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jueves, 23 de septiembre de 2010

CÉSPEDES PATZI, Augusto

Identifica a tus antepasados. Envíanos biografías u hojas de vida y fotografías de ellos para incluirlos en el blog!

CÉSPEDES PATZI, Augusto
1903-1997

AUGUSTO CÉSPEDES PATZI nació en Cochabamba el 6 de febrero de 1903 y murió en La Paz el 11 de mayo de 1997. Hijo de Pablo Céspedes y de Adriana Patzi Iturri, tuvo tres hermanas, Yolanda, Agar y Aida; y se casó con Matilde Garvía, con quien tuvo dos hijos: Waskar y Gilka Wara; y luego con Graciela Postigo, con quien no tuvo descendencia. Hizo sus primeras letras en Cochabamba, continuó estudios secundarios en el Colegio “Sucre” y se graduó de licenciado en Derecho en la Universidad Mayor de San Andrés en 1924.
Durante el gobierno de Hernando Siles fue parte del grupo de jóvenes nacionalistas que lo apoyaron. La experiencia de la guerra del Chaco lo convirtió en el más afamado narrador boliviano por su libro de cuentos “Sangre de mestizos” que se editó por primera vez en Santiago de Chile, por la editorial Zigzag en 1935, uno de cuyos cuentos, “El Pozo”, ha sido uniformemente alabado por escritores y críticos, entre ellos Eduardo Galeano, que lo considera uno de los mejores de la literatura universal del siglo XX.
En 1936 fundó el periódico “La Calle”, junto a Armando Arce, Carlos Montenegro y José Cuadros Quiroga y en 1938 fue elegido diputado por los distritos mineros. Fue ejemplar la temprana amistad existencial, periodística y política que lo unió a Carlos Montenegro, casado con su hermana Yolanda, que se acrecentó en la post guerra practicando el periodismo de trinchera, que los llevó a fundar, junto a Paz, Siles, Guevara, Monroy Block y Cuadros Quiroga, entre otros, el Movimiento Nacionalista Revolucionario en 1942. Un año después, Céspedes y Montenegro figuraban en el gabinete del Presidente Villarroel, el primero como Secretario General, pero fueron retirados poco después, acusados de nazifascistas, como condición del gobierno americano para el reconocimiento diplomático del régimen. En 1944 fue nuevamente diputado y luego embajador en el Paraguay, donde lo sorprendió la caída de Villarroel.
Un viaje electoral a las minas le inspiró la novela “Metal del diablo” (Buenos Aires, 1946), que contribuyó de modo decisivo a la proscripción histórica del millonario Simón I. Patiño, condena de larga vitalidad pues dura hasta nuestros tiempos, siendo así que el magnate del estaño fue un digno precursor del neoliberalismo. El exilio en Buenos Aires lo aproximó al régimen del presidente Juan Domingo Perón, quien le encargó, a él y a Montenegro, los editoriales y artículos principales del diario oficialista “La Prensa”.
Retornó del exilio el 12 de abril junto a Víctor Paz y un año después fue director del periódico “La Nación”, antes de ser designado embajador en Italia. En 1956 publicó su biografía “El dictador suicida”, que fijó de modo indeleble en la memoria colectiva de la Nación la figura del ex Presidente Germán Busch. Un año después le fue concedido el Premio Nacional de Literatura y en 1958 volvió al hemiciclo parlamentario. En 1961 fue embajador en Francia; en 1962 publicó dos folletos informativos: “Fundición del Estaño en Bolivia”, que reúne sus intervenciones parlamentarias y “Bolivia”, editada por la Unión Panamericana.
En 1966 publicó “El presidente colgado”, libro combativo como los anteriores, en memoria de Gualberto Villarroel, y recibió las Palmas Académicas del gobierno de Francia. En 1968 publicó la novela “Trópico enamorado”; en 1973, “Salamanca o el metafísico del fracaso”; en 1975 “Crónicas heroicas de una guerra estúpida”, que contiene sus despachos desde el Chaco compilados por el historiador norteamericano Jerry W. Knudson de la Universidad de Temple. En 1978 asumió la representación de Bolivia ante la UNESCO, en París. A su retorno en 1980 fue columnista del periódico “Hoy”; en 1985 retornó a la Embajada en la UNESCO, en 1993 lo condecoró el H. Senado Nacional y a partir de 1995 fue columnista del vespertino “Última Hora”, de La Paz hasta su muerte.
Probablemente fue un fogoso orador, pero se distinguió más en el oficio de escritor, y aun más, en el de periodista, por sus ingeniosos y picantes libelos dirigidos invariablemente contra la Rosca y contra sus enemigos ocasionales que, para fortuna nuestra, nunca le faltaron. Ya en la Convención del 38 fustigó al canciller Ostria Gutiérrez por su desafortunada negociación con el Brasil que cedía la propiedad del petróleo boliviano a cambio de nada; y como la votación y la “barra colegislativa” le fueran adversas, pronunció una frase emblemática: “Pero no se olviden que escribo”, para fustigar a continuación a sus adversarios en la prensa de la época. Del mismo modo, y vaya como ejemplo, fulminó a un oscuro burócrata de la diplomacia boliviana cuya obra escrita se reduce a una agenda donde los personajes están distribuidos no por apellidos sino por países. Éste osó enfrentarse a Céspedes porque el viejo escritor no renunció a la Embajada en la UNESCO después del golpe del general García Meza. Para qué lo haría, porque Céspedes lo definió con precisión de entomólogo, pues le decía “lombriz solitaria adherida al organismo exhausto de la UNESCO”. Cosa que era de conocimiento público, pues este señor usufructuó más de tres décadas sinecuras diplomáticas en París, según decía Céspedes para pagar su vicio más conocido, el de apostar a carreras de caballos, y el otro, menos conocido, de soltero maduro.
Era en realidad una fama temprana que lo hermanaba con Carlos Montenegro, con quien habían protagonizado picardías de juventud, hasta que ambos decidieron emigrar a La Paz en busca del futuro. Céspedes fue oficial de protocolo de la Cancillería cuando llegó el Conde Keyserling, según Mariano Baptista de influencia equiparable a la de Mariátegui en los intelectuales de entonces, que habían fundado el movimiento “Mística de la tierra”. Era el año 1929 y Céspedes tuvo que atender al célebre señor en una urgencia frecuente en la altura: el estreñimiento.
Es difícil escribir sobre Céspedes sin asumir un tono quevediano, pues el augusto escritor tenía el parecido más próximo al ilustre Francisco de Quevedo, incluso en una leve cojera que justificó su apodo de “Chueco”; como también en el uso cotidiano de la más punzante ironía con sus adversarios y el coraje de batirse a duelo por quítame estas pajas, como lo hizo en dos oportunidades con hombres públicos de nota como lo fueron don Joaquín Espada, a quien disparó a quemarropa en el periódico “La Calle” cuando su víctima era ministro de Hacienda de Peñaranda, debido al reclamo que el hizo por un pie de foto, placa en la cual el ilustre señor aparecía con las manos en los bolsillos. El pie decía: “Observe el lector que es la primera vez que el Ministro tienen las manos metidas en sus propios bolsillos”. Similar intercambio de disparos tuvo con Jorge Canedo Reyes, director de “Última Hora”.
En el gobierno de Toro, fue designado secretario de nuestra Legación en Chile, temporada que aprovechó para publicar su libro “Sangre de Mestizos” y para hacer amistad con Pablo Neruda y otros personajes de la época. Viajó acompañado por su primera esposa, Matilde Garvía, bella mujer que protagonizó la película de Velasco Maidana “Hacia la gloria” y fue modelo de Cecilio Guzmán de Rojas, que la inmortalizó en sus más picantes desnudos. Fue célebre en la época la columna que mantuvo Céspedes en el diario “La Calle” bajo el rubro de “Monos de Wall Street”, donde salían bocetos críticos de todas las personalidades de la Rosca.
“La dupla aborrecida” llama Mariano Baptista Gumucio al dúo Augusto Céspedes-Carlos Montenegro, a quienes amigos y enemigos los llamaban El Chueco y El Fiero. Amistad acrecentada en la lucha contra un enemigo común, la Rosca y luego en el exilio, donde fueron hombres de confianza del Presidente argentino Juan Domingo Perón, de intelectuales ilustres de ese proceso y de periodistas de la talla de Elvio Botana. “Muy jóvenes en los campos de Queru Queru a la orilla de la piscina de cal y piedra tapizada de musgo o en el camino escoltado por los azules, el rubicundo y mal trajeado Carlos, discurríamos entre la nostalgia del pasado clásico y romántico (La Roma de Petronio y la Francia de Vergniaud) y la inminencia de perversos atentados que confabulábamos contra la tranquilidad de los sobrios y solemnes veraneantes cochabambinos, que vivían detrás de los muros cubiertos de rosales de rosas blancas. Por mucho tiempo tales viarazas decidieron la clasificación que se adjudicó a Carlos de maligno caudillo nuestro, aunque ya entonces su talento original e integral escindía en el ambiente con una categoría innata y precoz de hombre superior. Muy joven era amigo predilecto de Adela Zamudio y de Man Césped, sobre quienes escribió luminosas críticas en ‘Arte y Trabajo’ en que colaborábamos Augusto Guzmán, José Antonio Arze y yo. Pero el vulgo suponíale un mero humorista, sólo porque sus labios delgados y risueños gustaban de la sal ática y sus ojillos grises denunciaban su visión irónica de las gentes”, recuerda Céspedes.
Juntos fundaron el semanario “Busch”, en realidad una sigla que decía “Bolivia unida sin clases humilladas” y luego el diario “La Calle”, órgano de ese movimiento naciente que luego se transformó en el MNR. “’La Calle’, con sus ocho páginas, fue capaz de enfrentar durante 10 años al aparato de la oligarquía y constituirse en la cuna de la revolución nacional. ‘Luchar sin saber si son gigantes o batanes’, como dijo Unamuno”, recordó más tarde Céspedes. Él y Montenegro, así como colaboradores espontáneos, como Carlos Medinaceli, acataban el perfil ácido de ese diario al retratar a sus numerosos rivales de derecha y de izquierda. De José Antonio Arze, líder izquierdista, decía: “catedrático sin dialéctica, gran políglota y memorión cochabambino, rígido y aneroide como un cactus de la Colina de San Sebastián” y a Alberto Ostria Gutiérrez, prohombre de la derecha, le puso el apodo de “Satuco”.
En el gobierno de Villarroel fue embajador en el Paraguay y como tal organizó la primera visita oficial de un presidente boliviano al vecino país después de la guerra del Chaco. Naturalmente la oposición lo criticó tan sólo para recibir una merecida respuesta: “¿Qué pretendían, que siguiera con mi fusil Mauser del Chaco, haciendo tiro al blanco contra las estupendas paraguayas y sus simpáticos maridos?”
Triunfante la revolución de 1952, retornó del exilio en la Argentina junto a Víctor Paz, en el mismo avión, y poco después asumió la Embajada en Italia.
Montenegro y Céspedes necesitaban un oponente de categoría para desarrollar su talento literario y político, y escogieron nada menos que a Alcides Arguedas para fustigarlo. Aunque en su juventud Céspedes admiraba a Arguedas al punto de salir en defensa suya, con los años cambió de opinión: “Arguedas aspiró a ser el orador fúnebre de los vestigios de nativismo y de conciencia nacional que resistieron el arrasamiento del liberalismo. Cultivó rabiosamente la denigración al país, aunque nunca dejó de espigar en su presupuesto. La oligarquía lo consagró como un ejemplo del valor civil ante la juventud”, dijo Céspedes.
Céspedes fue cultor de la greguería, porque leyó a Ramón Gómez de la Serna en el exilio, según supone Mariano Baptista, quien hace una selección del género en su libro dedicado a Céspedes, de la cual tomamos dos ejemplos: El calor, fantasma transparente volcado de bruces sobre el monte, ronca en el clamor de las cigarras. Estos insectos pueblan todo el bosque donde extienden su taller invisible y misterioso con millones de ruedecillas, martinetes y sirenas cuyo funcionamiento aturde la atmósfera en leguas y leguas”. “En el espejo de la piscina se veía a la luna cambiándose su ropa interior entre las nubes”. Dice Baptista que le entusiasmaba Hemingway, Curzio Malaparte, Ramiro Condarco Morales, Enrique Rocha Monroy y Hugo Boero Rojo; que apreciaba en todo su valor la columna de Alfonso Prudencio Claure, Paulovich y “el libro más importante del siglo XIX boliviano, “El diario del tambor Vargas”, descubierto y comentado por Gunnar Mendoza. Uno de sus grandes partenaires fue Monroy Block, a quien Céspedes lo apodaba de “Bismarck”, intercambiando humoradas y juicios ácidos sobre los personajes de nuestra historia.
José Luis Roca, un historiador con obra copiosa en su haber, lo calificó de “perverso, malhumorado sagitario, quijote al revés, sus maldades consabidas, calumniador, reblandecido, ponzoñoso, venenoso, proyecto irresponsable, inmerso en un laberinto ideológico, desaseado espiritual, de averiada inteligencia, mendaz, mentiroso, sus palos son de cegatón tambaleante y sus trompadas no hacen blanco porque se escurren en la sombra”. Céspedes le contestó: “Cegatón y todo, no necesito usar anteojos como los usa el joven Roca, y mis palos no deben ser tan al aire puesto que veinte líneas mías le llevan al frenesí de los improperios con que llena más de media página de diario”. Después fueron amigos, así como gozó de la amistad de personajes de nota como Sergio Almaraz, René Zavaleta Mercado, Mariano Baptista y Marcelo Quiroga Santa Cruz. En la revista “Clarín”, que editaba Almaraz, publicó buena parte de sus mejores artículos. Esos personajes lo visitaban con frecuencia en la casa materna donde vivía Céspedes, ubicada en la calle Socabaya de La Paz.
Conservó en sitio de honor una fotografía que se tomó con Rita Hayworth y otra con Betty Davis en los años 40.
Céspedes contribuyó como nadie a fijar la memoria de personajes como Busch, Villarroel, Tamayo, Arguedas, Salamanca, Víctor Paz, Walter Guevara y otros con calificativos precisos y felices, a diferencia de los analistas políticos de hoy, en cuya prosa académica será ejercicio inútil hallar una frase feliz. Se ensañó especialmente con algunos militares, entre ellos el general Barrientos, a quien consideraba “un producto moderno, un acrílico sintetizado de cursillos anticomunistas del Pentágono, de cócteles entre agregados militares y de militancia en el MNR”. Se burló alguna vez del retiro espiritual que hizo “el general del pueblo” durante un carnaval, para dar luego a luz una “Meditación para los bolivianos”, “redactada por su abstemio Escribidor mientras él farreaba como un kusillo”, refiriéndose a su asesor don Fernando Diez de Medina. Al mismo tiempo, “Céspedes fue sin duda el creador de los mitos de Busch y Villarroel, con los que el MNR alimentó su retórica y contagió al resto del país por más de medio siglo”, según la acertada precisión de Mariano Baptista.
Lo que no pudieron sus enemigos de la Rosca lo hicieron sus propios compañeros de partido. Agentes del caudillo movimientista Rubén Julio le propinaron una paliza de la cual heredaría una sordera que acabó con su sentido del oído. Consultó especialistas en Nueva York y en Moscú y al final se resignó a la sordera con una frase muy suya: “¡En lo único que se han puesto de acuerdo soviéticos y norteamericanos es en joder al Chueco Céspedes!”, según recuerda Baptista.
Céspedes no vaciló jamás en defender sus convicciones, aun más, incluso sus equivocaciones. Producidos los fusilamientos de noviembre de 1944, en el régimen de Villarroel, no vaciló en justificarlos: “El crimen político se emancipa cuando surge de la pureza. En la medida en que los autores del 20 de noviembre ignoraron intereses materiales o personales que mancharon ese acto, resuena limpiamente su nunca oído desfío de guerra a muete, contra la feudal burguesía latinoamericana”... “Eguino y Escobar salieron a la vanguardia de esa batalla secular que es Bolivia y en ella perecieron como héroes de una misión suicida, adversarios de la vida plácida y del orden cristalizado, voluntarios de la revolución que consumaron el gran atentado que obligaría a todos a seguir peleando”. Años después, en una entrevista en televisión, le recordaron que era considerado autor intelectual de esos fusilamientos y respondió: “Si yo hubiera sido autor intelectual, hubiese mejorado la lista de fusilados en cantidad y calidad”. Del mismo modo procedió enfrentando el sambenito de “nazifascistas” que les endilgaron a él y a Montenegro: Estados Unidos, Inglaterra y sus alidos representaban para nosotros al imperialismo, de modo que teníamos que ponernos frente al explotador. Ellos querían que nos pongamos a su lado, bajo una bandera completamente abstracta, que era la defensa del derecho, de la justicia, de la civilización, de la democracia frente al fascismo. Esto no nos interesaba a nosotros. Ahora puedo decir una cosa, claramente, que acaso bajo el dominio de los nazis, Bolivia hubiera sido más independiente que bajo el dominio de los demócratas norteamericanos”.
Júzguese la calidad de su prosa en este retrato de Salamanca: “Asceta del yermo, cuervo subjetivo, cartujo abstractivo, patriarca indígena vestido a la europea, Salamanca es un ser estrangulado por una flacura inquietante, de estilo yoghi... El ave vital, a punto de huir del tronco doblado y áspero, se ha quedado enjaulada en los huesos del cráneo. El rostro, sombrío de pensamiento, revela en un rictus inexorable el mal que consume a este hombre, mortalmente herido por la saeta filosófica que es como la del amor: “si se la quitan, se muere, si se la dejan lo mata”.
No pudo comulgar con la línea postrera del partido que fundó, el MNR, cuando dio un cuarto de conversión y se volvió instrumento del neoliberalismo. Céspedes tenía ya 94 años, pero no se cansó de fustigar en su columna de “Última Hora” al régimen que entregó el patrimonio nacional a las transnacionales en nombre del nacionalismo revolucionario. “Sintiéndose próximo a parir escribió su artículo final, cuya publicación coincidió con su deceso. Su estatura de polemista imbatido se agigantó precisamente en las últimas semanas como lo prueban sus columnas sobre la conmemoración de los 50 años de la muerte de Patiño, la respuesta al candidato vicepresidencial del MNR que lo dio por muerto prematuramente y su airada reacción al Bonosol. El error del candidato fue comentado en estos términos: “En espera de volver a entrar de payaso a la arena del circo del entreguismo y de la política vendepatria, el bellaco, perito en torpezas provincianas y en volteretas de tránsfuga saltimbanqui, resultó favorecido por el dedo del dueño de la comparsa y así de cunumi velatacú, en una metamorfosis de larva a gusano ha pasado sin el menor mérito a candidato a la segunda magistratura del país, cargo destinado a valores morales e intelectuales y no a orates que aspiran a dirigir el país cuando debían estar usando camisa de fuerza... ningún boliviano aceptará que un individuo que sólo farfulla cúmulos de ánfora esdrújulas y anapestos esquilianos, y que gatea besando los pies de los caifás para obtener las migajas del festín entreguista, sea su representante”. Del mismo modo juzgó al Bonosol como una inversión dispendiosa y nada productiva.
“Algún burócrata que debió ser extranjero, (pues si fuese boliviano debería caérsele la cara de vergüenza) de esos que perciben, según revela la prensa, una remuneración diaria equivalente a 40 bonosoles, decidió que los escolares bolivianos no necesitaban leer nada acerca de su país y en consecuencia resolvió que se trajesen del extranjero seis millones de textos. Céspedes, que tanto contribuyó a recuperar las riquezas del país y definir su identidad, murió con la pesadumbre de ver que ni uno sólo de sus libros capitales se tomasen en cuenta para la Reforma Educativa”, recuerda Baptista.

CRÍTICA SOBRE SU OBRA
Hernán Díaz Arrieta (Alone), crítico del diario chileno “El Mercurio”, saludó la aparición de la “opera prima” de Céspedes con estas palabras: “Unos libros se dejan leer. ‘Sangre de Mestizos’ se hace leer, obliga la atención, empuja el interés y lo tiraniza. Su fuerza de estilo a un tiempo plástica y dinámica, evoca en líneas paralelas la robusta plenitud de Maupassant, maestro insuperable; el vigor de Eric María Remarque de ‘Sin novedad en el frente’ y, por momentos, con ciertos detalles del dote humano, llevado al límite extremo, algunas ‘Vidas de mártires’ de Duhamel... En ‘Sangre de Mestizos’ la forma, el estilo, la contextura de la narración crean una red firme de cuerdas tensas por donde el fluido eléctrico circula vibrante y despide chispas al contacto. En cualquier punto que se le toque se siente palpitar la vida y una onda cálida se comunica misteriosamente. Desde ahora debemos contar a Augusto Céspedes entre los primeros escritores del continente”.
En cambio en su propio país fue víctima de la inquina política. “Céspedes es un literato mediano y con cierta dosis de realismo calcado de novelistas italianos... autodidacto con enormes pretensiones, un literato de tierra dentro y moralmente un mal hombre capaz de todos los delitos”, dice de él Tristán Marof. Pero el célebre Chueco no podía quedarse callado y le contestó lo siguiente: “Los republicanos no tomaron grandes represalias. Solamente Gustavo A. Navarro, que escogió el puesto de Alcaide, torturó a varios presos, entre ellos, a los jueces Hennings y Valle. Inició así su carrera política, como carcelero, el que sería después Tristán Marof”. Sin embargo Enrique Finot, Augusto Guzmán, Fernando Diez de Medina y Juan Siles Guevara valoran su obra literaria.
El más joven de sus panegiristas, Fernando Molina dice: “Es fácil pronosticar que dentro de una suficiente cantidad de años, Augusto Céspedes será la más presente, la más recordada figura de la generación del Chaco, más que las que hoy se consideran de superior talla humana y política. La razón es que Céspedes es el único de todos (excepto, claro está, Carlos Montenegro) que podría hablar directamente con las generaciones venideras, porque sus ideas, su talento y su talante fueron vaciados en letras de molde, han sido congelados como los cuerpos que son sometidos a un proceso de internación y guardados, con la idea de que, en el futuro, alguien los devolverá a la vida”.
Un personaje quevedesco, nietzscheano, spengleriano como Céspedes tenía que haber grabado en la losa de su tumba un principio del gran filósofo alemán: “Más allá del bien y el mal”. Extraordinario resumen de su biografía que se puede apreciar en el Cementerio Jardín de La Paz.

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