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domingo, 13 de mayo de 2012

ISABEL CAERO, ROMINA PÉREZ, MARÍA ESTHER POZO, SOLEDAD DELGADILLO


ISABEL CAERO PADILLA
Algo ha cambiado en el país para que esta joven de 17 años que fue “militante de la izquierda radical” presida hoy el H. Concejo Municipal. Ella lo explica mejor que nadie. Creció en el seno de una familia muy pobre, en la cual era necesario trabajar y estudiar al mismo tiempo, alimentando la esperanza en días mejores, más justos y menos excluyentes; a ello se añadía la desventaja en que actuaban las mujeres, como si no fueran capaces de tomar a su cargo la toma de decisiones públicas y tuvieran que reducirse a los espacios de la vida cotidiana. Ya era militante del ELN cuando la detuvieron tras el golpe de Banzer (“por cada preso conseguían un premio, les pagaban”) y, ya en libertad condicional, era constantemente vigilada por un agente que la interrogaba sobre la identidad de cualquier persona que la abordara en la calle.
Con esas limitaciones, le costó mucho estudiar Arquitectura y defender su proyecto de grado sobre Equipamientos sociales urbanos, que resume sus experiencias con asociaciones de mujeres.
Se llama Isabel Caero Padilla; nació en Cochabamba el 26 de junio de 1950; es hija de Alberto Caero y Digna Padilla. Se casó con Carlos Alcócer (+), militante de izquierda, como ella, y tuvo 3 hijos : Gisela, periodista de Los Tiempos, Carla y Manuel.
Entre las influencias que recibió recuerda la de su madre, militante feminista, y el influjo de Adela Zamudio, pues estudió la secundaria en el Liceo que fundó la poetisa y era declamadora de sus poemas, en especial de Nacer hombre y de Quo Vadis. También destaca su amistad con Sonia Montaño, que generó una influencia positiva en la formación de nuestra entrevistada. “Desde muy joven tuve doble militancia: de izquierda y feminista”, resume Isabel.
ROMINA PÉREZ
Es pionera en la lucha por los derechos de las mujeres, pero su militancia de izquierda se remonta aún más, a la resistencia de la Juventud Comunista de Bolivia, en la cual militaba, contra las dictaduras militares. Ella estuvo en la reunión del 17 de julio de 1980, en la COB, y salvó la vida por instantes. Es inagotable cuando habla de su experiencia de vida y de militancia, que ha tenido tres momentos: la lucha antifascista, la praxis en temas de tierra y territorio y la militancia en cuestiones de género. Se llama Romina Guadalupe Pérez Ramos  y su nombre en la clandestinidad era Ramona. Su participación como estudiante en actos de protesta y huelgas de hambre le obligaron a someterse a una operación de urgencia. “Esta  cicatriz que  muchas personas   consideran horrible,  porque  va desde mi ombligo al  pubis,  para  mí  es  una marca  de  mi acervo  ideológico y   significa  mi compromiso con las luchas del pueblo boliviano”, dice Romina. Se recuperó y viajó a la URSS para formarse como cuadro político.  Allí representó a la juventud de América latina. “Fue algo que nunca  imaginé:  conocer  a  bolcheviques  que todavía vivían,    me  convocaba  a  mirar la historia del POSDR, y me transportaba   a  revivir  esa coyuntura,   como si fuera    parte de ella”, recuerda Romina.
A su retorno se dio un capítulo crucial de su vida, porque trabajó en Siglo XX y Catavi y el dirigente minero Édgar Huracán Ramírez la bautizó como Ramona. De esos días data una copiosa documentación escrita y grabada que hoy se conserva en el archivo histórico del SIDIS  de la FSTMB,  que le mereció una nota de reconocimiento de la dirigencia minera.
Romina es protagonista de un hecho sin precedentes que ella bautiza con el nombre de “matrimonio ideológico”: se casó con Remberto Cárdenas, camarada suyo, el 14 de diciembre, fecha de fundación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y en Catavi. Su regalo de bodas fue un paseo por interior mina, pero el matrimonio no se consumó pese a que los cónyuges vivieron juntos por más de dos años. Sobre el regalo minero dice: “Fue el mejor regalo de bodas que  tuve,   o mejor dicho, el único, pues  mi  matrimonio    puede  ser catalogado  como  clandestino,   fue   “ideológico” y un secreto de Estado”.
“Aprendí a enfrentar los problemas gracias a mis dos abuelas, que marcaron mi vida de pequeña y adolescente. Ambas fueron matriarcas de sus respectivas familias y sostuvieron sus hogares; a mi abuela materna, Eduarda Cozzi Orsini de Nicola viuda de Ramos, le debo mi hábito por la lectura y mi práctica revolucionaria , me contaba historias de su padre que era francés “Giraldino” . A mi abuela paterna, Teodosia Vargas viuda de Pérez, le debo mi sensibilidad, me contaba que ya antes de 1952, tituló tierras de sus haciendas para los colonos que las trabajaban y para comunidad de las alturas”, dice Romina.
Como Vicepresidenta de la CUB participó en 1985 de la “Marcha por la Vida”, contra el D.S.21060 que instauró el neoliberalismo en el país, y en célebres huelgas de hambre, como aquélla que compartió con Juan Lechín Oquendo. 
En una manifestación de protesta universitaria  fue herida de bala  en el talón  derecho que la dejo impedida por varios días. Representó a la Unión Internacional de Estudiantes en la reconquista de la democracia para Chile; visitó las tumbas de Pablo Neruda, Violeta Parra y Víctor Jara, tres personajes enterrados durante la dictadura en humildes nichos. ¿Tendrán mausoleo ahora?  Esa marcha de Santiago a Concepción fue reprimida por policías y soldados chilenos y los marchistas tuvieron que refugiarse en una aldea mapuche. También organizó como dirigente de la CUB la primera peregrinación a La Higuera, donde fue ejecutado el Che. “Los militares literalmente nos pusieron piedras en el camino;   es decir,  bloquearon  el camino con enormes rocas  para impedir el paso de la  numerosa  caravana   de estudiantes, dirigentes de las organizaciones sindicales y otros  que se dirigían  adelante (…)El acto fue  acosado con aviones rasantes  hasta la  incursión y presencia física  del Ejército,  y  destruyeron el busto del Che que la FUL de Santa Cruz mando hacer”, recuerda Romina.
La caída del Muro de Berlín determinó una crisis en el Partido Comunista, la fundación del Partido Revolucionario del Pueblo con dirigentes mineros y sólo dos mujeres, una de ellas Romina, y el nacimiento de su hija y las últimas clases universitarias, con la niña a cuestas, que culminaron con la defensa de su tesis.
El PSP ya se había disuelto y, en ese contexto de crisis, Alejandro Almaraz la invitó a trabajar en el Centro de Estudios Jurídicos y de Investigación Social (CEJIS), que dio inicio a otra etapa importante de su vida por el seguimiento de las luchas y reivindicaciones  de los Pueblos Indígenas del Oriente, el Chaco y la Amazonía, por el respeto a sus derechos histórico-culturales, que se traducían en la demanda del territorio indígena  de Monte Verde, la primera  demanda  legal   que se interpuso  al   Estado  en un contexto desfavorable, no sólo por la Presidencia de Sánchez de Lozada sino por la oposición incluso de intelectuales de izquierda a esta temática que luego se convertiría en reivindicación nacional por la tierra y el territorio.   Romina, a través del CEJIS, contribuyó a socializar   el Convenio 169 de la OIT, que inspiró la modificación del art. 161 de la antigua Constitución, y escribió la historia de la reivindicación  y demanda del territorio  indígena de Monte Verde frente a sus usurpadores. “Recorrí   ese territorio   de casi un millón de hectáreas con mi hija en brazos,    caminábamos junto a la dirigencia indígena  dialogando  por las  estrechas sendas  en medio del monte.   Para mi hija pequeña todos los dirigentes indígenas eran sus tíos, que  la cargaban  con cariño  aliviándome  del  peso.  El único descanso   era el de  las asambleas  o reuniones  a las que debíamos asistir en  las comunidades.    Las caminatas con el  peso  me  produjeron una hernia de disco que a  la postre tuve que ser operada.  (…)   Recuerdo una noche cuando les pregunté  como delimitaron el territorio,   me respondieron   apuntando al  cielo  ‘a través del Astro Piyo Rey’ que  era  una constelación de estrellas  de la forma de un   piyo”, recuerda Romina. Ante las amenazas de la represión oficial, madre e hija tuvieron que huir orientándose a la manera indígena: “La  anciana  de la comunidad   me dijo  ‘agarra a tu hija,  sigue aquella  estrella,   toma siempre la derecha cuando las sendas se bifurquen,   y llegarás  con la ayuda de Tumpa.  Me perdí dos veces  en ese océano de oscuridad   pero  Tumpa  no me abandonó”.
La violencia desatada contra los indígenas demandantes    hizo que Romina  se involucrara en las reivindicaciones de género   “ a raíz de mi discrepancia con la política oficial del recién inaugurado  Viceministerio de Asuntos  Étnicos de Género  y Generacional”  porque en   San Javier , donde  se  encuentra   el   límite  del territorio de Monte Verde  denominado “La Puerta del Cielo”  se produjo un hecho violento.  El Pueblo Indígena Chiquitano, después de introducir su demanda al Estado,  y aun sin tener una respuesta favorable,    tomó posesión de su territorio. Cuando  ya estaban asentados   durante la noche,   los  ‘matones’   los atacaron   con armas de fuego  al mismo estilo  que las dictaduras,   y  como se resistían      prendieron fuego   al asentamiento,  donde se encontraban familias enteras, mujeres y niños en su mayoría.    En  San Javier,   la única oficina  jurídica  y de defensa de derechos que existía  era   el Servicio Legal Integral (SLI)  que inauguró ese Viceministerio para la   defensa  de los derechos de la mujer  contra toda forma de violencia y discriminación.  Pues bien,  esta oficina  se negó a  defender a las mujeres indígenas, a lo niños y adolescentes que estaban siendo reprimidos, pues según sus  funcionarias “no era un asunto de violencia doméstica”.    
Motivada por ese hecho, Romina ganó en concurso de meritos  el cargo de Directora de Género del gobierno municipal de Santa Cruz, el primer órgano municipal de esa temática, impulsado por el BID,  el Viceministerio y  la H. Municipalidad  de Santa Cruz; Romina fue contratada como socióloga  para transversal izar el enfoque de género  en los planes de desarrollo municipal, fortalecer  los SLI  y las defensorías de la niñez  en los  distritos municipales.  La experiencia debía replicarse en otras  alcaldías   en ciudades capitalinas.
La experiencia de Romina hasta entonces se reducía a lo observado en las minas con el   Comité de Amas de Casa Mineras y   a elaborar cuadernos de formación  de la serie “La Mujer Minera” al final  de la década de los 80’. Un análisis del discurso de género en Bolivia le sirvió para ganar el concurso de méritos en el municipio de Santa Cruz. El siguiente paso lo dio en el municipio de Cochabamba, donde impulsó congresos sobre la misma problemática.
Su nombre completo es Romina Guadalupe Pérez Ramos; nació en Guayaquil el 17 de noviembre de 1958, de padres bolivianos: Roma María Ramos Cozzi y Germán Gustavo Pérez Vargas, que tuvieron seis hijos: Nelson Gustavo, Romina Guadalupe, Leonardo Percy, Marieta Rosina, Mercedes Firence, Brigida Lourdes y Fátima Lucía Mosquera, prima y hermana adoptiva. Estudió Sociología en la UMSS, Diplomado en Ciencias Políticas (CESU-UMSS), en Altos Estudios Nacionales y en las Universidades de Bolonia y de Copenhague. Tiene una hija, Maya Nogales (20).


MARÍA ESTHER POZO
Nadie imaginaría que detrás de esta investigadora del Centro de Estudios Superiores (CESU), de la Universidad de San Simón, hay una pionera en la lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres y una reportera del Semanario Aquí, en vida del Padre Luis Espinal.  Vi un suplemento local que se llamaba “Nosotras”, donde está su nombre, pero ella dice que se inició con Jael Bueno, Sonia Pardo y Claudia Jaimes en un tema nuevo incluso para la izquierda. “Este grupo surge el 86 a raíz del viaje de María Lourdes Zabala a estudiar una maestría en la FLACSO-Ecuador. Todas éramos militantes de partidos de izquierda; nos sentamos a reflexionar sobre nuestra posición en nuestras organizaciones porque nuestras demandas no eran escuchadas. Escribíamos manifiestos y panfletos, pero nos consideraban revisionistas y nos decían que queríamos hacer política en la cama y en la cocina”, recuerda María Esther. “La primera nota fue publicada gracias a Gustavo Rodríguez Ostria en Sociología. Empezamos leyendo los libros de Simone de Beauvoir, revisamos los clásicos del marxismo, decidimos poner cuotas para cubrir los cien o doscientos dólares que nos cobraban para sacar el suplemento y en él escribíamos cosas que desafiaban a la sociedad, hasta que nos admitieron en el diario Opinión, pero los compañeros y camaradas se enojaron de nuestros artículos y entonces dejamos de escribir y comenzamos a trabajar en una ONG”, recuerda María Esther.
El machismo estuvo siempre muy arraigado incluso en la izquierda. El papá de María Esther era militante del Partido Comunista y amigo de Tristán Marof en La Paz; desde niña le había enseñado que lo afectivo no era importante y que el objetivo más importante de la vida era el estudio y el trabajo. Ya en la Universidad, vio que toda la estructura sindical y política era machista; “pero también hay que reconocer que los papás nos incentivaron a estudiar; el mandato del Che era ser los mejores de los mejores, donde estuviéramos”. Por eso, ya como militante del ELN-PRTB, vio que algunas compañeras optaban por carreras no convencionales. “El mandato no era buscar marido en la U, como se decía en la época, sino estudiar y ser los mejores. Yo estudié Ciencias Sociales, pero hubo compañeras que estudiaron Ingeniería Civil”, recuerda María Esther.
A María Esther la he visto bailando en la Morenada Central filial Tiquipaya, en esa rutilante fila de Las Machas, siempre gallarda y dueña de sí misma. He leído su valioso libro sobre las cholas de los años 50s, sus reivindicaciones y su forma de vida, y sigo sus investigaciones sobre las mujeres, entre otro sectores sobre las thawis, las recicladoras de basura. Por eso le hablé de este libro y del Bicentenario de la Coronilla. Ella ha estudiado el mundo de la mujer popular, un mundo laborioso dentro y fuera de la familia, porque la chola trabaja y es al mismo tiempo madre. Recuerda que en la década del 20 hubo una discusión sobre la distinción que iban a entregarle a doña Adela Zamudio. Las mujeres de la élite la postulaban, pero las mujeres del pueblo exigían que la mujer símbolo debería ser doña Manuela Gandarillas, la célebre ciega de la novela Juan de la Rosa, que encabezó la resistencia de las Heroínas contra el ejército realista. “A las cholas de la época no les interesaba la educación, como a las mujeres de la elite, sino su propio ejemplo laborioso de sacarse la mugre atendiendo el hogar y el negocio, y de asentarse entre la tradición y la modernidad, porque las cholas anhelan la modernidad y la educación para sus hijos, mientras ellas se asientan en la tradición”.
La vida en familia es determinante para la orientación política. María Esther creció en un hogar de izquierda. “He visto mi mami llorar cuando murió el Che, oímos misa y rezamos por él. Cuando me detuvieron, mi papá me enviaba frases de mi mamá para poder subsistir en mi encierro”, recuerda María Esther, que fue detenida como militante del ELN en una batida de 1976, cuando el régimen de Banzer interrumpió el trabajo que hacían las mujeres con los trabajadores fabriles de la Manaco y de Taquiña. La trasladaron al DOP, de La Paz, donde estuvo durante tres meses. Allí había celdas que la gente no sabía que existían. María Esther compartió la prisión con Loyda Sánchez y Nila Heredia, Óscar Zegada, Jazmín Grágeda, Alfonso Canazas, las hermanas Graciela y Elizabeth Landaeta, del MIR, víctimas de la represión de esa época, entre otras, y tuvo noticia de que en otra celda estaba la desaparecida argentina Graciela Rutilo, que le escribía poemas a su hijita. Banzer la hizo entregar a la represión argentina y la niña también desapareció. “Nunca la pude ver pero la oía. Unas monjas le llevaban lana y palillos para tejer. Conservé todos sus poemas y compartí la angustia y la tragedia cuando su hija apareció. La llamé a la TV cuando la entrevistó Carlos Mesa y le dije que su mamá la adoraba con toda el alma”.
RECUERDO INOLVIDABLE
Se llamaba Rufina y era de Caquiaviri; llevaba carne a la casa de Rubén Sánchez, militar que luego ingresó al ELN, y fue detenida en el DOP. “Era una mujer admirable, que me acompañó los tres meses que estuve en la misma celda. Tenía una perspicacia revolucionaria muy fuerte, que a mí me ha fortalecido. Todos sus hijos habían sido detenidos en el mismo lugar. Tenía imaginación y se daba mañas increíbles para sobrevivir en la celda. De pronto decía que iba a lavar su pollera, y era muy difícil hacerlo con tan poco agua, en tres días, parte por parte. Así Rufina se daba modos para colgar la pollera en la puerta de la celda para que sus hijos supieran que también estaba allí. Un día entró su hijo a limpiar la celda y Rufina no hizo el menor gesto de reconocerlo”, recuerda María Esther. “Vino a buscarme después y fue un placer caminar con ella por Cochabamba. Con sus polleras nos tapábamos de noche para soportar el frío intenso. Me propuse ir a buscarla a Caquiaviri, pero al final ni a Viacha he vuelto. La gente no sabía que había detenidos allí. Detenían a los campesinos por infracciones menores y ellos cantaban Viva mi patria Bolivia con un sentimiento único. Yo sospechaba que ellos sabían que había políticos detenidos allí, por eso cantaban, porque era como una señal, como un símbolo”.
María Esther fue fundadora de la Carrera (hoy Facultad) de Sociología en la Universidad de San Simón. Se inició en Economía y junto a David Pereira, Antonio Rivera, Lourdes Zabala y otros pidieron la apertura de la Carrera. Por eso salió en la primera promoción, junto a Camilo Crespo, Lourdes Zabala, René Antezana y ella, los cuatro primeros graduados en Sociología. Más tarde hizo maestría en Educación Superior, en San Simón, y cuatro años doctorado en Historia de América Latina en la Universidad de Barcelona. Le interesa la revisión histórica, no sólo de las Heroínas sino de las Mujeres Anarquistas, que ya el año 1927 desfilaban con banderas rojas, que no tenían interés por el poder pero luchaban por conquistas que ni las feministas urbanas se habían planteado, como el reconocimiento de los hijos. Eran culinarias, floristas y verduleras.

SOLEDAD DELGADILLO
La conozco desde su primera juventud, cuando era Secretaria Ejecutiva del Centro de Estudiantes de Derecho y dirigente de la FUL. Siempre tuvo la belleza, la prestancia y la fuerza interior de la mujer valluna. Su nombre es María Soledad Delgadillo Arauco. “Soy hija de Cochabamba y viví mi niñez en Aiquile, la tierra de mi padre y mis abuelos paternos. Aiquile me enseñó los valores de la comunidad campesina, la fortaleza de sus organizaciones y la confianza en la gente”, confiesa y se califica como “militante guevarista y de movimientos de mujeres; conductora de organizaciones de desarrollo rural y de redes técnicas”.
Salió bachiller del Colegio Santa Ana y formó parte de organizaciones juveniles de la Parroquia San Carlos, junto a religiosos de la Orden Franciscana y misioneras cultoras de la Teología de la Liberación. Con ellos se integró a la defensa de los derechos humanos. Ingresó a Derecho en la Universidad de San Simón y entonces “se hizo más clara la tarea de resistencia a la dictadura banzerista y la lucha por la reconquista de la democracia”, cuenta Soledad. ·El movimiento universitario enfrentaba la intervención militar. Dirigentes, estudiantes, docentes, trabajadores y autoridades autonomistas eran perseguidos, apresados y confinados fuera del país, hasta la gloriosa huelga de hambre nacional de 1979 con la que las heroicas cuatro mineras convocaron al país para recuperar la libertad y la democracia. La UMSS, fue un bastión de movilización y los estudiantes fuimos su fermento y fortaleza”, sostiene Soledad.
En la lucha por la recuperación de la democracia se integró a la UDP. Fue perseguida, apresada y alejada del país por la dictadura militar y, en el período neoliberal, trabajó en desarrollo rural, en el estímulo a la participación política de las mujeres y de sus organizaciones y en el fortalecimiento de las organizaciones económicas campesinas. Hoy es parte de la Asamblea Legislativa Departamental, “porque la construcción del Estado Plurinacional nos convoca a todas y todos a trabajar junto a los movimientos sociales para avanzar y mantener viva la esperanza en el proceso de cambio hacia el vivir bien, en armonía con la Madre tierra, por nuestra patria digna y justa”. Nos envió una nota que concluye con estas palabras: “Mi compromiso ante las Heroínas de la Coronilla de Cochabamba: Seguiré siendo militante del pueblo en su lucha por la vida”.

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