laredo; enseñó en la Escuela Musart y tocó piano en la Orquesta Municipal de Vientos, dirigida por Koichi Fuji; fundó el coro de niños del LAB y en 1999 la Cooperación Española le otorgó la Beca Robert Stevenson, para realizar el posgrado de Musicología en el "Real Conservatorio Superior de Música de Madrid", durante 3 años, de donde salió como Profesora Superior de Musicología. Ingresó al programa de Doctorado de Musicología de la Universidad Complutense y obtuvo su Diploma de Estudios Avanzados en 2005. Aquel año, su profesora y tutora del Doctorado Marta Rodriguez Cuervo, sugirió el nombre de Marlen para concursar su ingreso como docente a la Escuela Superior Reina Sofía, en Madrid, donde hoy es profesora de Educación Auditiva junto a docentes de renombre como Zahar Bron (violinista); Natalia Shakhovskaya (cellista, discípula de Rostropovich); Dimitri Bashkirov (pianista) y Marco Rizzi violinista italiano; así como Ofelia Montalbán (pianista cubana, graduada del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Su trabajo en el Reina Sofía le permitió estudiar Maestría en Gestión Cultural en la Complutense y fue recomendada al Conservatorio Superior de Música de Aragón como catedrática especialista en Educación Auditiva (2009-2011). “Ser catedrática especialista es lo más alto que se puede alcanzar dentro la enseñanza musical, porque permite vivir económicamente bien, educar a los hijos, disfrutar de su familia y estar socialmente bien ubicada”, explica Marlen.
Se casó con Rubén Darío Reina Cuervo, violinista y concertista colombiano formado en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, actualmente violinista de la Orquesta de Radio y Televisión Española, con amplio prestigio en España y América Latina. Rubén Darío dirigió el Coro de la Asociación de Mayores de la Universidad Complutense (2005-2007).
Se llama Miriam Marlen Guzmán Alvarado. Nació en Cochabamba el 26 de septiembre de 1969. Tiene dos pequeños hijos: Leonardo y Gabriel Reina Guzmán. Entre sus hermanos, Augusto Guzmán estudió en el mismo Conservatorio de Moscú, actualmente dirige la Orquesta Filarmónica de Cochabamba y es docente del Instituto Eduardo Laredo.
MARCELA MÉRIDA
Pintora, escultora y ceramista de amplia labor docente, Carmen Marcela Mérida Coimbra fue reconocida en 2010 por treinta años de actividad artística. Marcela nació en Cochabamba en 1955; es hija de Humberto Mérida Vargas y Selva Coimbra de Mérida, Estudio en el Colegio Santa Teresa, el Colegio Irlandés, la Universidad de Bellas Artes de Córdoba, Argentina; el Instituto Statale de Arte de Faenza, Italia, donde fue becada, y el Penland Institute, de Carolina del Norte, donde la OEA la becó para estudiar Maestría en el período 1999-2004; por último estudió con el ceramista Fernández Chiti. Sus dos primeras exposiciones fueron en Córdoba (1981) y en Cochabamba (Galería de arte Candalixa, 1982). Ha trabajado con la organización de mujeres del Banco Iberoamericano de Desarrollo (BID) y ofrecido exposiciones con ese trabajo conjunto, la última en Washington (2009). Trabajó con la Aldeas SOS en la formación de promotores de cerámica y dando clases de pintura como terapia ocupacional. Su esposo es Antonio Chávez y tiene dos hijos: Nicolás y Mairaly. En 2009, Paola Terán escribió en este matutino: “Ha recorrido prácticamente un camino solitario en el arte, ya que en Bolivia las mujeres artistas no se agrupan, no llega a destacarse. Pero para Marcela se trata de luchar, ’’pelearla’’, como dice ella. Para ella todas las mujeres tienen mucho que decir, pues el mundo interno de una mujer es maravilloso”. Wilson García Mérida cita una revelación de Marcela: “El mundo real siempre me ha conflictuado, vivo otro tipo de realidad dentro de mi vida, captando el ser humano en su sensibilidad más que en su angustia de existir: Soy más benévola con el mundo, antes era muy peleadora, de choque, pero ahora entiendo más la vida y al ser humano”.
Cuántas veces la visitamos a tía Alcira (90, nacida el 9 de julio) en su casa de la calle Venezuela y a la hora de almuerzo, porque sabíamos que su comedor estaba siempre abierto para sus sobrinos. Como en el caso de Elenita Auad, en Tarija, la tía Alcira nos enseñó el misterio de la multiplicación de los panes y los peces: todo alcanza cuando se comparte; su olla estaba siempre llena para distribuir la ración diaria y la repetición; y hoy, a sus 90 años, sigue reuniendo a la familia en unos almuerzos reverendos.
La historia de esta familia está llena de sorpresas: don Elías Mitre emigró de Palestina a Oruro, abrió allí una tienda y compró una mina que bautizó con el nombre de su esposa Elena. Ambos eran cristianos ortodoxos y la mina se llamó Santa Elena; pero no encontraban la veta y don Elías tuvo que vender Santa Elena al primer postor; no pasó un mes y el nuevo dueño encontró una veta magnífica. Era el millonario Mauricio Hochschild, uno de los tres Barones del Estaño.
Con esa experiencia a cuestas emigraron a Cochabamba y construyeron la casa de la Venezuela, adobe sobre adobe, ladrillo sobre ladrillo, dicen que con el propósito de reproducir una casa que habían dejado en Palestina. Quizá por eso tiene corredores espaciosos y muchos dormitorios para albergar a la familia grande. “Todos vivíamos juntos”, me cuenta Sonia Manzur (nacida en Cochabamba, pedagoga), “mis bisabuelos, sus hijos, entre ellos el tío Alberto”. Está hablando del yaba Alberto que mereció un poema de su hijo Eduardo Mitre. Habla de Alberto Mitre, el hermano de la tía Alcira, el mismo que se casó con Kerime Canahuaty y tuvo cuatro hijos: Nazri, Ricardo, Eduardo y Antonio. “Todos vivíamos en la casa de la Venezuela, que tenía dos cocinas, una a cargo de la tía Alcira y otra, de la tía Kerime. La tía Alcira preparaba unos baclawes deliciosos y la tía Kerime unos mahmud (postre de nuez, sémola y almendra) entre cientos de platillos. Con ellos se crió también el primo Caruso Manzur (+), hijo de Salem Manzur, como un hermano para todos. “Mi mamá se llama Lolita, Flora Soria, es de Villa Rivero. Me impresiona por la empatía que ha tenido para adentrarse en la familia, ser parte y tomar parte con naturalidad. Habla árabe o lo entiende al menos, cocina árabe, es su capacidad de darse. Mi papá Caruso fue de los primeros árabes que se casaron con boliviana y provocaron tensión en ambas familias; pero ella se ha enriquecido con ambas culturas. Allí en mi casa vive ahora la tía Alcira”, sostiene Sonia.
Se llama Alcira Mitre Ready; nunca se casó ni tuvo hijos, pero volcó su afecto a la familia grande. “Le decimos la Jabibi. La casa fue construida por mi bisabuelo Elías con sus propias manos, cuenta mi tía Alcira, como una réplica de una casa que tenían en Palestina, espaciosa, increíble, con huerta, frutales, gallinero, rosales, parrales, comodísima. La mesa llena es una manera árabe de demostrar cariño; son comidas muy elaboradas. Mi familia se ha arraigado entre los cochabambinos pero no ha perdido costumbres árabes. Mi abuelita hablaba árabe, no podía con el castellano, y a las personas que trabajaban en la casa no les quedaba otra que aprender árabe; pero k’oaba los martes de Carnaval, se hacía mojar y mojaba y repetía: Hay que respetar las costumbres de esta tierra que nos ha acogido. Los domingos todavía nos reunimos y cocina la tía Alcira. Si cocina otra persona se enoja, es su territorio. Todo en abundancia. Si te mides, te falta, si compartes, siempre hay”, sostiene Sonia.
Cuántas veces he compartido la mesa de la tía Alcira y cuántas otras he sido invitado por Eduardo y por Antonio Mitre. Eduardo era un gran director de mesa, presentaba los alimentos con amor, como si invitara a la lectura. Luego servían el café árabe, tinto y con borra, encendía un cigarrillo y exclamaba: “Tanto trámite para esto”. Como casi toda la familia, su mamá, Kerime Canahuaty, nació en Belén. Kerime quiere decir Querida, Amada. Era una joven viuda con dos hijos cuando conoció a Alberto Mitre en Cochabamba; se casaron y tuvieron cuatro hijos. “Las dos tías vivieron juntas casi toda su vida. En los últimos años, la tía Kerime sólo recordaba su infancia y hablaba árabe. Las muchachas que la cuidaban aprendieron árabe para comunicarse con ella. En sus últimos años, mi tía Alcira estuvo muy presente acompañándola, velando por ella con una nobleza muy grande”.
MARÍA LUISA UGARTE
Uno de sus hijos escribió estas bellas palabras: “Todas sus amigas la conocen como Lucha, un sobrenombre que describe su entereza para enfrentar los retos de la vida. Terminó el bachillerato en un colegio nocturno, fue secretaria de la UMSS casi tres décadas y antes se dedicó a elaborar tortas de matrimonio. Sufrió innumerables problemas de salud y los superó de manera paulatina; carga un marcapaso desde hace diez años, lo que no le impide viajar a Suecia a visitar a la familia de su hija Marcela. La primera vez que viajó lo hizo desoyendo todas las advertencias que da el sentido común pero su corazón aguantó el trajín de 19 horas de vuelo. A su retorno se extraviaron sus maletas y, con la escasa fuerza que tenía se puso a reclamar ante la empresa. Media hora después fue internada en una clínica. “No me va a vencer un viajecito” decía esos días. Y volvió a viajar, y hoy, otra vez está en Suecia, cuidando a sus nietas. Para eso funciona muy bien su corazón. Tanto como para devorar libros y mejor si novelas de aventuras, quiijotescas o no, que le pongan intensidad al paso del tiempo, y ningún límite al número de páginas: las de Tolstoi, pan comido, las de Eco un festín si en la trama hay dominicos sabihondos, y las de amor sólo si sobreviven a cien años de soledad.”
Su nombre es María Luisa Ugarte Ugarte; nació el 26 de junio de 1939, se casó dos veces y su actual esposo es Wilfredo Montoya.
Tiene cuatro hijos y una hija: Ramiro, médico que reside en La Paz y trabaja en el SSU; Fernando, sociólogo que dirige el CESU, un centro de posgrado en la UMSS; Antonio, también sociólogo y director de un centro de investigaciones en la Facultad de Derecho, Marcela, psicóloga que reside y trabaja en Suecia, y Daniel, ingeniero que trabaja en YPFB. Tiene dos nietos: Alejandro y Joaquín, y tres nietas: Lucía, Laura y Alicia.
BLANCA FERREL SORIA GALVARRO
Es hermana de un condiscípulo de colegio; era azafata del LAB, una chica muy guapa, y se casó con el aviador Nelson Urresti. Son católicos practicantes y siempre han compartido en familia. Los recuerdo así en múltiples escenarios, siempre en familia. El hijo menor fue victimado con saña aquel aciago 11 de enero de 2007, cuando trataba de cubrir a su padre, por quien tenía devoción, y pagó con la vida ese gesto filial. Hace 8 años que la familia busca justicia para dar con los autores del crimen. Es una voz persistente, que no calla, un reproche constante en busca no de venganza sino de justicia.
Los Urresti viven en una casa de clase media. Son un hogar sólido, con 5 hijos, incluido Christian. Son católicos practicantes. Nelson nació en Riberalta, Beni, y ha sido piloto del LAB; Blanca Ferrel Soria Galvarro fue azafata del LAB; Nelson tuvo un matrimonio anterior y es padre de dos hijos mayores… La vida de la familia Urresti no había pasado antes por ningún contratiempo: como piloto, Nelson llevaba de vacaciones a su familia al exterior; tiene parientes en el País Vasco, a los cuales ha visitado varias veces. Nada permitía sospechar que, en la vida apacible de los Urresti, sobrevendría la tragedia.
Christian es el único que nació con cesárea. Era muy alegre hasta cuando estaba dentro de mí. Dos veces hemos ido en vano a la clínica, y al final decidimos que nazca ese día, el 12 de enero, y nació a las 10:30 de la mañana. Era el menor de toditos y tal vez por eso el más cariñoso, porque realmente nos ha dado diecisiete años de felicidad, amor, ternura, mucha alegría, porque él transmitía eso, mucha alegría –recuerda Blanca.
Christian murió en la víspera de su cumpleaños. Su padre recuerda las extrañas coincidencias que se dieron en la víspera. Un año antes, Christian había viajado sorpresivamente a Santa Cruz también en la víspera, y este año había hecho compromiso con sus compañeros de curso para viajar a Santa Cruz, al parecer para escuchar a una banda de rock que actuaría en el Solilun. Pero este año, su padre no había querido ceder porque tenía pensado festejarlo en familia, aquí, en Cochabamba. Christian insistía y Nelson se mantenía firme en la negativa.
Entonces, más digamos aceptó quedarse porque su hermano, que vive en Santa Cruz, está casado, le iba a dedicar ese día de su cumpleaños en la mañana para hacer el trámite de licencia de conducir antes de volver a Santa Cruz –recuerda Nelson Urresti.
Era frecuente ver a Christian manejando el coche de la familia mientras acompañaba a su padre a comer salteñas en La Casa del Gordo. Una antigua amistad con el finado Armando Antezana, el Gordo Ja Ja, nos había juntado hacía como veintidós años en la antigua Salteñería Social, de Cala Cala, donde nos reuníamos con otros amigos pilotos, médicos y socios de la Fraternidad "Los 13". Yo los conocí gracias al también finado Alfredo Medrano e invariablemente nos acompañaba Carlos Heredia, pues los tres trabajábamos en el diario Los Tiempos. Al paso del tiempo, Christian, a quien habíamos conocido desde sus primeros días, era ya un joven de buena estatura, muy cordial y compañero inseparable de su padre, a quien a veces nos lo confiaba para regresar a recogerlo. Nelson le recordaba que no podía manejar sin licencia. Ese fue uno de los motivos que sirvieron para convencerlo de que no viajara a Santa Cruz.
El 11 de enero, Christian fue el único de mis hijos en ir a la concentración, recuerda Nelson. En todo caso, él no pensaba de ninguna manera ir porque quería viajar a Santa Cruz para su cumpleaños. Recuerdo que, a la hora del almuerzo, estuvimos hablando de que no deberíamos ser apáticos ni pasivos, porque no estaba bien que los cocaleros protestaran aquí, en la ciudad. Que protesten donde tengan que protestar, en sus lugares. Yo les hice a mis hijos un comentario: tenemos nosotros familia en el norte de España, que son vascos y protestan en sus lugares, no van a Madrid a protestar. Eso les dije. Entonces mis otros dos hijos dijeron que tenían actividades y no fueron. Christian tampoco quería ir pero a último momento lo llamaron sus amigos… --recuerda Nelson Urresti.
Hay sucesos que marcan la vida de una persona, de una familia, y echan luz sobre pequeños detalles y entonces les dan sentido. La muerte de Christian daba sentido a algunas señales no percibidas como presagios de lo irreparable en su momento. Uno de ellos es el más sugestivo: Christian tocaba batería y era integrante de una banda de jóvenes músicos de su generación. Tenía una habitación que destinaba a los ensayos y la batería estaba acomodada de modo que él, al tocarla, tenía la espalda pegada a una pared. Poco antes de su muerte había pintado allí dos alas de ángel que parecían salir de su espalda; y en sus últimos días, había pintado una cruz entre ambas alas.
Christian tenía una enamorada, y el 10 de enero había cumplido once meses con ella. Se llama Carolina.
Estuvimos hablando mucho de qué le iba a regalar y nos decidimos por una manillita de goma Eva –recuerda la madre--. Como era tan alegre, le gustaban los colores más fuertes: el verde fosforescente, el anaranjado… Después que pasó la desgracia, vi a Carolina y me contó que le había comprado una manilla negra. "Cómo negra, me asombré, si él me dijo que te iba a comprar en verde." Y me dice: "No sé, pero me ha traído una manilla negra. Claro, me dicen: "Tú ves en todo una señal, un mensaje." Pienso que no es eso: es que yo lo conocía, yo hablaba mucho con él.
¿Qué es mejor, recordar a cada minuto, en todo momento, la tragedia? ¿Olvidar? ¿Exigir justicia? ¿Perdonar? La vida de los Urresti soportó un terremoto con la muerte de Christian, un tsunami que no concluye, pues de inmediato fueron visitados por investigadores, fiscales, abogados y amigos que se ofrecieron para contribuir en la busca de los culpables.
Nelson habla en tono sereno, reposado, pero sin que le tiemble la voz.
Lo único que nosotros deseamos es que mi hijo pueda descansar en paz; y si muchas personas lo toman como un símbolo, lo tomen como eso, símbolo de paz, amor y unidad y no de rencor ni de odio ni de rabia. Qué bueno sería que el Gobierno dejara de dar esos mensajes instigando a la confrontación entre hermanos. Que nos dejen vivir en libertad, que nos dejen vivir en democracia y todos como hermanos, porque toda la vida hemos vivido como hermanos. Nunca ha habido esta separación que se ve ahora, nunca ha habido ese odio entre nosotros con campesinos o los campesinos contra nosotros.
Esto que estamos haciendo. Mostrar a la, a la gente como desgracian una familia, como desgracian, todos estos hechos, desgracian un grupo, desgracian una persona porque a mí me han desgraciado. Yo no sé qué voy a hacer de aquí en adelante en mi vida. Mostrarlo así, de esta manera, por eso hemos accedido, por eso este, en cuanto podemos, queremos decirle a todo el mundo de que no tenemos ni rencor ni odio ni queremos venganza. Lo que quisimos en un momento es justicia, que no se quede así, porque yo no puedo entender cómo un humano puede golpear de la manera que lo han golpeado a mi hijo hasta destrozarlo.
BEATRIZ VARGAS PRUDENCIO
(Cochabamba, 1936 – 1999)
Extraordinaria cultora de la sensatez, de la personalidad y de la poesía. Alrededor de 1950, ganó los Juegos Florales de la Poesía y recibió un diploma y un libro de manos del poeta Primo Castrillo. Contrajo matrimonio con el tarijeño Eberto Lema Arauz y tuvo dos hijos: Malena y Gonzalo. Debido a los sucesos del golpe de Estado de 1964, su familia terminó de fracturarse y quedó al cuidado de sus pequeños en medio de la pobreza e indiferencia del medio. Una anécdota que la caracteriza en extremo se refiere a los paseos vespertinos con su hijo Gonzalo, de apenas cinco años, que servían para sortear la hora del té, y aprovechar del pan a la hora de la cena. En cierta oportunidad, una vecina se acercó amorosa al niño que manejaba su triciclo y le dijo: “Hola Gonzalo, ¿qué es lo que haces?” A lo que el niño respondió: “Estoy jugando porque mi mami me ha dicho que no tenemos plata para tomar el té”.
Pese a haber sido casada con un hombre del “movimientismo”, sus inclinaciones políticas parecían definirse mejor en el discurso político de Marcelo Quiroga Santa Cruz. La voz y el pensamiento del líder político, enunciada por las radios de la época, llenaban de júbilo y entusiasmo su sentimiento y pensamiento. Su entorno social, más bien de ideas de continuismo con Víctor Paz Estenssoro, quedaba siempre asombrado de la influencia de Marcelo Quiroga en su ideología y actitud. Durante la dictadura de García Mesa, a objeto de denunciar la corrupción existente inclusive en los orfelinatos a cargo de la prefectura, trabajó de manera voluntaria con un grupo de compañeras en el servicio de los niños abandonados y denunció, a pesar del peligro, la venta de los alimentos a través de las tiendas de las mujeres ligadas a la dictadura.
En 1981, en la reapertura de las universidades bolivianas, convocó a su hijo Gonzalo de retorno a Bolivia y proveniente de Australia a objeto de que se profesionalice en la carrera de su elección. Sabedora de la vocación de escritor de su hijo, a tiempo de pedirle que no descuide el Derecho, le puso sobre la mesa doscientas hojas de papel sábana y una máquina de escribir prestada para que iniciara su primera novela. Hasta el final de sus días se sintió orgullosa de haber generado en él un impulso irreversible a favor de la cultura. Ya en el colegio, en una de las tantas charlas serias con él, le indicó que iba a educarlo a través de los libros. “Tendrás un libro cada mes, casi siempre de segunda mano”, le dijo. “Ellos y yo vamos a educarte para que seas un hombre de bien”.
ELDY ANDRADE GUTIÉRREZ
Eldy Margarita. Nacida en Cochabamba, de padre cochabambino y madre cruceña, comenzó a destacarse, desde muy pronto, por su increíble capacidad de generación de amistad, afecto y solidaridad. Debido a esta característica nítida de su carácter y personalidad, desde muy temprano en su vida estuvo involucrada en diversas labores de ayuda social a pequeños y grandes colectivos sociales y personas desamparadas por la vida. Su actividad profesional –tiene un masterado en administración de empresas- ha estado siempre orientada a la solución de problemas cotidianos de la gente. En cierto momento de su vida tenía a su cargo a religiosas ancianas, a jóvenes adictos a distintos vicios y a un grupo de adolescentes cleferos. Ese compromiso con el prójimo en desgracia no ha cesado.
Su convicción por el empresariado emerge de una lectura sensata de la realidad boliviana que indica que el Estado no es capaz, por sí solo -y en ningún país del mundo-, de generar la totalidad de fuentes de trabajo que se requieren. El empresariado equilibrado y de buena fe, motorizado por principios morales y éticos persigue el objetivo social de la redistribución de las ganancias y la estabilidad de las familias en base al trabajo digno. Diversas instituciones tienen esa preocupación central y Eldy Margarita pertenece a varias de ellas. Sus empresas, como Delicias Tours y Materiales Nuevos, son un verdadero ejemplo de estabilidad y corrección respecto a los empleados y al enorme universo de sus usuarios.
Como siempre ocurre, aunque recién en estos tiempos se lo advierte, además de trabajar en la generación de una economía, está dedicada al trabajo en el hogar, del cuidado de sus hijos Dennis y Gabriel, y de su esposo Gonzalo Lema. La importancia del trabajo y su influencia en la familia, junto a los valores y principios de la buena convivencia, hacen que su hogar se constituya en la realización de la mayor de sus empresas. El ejemplo de esta mujer es digno de ser emulado.
LUCY ÁVILA AUZZA
He seguido por años la labor periodística de Lucy Ávila en el diario Los Tiempos y en ICCOM Publicidad, que es también un emprendimiento mayor. Con ese esfuerzo infatigable crió a tres hijos excepcionales: Edmundo, Marcelo y… Acerca de ella, le pedí un testimonio a su hijo, Edmundo Paz Soldán: “Hace algunos años mi mamá tuvo un problema que la llevó al hospital. Todos nosotros coincidíamos en que quizás ese era el momento en que mi mamá bajara su ritmo impresionante de trabajo. Acababa de terminar su primer libro de cocina y eso la había desgastado un montón. El médico recomendó reposo. Cuando yo llegué a Cochabamba, hablé con ella y me dijo que el médico tenía razón, que iba a cambiar de estilo de vida, etc. Me fui tranquilo. Poco después, sin embargo, me sorprendí al enterarme de que ella planeaba un segundo libro. Después han venido el tercero y el cuarto. Mi conclusión es que su capacidad de trabajo y su energía han servido para sacarla de su problema, que el reposo no era para ella. Cuando tenía dieciocho años estaba estudiando en la Argentina, ingeniería industrial, y tuve una crisis y me di cuenta que la ingeniería no era lo mío. Tenía miedo con el momento en que se lo diría a mis papás, sobre todo a mi mamá, porque ella, pese a la crisis económica--estábamos a mediados de los 80--, había sido la que insistió más en que yo me fuera a estudiar al exterior. Terminé mi año de estudios y volví a Cochabamba y fui a hablar con ella. Nueva sorpresa: No hubo ningún reproche. Me dijo que siempre había sabido que lo que de verdad me gustaba era la literatura, y que lo aceptaba. Era dura cuando debía ser dura, comprensiva cuando más lo necesitaba.
Su hermano Marcelo dice: "Yo sabía, desde chico, que quería ser economista y mi fascinación por los números aumentaba cada vez que me acercaba a cuarto medio y tenía que decidir que estudiar. Al salir de colegio les dije a mi padres que quería estudiar economía y ellos me dieron su apoyo, como siempre lo habían hecho a lo largo de mi vida. Entré en la UMSS a estudiar economía, pero el país atravesaba uno de sus periódicos más movidos, lo que siempre nos ha caracterizado, por tanto mis clases en la universidad estatal eran absolutamente irregulares. Así que comencé a no tener clases semanas enteras y, gracias a la inmadurez de mi edad, dedicaba mi tiempo a estar con mis amigos sin mucho más que hacer. Llevaba ya medio año en la U y mucho no había podido avanzar ante mi total indiferencia. Más bien empezaba a creer lo afortunado que era. Un domingo en la noche, después de estar con mis amigos e ir al cine, llegué a mi casa y mi madre me esperaba con un ticket de un solo tramo a La Paz y me comunicaba que me había escrito a la Facultad de Economía de la Universidad Católica y que al día siguiente empezaría clases; mi tío Lalo me recogería del aeropuerto. Esa noche lloré por lo injusto que era la vida conmigo sin saberlo, sólo el tiempo me lo diría, que mi madre había ayudado, de manera definitiva y por siempre, a ser quien yo soy ahora".
Se llama Lucy Gladys Ávila Auzza, tarijeña de nacimiento y residente en Cochabamba. Sus hijos son: Patzy Skeet Ávila (con su primer esposo, Henry Skeet) y José Edmundo, Raúl Marcelo y María Roxana (con su segundo esposo, el Dr. Raúl Paz Soldán). Hoy tiene 9 nietos.
JENNY LOBO DE LANZA
Es hermana mayor de un condiscípulo mío. Recuerdo que solíamos admirarla con devoción y respeto porque la sabíamos esbelta y bella pero distante. Se casó con Emilio Lanza Armaza, quien llegaría a general de la República y le daría uno de los trances más duros de la vida, que permitió sin embargo apreciar su temple de mujer valerosa y resuelta, pues su participación fue decisiva para librar a su esposo de que lo asesinaran los paramilitares que venían a fusilarlo cuando él se entregó a cambio de la libertad de sus compañeros y subalternos que lo apoyaron cuando se levantó contra la dictadura de García Meza.
Jenny estudió Farmacia y Bioquímica y atendió la farmacia heredada de su mamá, ubicada en la esquina San Martín y Colombia. Su mamá fue una señora muy sacrificada; sus hijos y nietos la recuerdan siempre trabajando porque soportó el rigor familiar y la crianza y mantención de sus hermanas, trabajando desde las 4 de la mañana desde muy joven para atender sus negocios, alistar a sus hijos que iban al colegio y cocinar para toda la familia.
Emilio Lanza era comandante del CITE y pidió el relevo del dictador García Meza en mayo de 1981, que desembocó en el sitio del CITE efectuado por varias unidades leales a la dictadura. Horas más tarde, Lanza cargó sobre sí la responsabilidad del levantamiento y se presentó a la Séptima División luego de despedirse de su familia. Se iba a iniciar el sumario en su contra, pero por orden del dictador llegó de La Paz un grupo de paramilitares del SES para conducirlo quizá a la otra vida. Era necesario escapar y uno de los pocos contactos era con su esposa. De ese modo, Emilio Lanza pudo disfrazarse de mecánico y esconderse en un turril a bordo de un camión Caimán que transportaba diesel. En toda esta conspiración para salvar la vida actuó su esposa en primer plano. Emilio salía oculto en el camión Caimán y Jenny ingresaba a la Séptima División para armar un alboroto por la supuesta ausencia de su esposo. Ya había alertado a los oficiales del CITE y éstos se comprometieron a secundar el levantamiento contra García Meza, que estalló el 25 de mayo de 1981 y no prosperó por falta de apoyo de otras guarniciones. Una negociación oportuna en el CITE permitió que doce oficiales fueran trasladados a la Nunciatura Apostólica, en La Paz, para luego tomar el camino del exilio, luego de sortear maniobras del régimen, que quería darles un escarmiento en el cuartel de Miraflores pero se enfrentó a las tropas de la Base Aérea, las cuales pusieron a salvo a los doce oficiales.
Emilio marchó al exilio en Quito. Desde entonces volvería a pasar tribulaciones hasta el día de su jubilación como general de la República. En todas ellas, su esposa, Jenny Lobo, y sus hijos: Roy, Cecilia, Roberto y Alejandra lo acompañaron con esa lealtad a toda prueba que trasunta el libro Mayo y después. La rebelión del Tcnl. Emilio Lanza contra García Meza. Los últimos días de la dictadura, de Cecilia Lanza Lobo.
CLAUDIA MANCILLA BALLESTEROS
Se la ve en uniforme camuflado, una imagen habitual en los medios, registrada en numerosos operativos que preside como Coordinadora de la Fiscalía de Sustancias Controladas. Esta valerosa mujer tiene una energía desbordante que se expresa no sólo en su belleza visible sino en esa que habita el interior de algunas personas. “Soy una mujer cuya mayor debilidad son mis cuatro hijos, por quienes despierto todos los días y quienes me dan la fuerza para seguir luchando todos los días”, dice Claudia. Sus hijos son Pamela (17), Daniela (14), Kenny (6) y Claudia (4). Se casó con Edwin Castellanos, “el amor de mi vida, con quien luchamos mucho para estar juntos, nada fui fácil en nuestras vidas, todos los días intentamos llegar a viejos, ser el uno para el otro, nuestros testigos de vida”, agrega.
Estudió bachillerato en el Colegio Santa María, Derecho en la Universidad Católica, trabajó en la Corte de Justicia, ingresó en 2000 al Ministerio Publico y hoy es Coordinadora de la Fiscalía de Sustancias Controladas del Departamento. “Cada vez que condenan a un narcotraficante, tengo la certeza de que he quitado de la calle a una persona que posiblemente le venda droga a mis hijos o a los hijos de cualquier ciudadano”, dice Claudia, aunque su trabajo “ha puesto en riesgo no sólo mi vida sino también la vida de las personas que más amo”.
Su nombre es Carola Claudia Mancilla Ballesteros. Es abogada penalista con una tesis de grado sobresaliente con mención de publicación y decenas de cursos y talleres de especialización, en los cuales ha sido alumna y docente. Ha recibido múltiples reconocimientos por su labor Profesional. “Recuerdo que un gran periodista me hizo esa pregunta (por qué trabaja en lo suyo) y la única respuesta posible es por convicción”, concluye Claudia.
TERESA JIMÉNEZ TORRICO
Su serena belleza le ha permitido cumplir 30 años de azafata del Lloyd Aéreo Boliviano. Ha sido condecorada por su institución, declarada Ciudadana Meritoria por el Concejo Municipal y condecorada con la Orden de Aeronáutica Civil en el grado de Caballero cuando cumplió sus Bodas de Plata como asistente de vuelo. Entre los miles de personajes que conoció, destaca al Papa Juan Pablo II, a quien asistió durante una semana como su azafata personal.
Tengo la impresión de haberla conocido en el Kinder Cochabamba, donde inició sus estudios como cientos de personajes cochabambinos. Nació en Cochabamba un 3 septiembre en la calle Baptista, donde la visité. Es hija de Salomón Jiménez y de María Josefa Torrico, ya fallecidos, y tiene tres hermanos: Hernán que vive en los Estados Unidos hace 60 años, Germán (Puli), que vive por Huayllani y Fernando, que vive con ella en la casa paterna. Estudió en el Colegio Maryknoll y en 3º de secundaria se fue a los Estados Unidos, donde salió bachiller en Texas, pero volvió de vacaciones e ingresó al LAB a sus 18 años, en 1970.
“El LAB ha sido mi vida. Siempre me gustó volar, en tierra no me sentía tan firme como en el avión. Estuve raras veces aquí, más vivía en el aire que en mi propia casa, siempre afuera, alojada en hoteles, con mi ropero en la maleta, durante 30 años”, resume Teresa.
Siempre es riesgoso volar; uno no sabe si volverá a casa; “pero Dios nunca dejó de mirarme en esos 30 años, siempre estuve con el ojo de Él chequeándome. Cuando cumplí 28 años en el LAB, mi hermano mayor me dijo que me retirara: Cuidado que Dios no esté “, un 12 de diciembre y visité la Basílica de la Virgen de Guadalupe y le dije: Virgencita, quiero retirarme en dos años, y si me retiro bien y sanita, haré el último vuelo para despedirme de ti. Así lo hice”, recuerda Teresa.
Para ser azafata hay que tener carácter y estómago de hierro, porque una debe lidiar con doscientos caracteres en el avión cada media hora, decirles sí a todo porque el cliente tiene la razón, escuchar cosas feas pero sonreír. “Pero me gusta trabajar con gente y amable con todos”, resume Teresa, que en treinta años a Dios gracias no enfrentó ninguna emergencia. Se retiró en 1998. “Ahora reposo tranquila, tengo tiempo para todo, me dedico a mi casa, me gusta, me encanta viajar, veo un avión y quiero estar ahí colgada, pero no siempre se puede”, concluye Teresa.
ZENOBIA DE TICA COLQUE
El 11 de enero de 2007 una bala segó la vida de su esposo, Juan Tica Colque. Quizá su problema no proviene sólo de la muerte de su esposo, sino de la situación de orfandad que quedó ella y sus tres hijos. Aquel 11 de enero “aquí estaba con mis tres hijos, lavando ropa, y mi hijo mayor estaba mirando televisión con su primo. "Mami, mi papá se ha muerto", diciendo ha salido llorando a la puerta. Yo no he creído porque sanito ha salido. ¿Cómo se podía morir? No le he hecho caso a mi hijo”, recuerda doña Zenobia. “Hemos ido en taxi y nos ha dejado a la orilla de la laguna”.
En noviembre de 2007, Alex Rosales, formalmente imputado por la muerte de Juan Tica Colque, fue sentenciado a 14 años de prisión; pero una información reciente dice que no se conoce su paradero.
Zenobia y Juan emigraron desde Potosí; se establecieron en el valle y, como muchas familias vallunas, buscaron un cato en el Chapare para sembrar coca. Juan viajaba una que otra vez a cuidar el chaco, a cosechar la coca y a secarla, pero su residencia estaba en Sacaba, capital de la provincia Chapare. Zenobia y Juan eran pastores de ovejas en Potosí. Allí se habían conocido.
El trabajo en el Chapare había sido una costumbre en ambas familias. Juan ya trabajaba de niño en el Chapare, junto a su hermano mayor; y Zenobia ingresó por primera vez a la zona cuando tenía once años, con su tío que pertenecía a un sindicato distinto al que luego pertenecería los Tica Colque.
Juan fue dirigente de su Sindicato hasta mediados de 2006. Retornó a su hogar los primeros días del 2007, sin pensar que el 11 de enero lo esperaba la muerte.
BRÍGIDA ARO COPA
La observo mientras atiende a mi nieto Emilio y me sorprende su dulzura y su paciencia para enseñarle manualidades que salen de sus pequeñas manos antes de cumplir los tres años. Ella estudia Parvulario en INFOCAL y una Licenciatura en Pedagogía en la Universidad del Beni, oficina Cochabamba. Tiene una hija de siete años y para todo eso se las arregla sola. ¿Cómo así?
Se llama Brígida Aro Copa; nació en La Paz el 14 de octubre de 1984 pero se vino a Cochabamba al año de vida. Es hija de Emilio Aro, panificador, y de Irene Copa, que ya murió. Vive en Ticti Norte y estudió en el Colegio Club de Leones, hoy Colegio Concordia.
“En los primeros meses que cursaba el 4º medio me embaracé y así salí bachiller. Estudié y trabajé y cuando nació mi niña mis papás me ayudaron. Estudiaba Derecho, pero tenía que ir a clases con mi hijita y los docentes no lo permitían; la dejaba en una guardería, pero no me alcanzaba para pagar. Luego ingresé en la Normal de Paracaya, pero mi hijita tuvo una infección urinaria por el agua de pozo que consumíamos y entonces el doctor me dijo: O estudias o crías a tu hija; tuve que dejar mis estudios, y no porque quería ni porque no podía sino por mi situación económica.
En INFOCAL le dieron una beca de trabajo y hoy la Beca Bartolina Sisa, que financia el Estado Plurinacional. Su hija nació el 2 de mayo de 2004 y hoy estudia en el Colegio Adventista. “Las mujeres solas no tenemos apoyo familiar o del papá de mi hija, pero he sabido enfrentar las cosas y salir; he tenido tropiezos pero aun así no me he dado por vencida, he dicho que todo problema ha sido un reto más para mí, he sabido salir pero siempre con alegría, paciencia, honestidad”, resume Brígida.
TERESA LAREDO
Lo primero que pedí ver fueron sus manos. Cuando vivía en Roma en uso de una beca que ganó en un certamen, alguien se fijó en que tenía manos pequeñas. Era Magda Tagliaferro, que vivía en París y había desarrollado una técnica para manos pequeñas. De ese modo se trasladó a París y pudo al fin tocar a Liszt y Brahms, que exigen manos muy grandes. Se interesó por el piano, su pasión inicial, y por el clavicordio, este último por cierta afinidad que le encontró con el charango boliviano. Con el tiempo, se hizo fabricar un clavecín reformado con Jean-Paul Ruo, en París, y con él interpretó música de varios compositores bolivianos: Fiesta Aymara, de Humberto Viscarra Monje; Tunari, de Emilio Gutiérrez; El sueño de la ñusta y Koya Raimi, de Humberto Iporre; Seis aires indios, de Eduardo Caba; las cuecas Rosa y Kaluyo Indio, de Simeón Roncal; Poema indio y La rueda, de Armando Palmero; y Ritmos panteísticos, de Marvin Sandi, además de Preludios Americanos, de Ginastera. Teresa Laredo compuso Korikenti e interpreta en sintetizador dos creaciones suyas: Reminiscencias panteísticas y Polvo de estrellas, además de una veintena de Lieder algunas de cuyas letras son propias.
Hoy vive en Ginebra; da conciertos en capitales de Europa, América y Australia, pero se dedica a diario a otra de sus pasiones: la musicoterapia. Su hermano Fernando, diplomático de carrera, la relacionó con Miguel Ángel Estrella, fundador del movimiento Música y Esperanza, por la coincidencia de criterios; pero hoy Teresa sigue su propio camino y nos dio una muestra inolvidable nada menos que en el comedor de doña Adela Zamudio, en los altos del Café El Turista, donde nos reunimos en la tercera tertulia organizada por el Café, por el diario Los Tiempos y por el Cronista de la Ciudad.
Teresa es pura energía vital; tiene una alegría interior (un entusiasmo, comunicación con Theos, Dios, como diría ella) que envuelve a su auditorio. Destaca por igual reflexiones filosóficas o temas sencillos y cotidianos en un discurso alentador sobre el milagro de la vida. Vivir es aspirar a la armonía; somos criaturas de agua y por eso somos sensibles a la música, al arte, a la armonía en definitiva. Trae consigo un par de instrumentos para ilustrar lo que dice: unas pequeñas campanas del Tibet, que tañe encima de cada una de nuestras cabezas, para que sintamos, con los ojos cerrados, la hondura y la pureza de su vibración. (Con esas campanas los monjes budistas limpian sus templos de malas vibraciones, explica). Luego nos mostró dos palos de lluvia, uno para infundir paz y reposo y el otro para comunicar energía. Deja que las semillas se desplacen en su interior sobre nuestras cabezas y, al abrir los ojos, sentimos paz, alegría y la fortuna de despertar en el comedor de doña Adela, donde se percibe su augusta presencia, que es también soledad aceptada y compartida.
Uno se pregunta cómo pudo desarrollar tantas aficiones paralelas, primero con el piano y el clavecín, y luego con la musicoterapia, que confía en el sentido musical de cada ser humano, al margen de su nivel de formación académica. Cuenta, por ejemplo, que trabaja con niños violados y los ha juntado con adultos ciegos que tienen un perro por lazarillo. Los adultos piden canciones y los niños pierden el miedo a los adultos. (Escogí a los ciegos y a los niños con síndrome de Down para especializarme en musicoterapia, explica). Recuerda a un prestigioso cardiólogo, que fue jefe de servicio en el Hospital Boucicaut, en Francia, cochabambino de origen, que padeció a la vejez de Alzheimer, pero revivía en contacto con un piano. No había tenido antecedentes musicales, pero las armonías que inventaba o la repetición de una sola nota lo remontaban a su memoria perdida. (Hago que toquen las teclas negras, porque son pentatónicas, y entonces la armonía no puede fallar, explica).
“Teresa es el equilibrio mismo entre circunstancias y situaciones que a primera vista pueden parecer irreconciliables”, dice María Teresa Rivera de Stahlie (Música y músicos bolivianos, Colección Biblioteca Boliviana, Ed. Los Amigos del Libro). Habla castellano y francés como si fueran dos idiomas maternos, pero suele salpicar la tertulia con expresiones en quechua. Estudió piano en la Academia Santa Cecilia, de Roma. En el Mozarteum, de Salzburgo, conoció a Magda Tagliaferro y se trasladó por cuatro años a París, en uso de una beca otorgada en persona por Luzmila Patiño. De retorno a Bolivia, ganó un concurso para jóvenes intérpretes, cuyo premio consistía en una beca para estudiar en el Conservatorio de Ginebra con el maestro Gilbrandt, de la escuela de Liszt-Lipatti. Perfeccionó el clavecín con Ruggiero. “Sus ojos brillan cuando habla de música, y su goce espiritual cuando se sienta al piano o al clavecín, es de comunicación inmediata a un auditorio que le escucha con religiosa unción”, dice María Teresa Rivera de Stahlie.
Como musicóloga, difunde la obra de mujeres compositoras del mundo, con la publicación e interpretación de partituras inéditas. Por esta labor ha merecido una medalla al mérito otorgada por el Ministerio delle Pari opportunitá de Italia en 1997 y la medalla Cerro Rico de Potosí de UNESCO en 1999. Ha confiado a los lectores sus sentimientos como musicoterapeuta y pedagoga en El sonido fuente de vida. Mis vivencias en Musicoterapia. En la presentación, Jacqueline Delarue, violinista de la Orquesta San Juan de Ginebra, confiesa haber comprobado el poder de acción de la onda sonora en el ser humano cuando una anciana le pidió que le hiciera escuchar un palo de lluvia porque no había llorado en diez años y necesitaba llorar. La violinista cumplió el encargo, la señora pudo llorar y se alivió al punto de brindarle una magnífica sonrisa. Teresa ha cumplido labores en hogares de ancianos en Lausanne, en el Centro Bel Air de Psiquiatría de Ginebra, en un hogar de ancianos y en el Centro Salomón Klein, de Cochabamba, entre muchas otras experiencias.
No es su primera incursión en las letras pues en 2006 presentó Encuentros y Resonancias, autobiografía que fue presentada en el Salón del Libro y de la Prensa, en Ginebra, publicada por Editorial Albatros en español, francés e inglés. En Bolivia editó Poemas de vida y Más allá de mí misma (2009). El Senado Nacional le concedió la Medalla Bandera de oro en 2009 y un año después recibió el Premio a la Inspiración Poética concedido por el Comité Departamental de Clubes del Libro de Cochabamba.
MELO TOMSICH
La historia de la danza en Bolivia tiene un referente mayor en esta valerosa cochabambina que fue maestra de muchas generaciones y hace 32 años que mantiene el Estudio de Danza Contemporánea Melo Tomsich. En octubre de 2010 recibió la condecoración de la Encomienda de la Cruz del Sur a la Docencia, que otorga la Confederación Interamericana y el Consejo Mundial de Profesionales de Danza, durante el Quinto Forum Mundial de Danza, en Buenos Aires. En el evento, fue nominada como Maestra de Maestros. La distinción fue entregada por Rodolfo Solmoirago, presidente de la CIAD y María Elena Markendorf, secretaria de la Federación Argentina de Profesionales de Danza.
Es bailarina, profesora y coreógrafa de danza contemporánea, con estudios superiores de danza clásica, moderna y contemporánea a cargo de célebres maestros en Bolivia, Perú, Argentina, EEUU y Europa. Ha desarrollado una técnica propia (la técnica de los encuentros), ha diseñado coreografías para más 100 obras y hace 40 años que enseña y difunde la danza contemporánea en las áreas terapia, educacional, escénica y profesional. Es fundadora de la Academia y la Compañía de Danza Contemporánea Melo Tomsich.
La distinción mencionada le fue concedida“por su excepcional trayectoria como pionera de la danza contemporánea en Bolivia”. El tema del Foro fue“La danza y los medios concretos y efectivos de inserción en la sociedad” y Melo Tomsich dio una disertación sobre “La libertad y creatividad: pilares fundamentales de la danza contemporánea en el aquí y ahora”. La Asociación la designó jurado mundial de Danza.
La coreógrafa inició sus estudios en 1960. En 1973 se inició en la docencia en el Ballet Folklórico de Mario Leyes. En 2010, la periodista Sandra Arias le hizo una entrevista. La maestra Patricia Aulestia buscaba en Bolivia alguien que integrara su Libro de los Pioneros de la Danza en Sudamérica. A pedido, Melo envió información en texto e imagen y documentó teóricamente el fundamento de su nueva técnica que consta de 16 tomos, “pero se puede resumir en el trabajo con base al movimiento a partir del que se concibe la forma y, al hacerlo, también se concibe el ritmo.
Su diagnóstico sobre la danza contemporánea en Bolivia: “Se nota la influencia del estilo europeo porque los bailarines hacen teatro, música; pero de danza se ve muy poco en la forma poética que el arte lo requiere. Yo amo la danza, está en mi piel, en mi mente y la nueva técnica que desarrollé se basa en sentir la danza aquí y ahora, con una mezcla de creatividad y libertad”
Se llama Carmen Amanda Tomsich Cozzi; nació en Cochabamba el 15 de junio de 1948. Es hija de Andrea Tomsich y de Dora Cozzi d’Nicola, italianos. “Los hijos somos bien bolivianos”, añade Melo. Don Andrea fue invitado en 1917 por el gobierno nacional para construir aviones militares; había tenido una experiencia similar en Argentina y logró sobrevolar el Altiplano boliviano con un avión de su factura. Luego se estableció en Cochabamba, junto al Parque Zoológico, en una calle que todavía se llama Pasaje Tomsich (aunque luego la hayan denominado Tte. Morales). Tuvo 5 hijos: Lila Ángela, Giacomo, Justine Margarita, Ana Marieta y Carmen Amanda. Una plazuela lleva el nombre de Margarita, por su múltiple actividad de voluntaria, sobre todo en el Comité Pro Mar.
Melo estudió en el Instituto Americano; se inició en la danza a sus 7 años con la maestra Lila Arzabe de Irigoyen; partió al Perú al filo de los 18 años y recorrió varios países estudiando danza clásica, moderna y contemporánea.
SYLVIA FERNÁNEZ SÁNCHEZ
Sylvia es lo más importante que tiene Bolivia en la danza, usual en una familia que tiene un músico como Agustín o una periodista como Myrtha, para hablar solo de tres de los hijos que tuvo el matrimonio de Myrtha Sánchez y Agustín Fernández. Como muchos destacados artistas, Sylvia se educó y fue docente en el Instituto Eduardo Laredo. Hoy es Profesora en Danza Moderna/Contemporánea en FED - Formation d´ Enseignantes en Danse – Bélgica; e International Resident Choreographer: Carolina del Norte – EEUU. En Bolivia, es creadora de espacios de formación y difusión en danza, como Espacio Arte Vidanza, que en estos días se va de gira a los Estados Unidos.
Una vida dedicada al arte, ha tropezado, sin embargo, con problemas que Sylvia sintetiza en los siguientes: Falta de profesionalización para el ejercicio de la danza; falta de oportunidades de formación, crecimiento y proyección para jóvenes artistas de la danza contemporánea; falta de constancia en los artistas jóvenes; falta de valoración del artista como un profesional; falta de políticas culturales y falta de público formado para apreciar el arte contemporáneo, entre otros. En vía de solución, Sylvia creó la especialidad curricular de danza contemporánea en el Instituto Laredo, con derecho al título de técnico medio/superior en la especialidad y trabajó durante 14 años como docente del Instituto. En lo personal, una vez obtenido el título de Licenciada en Pedagogía quizá únicamente como requisito, pudo profesionalizarse en Bélgica; y ya en ejercicio, aprender a crear y ser gestora de proyectos para que los artistas de la danza pudieran gozar de salario por el ejercicio de su profesión, entre otros el Proyecto EDUCARTE, que implantó 10 talleres de danza en escuelas públicas de Cochabamba y 13 en La Paz con 900 estudiantes. El Proyecto permitió que los bailarines de VIDANZA pudieran ganar salarios por su labor docente. Una proyección especial tuvo el Proyecto CONSTRUYENDO PUENTES, que actualmente forma bailarines en la ciudad de El Alto. Son proyectos financiados por la cooperación internacional, que garantizan la continuidad en la profesionalización y la labor docente de los bailarines de VIDANZA. “Busco incansablemente oportunidades para los elencos con los que trabajo que intencionalmente son diversos así como nuestra población diversa. No busco más que generar para los jóvenes bailarines oportunidades que yo no tuve y luchar por que acorde al artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el acceso al arte y cultura es un derecho universal”, resume Sylvia y destaca que por primera vez haya un representante de danza contemporánea en la Asociación de Artistas de la Danza (ASODANZ) en La Paz.
Su nombre completo es Sylvia Lourdes Fernández Sánchez. Nació en Cochabamba el 29 de agosto de 1961. Su esposo es Juan Espinoza Del Villar y tiene dos hijas: Dian Ewel Fernández y Aizea Ortego Fernández.
MARLEN GUZMÁN ALVARADO
Su carrera musical y docente en Europa confirman el espíritu con que fue creado el Instituto Eduardo Laredo, de donde salió bachiller en 1987 y fue becada por el Estado ruso para estudiar Pedagogía de la Música en la "Escuela superior adjunta al Conservatorio Tchaikovsky de Moscú" durante 5 años, en la especialidad de Teoría de la Música. A su retorno, dio clases de piano y lenguaje musical y fue jefe de estudios de las materias teóricas en el Instituto Laredo; enseñó en la Escuela Musart y tocó piano en la Orquesta Municipal de Vientos, dirigida por Koichi Fuji; fundó el coro de niños del LAB y en 1999 la Cooperación Española le otorgó la Beca Robert Stevenson, para realizar el posgrado de Musicología en el "Real Conservatorio Superior de Música de Madrid", durante 3 años, de donde salió como Profesora Superior de Musicología. Ingresó al programa de Doctorado de Musicología de la Universidad Complutense y obtuvo su Diploma de Estudios Avanzados en 2005. Aquel año, su profesora y tutora del Doctorado Marta Rodriguez Cuervo, sugirió el nombre de Marlen para concursar su ingreso como docente a la Escuela Superior Reina Sofía, en Madrid, donde hoy es profesora de Educación Auditiva junto a docentes de renombre como Zahar Bron (violinista); Natalia Shakhovskaya (cellista, discípula de Rostropovich); Dimitri Bashkirov (pianista) y Marco Rizzi violinista italiano; así como Ofelia Montalbán (pianista cubana, graduada del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Su trabajo en el Reina Sofía le permitió estudiar Maestría en Gestión Cultural en la Complutense y fue recomendada al Conservatorio Superior de Música de Aragón como catedrática especialista en Educación Auditiva (2009-2011). “Ser catedrática especialista es lo más alto que se puede alcanzar dentro la enseñanza musical, porque permite vivir económicamente bien, educar a los hijos, disfrutar de su familia y estar socialmente bien ubicada”, explica Marlen.
Se casó con Rubén Darío Reina Cuervo, violinista y concertista colombiano formado en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, actualmente violinista de la Orquesta de Radio y Televisión Española, con amplio prestigio en España y América Latina. Rubén Darío dirigió el Coro de la Asociación de Mayores de la Universidad Complutense (2005-2007).
Se llama Miriam Marlen Guzmán Alvarado. Nació en Cochabamba el 26 de septiembre de 1969. Tiene dos pequeños hijos: Leonardo y Gabriel Reina Guzmán. Entre sus hermanos, Augusto Guzmán estudió en el mismo Conservatorio de Moscú, actualmente dirige la Orquesta Filarmónica de Cochabamba y es docente del Instituto Eduardo Laredo.
MARCELA MÉRIDA
Pintora, escultora y ceramista de amplia labor docente, Carmen Marcela Mérida Coimbra fue reconocida en 2010 por treinta años de actividad artística. Marcela nació en Cochabamba en 1955; es hija de Humberto Mérida Vargas y Selva Coimbra de Mérida, Estudio en el Colegio Santa Teresa, el Colegio Irlandés, la Universidad de Bellas Artes de Córdoba, Argentina; el Instituto Statale de Arte de Faenza, Italia, donde fue becada, y el Penland Institute, de Carolina del Norte, donde la OEA la becó para estudiar Maestría en el período 1999-2004; por último estudió con el ceramista Fernández Chiti. Sus dos primeras exposiciones fueron en Córdoba (1981) y en Cochabamba (Galería de arte Candalixa, 1982). Ha trabajado con la organización de mujeres del Banco Iberoamericano de Desarrollo (BID) y ofrecido exposiciones con ese trabajo conjunto, la última en Washington (2009). Trabajó con la Aldeas SOS en la formación de promotores de cerámica y dando clases de pintura como terapia ocupacional. Su esposo es Antonio Chávez y tiene dos hijos: Nicolás y Mairaly. En 2009, Paola Terán escribió en este matutino: “Ha recorrido prácticamente un camino solitario en el arte, ya que en Bolivia las mujeres artistas no se agrupan, no llega a destacarse. Pero para Marcela se trata de luchar, ’’pelearla’’, como dice ella. Para ella todas las mujeres tienen mucho que decir, pues el mundo interno de una mujer es maravilloso”. Wilson García Mérida cita una revelación de Marcela: “El mundo real siempre me ha conflictuado, vivo otro tipo de realidad dentro de mi vida, captando el ser humano en su sensibilidad más que en su angustia de existir: Soy más benévola con el mundo, antes era muy peleadora, de choque, pero ahora entiendo más la vida y al ser humano”.
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